Había alguien asomado tras el cristal empañado.
La lluvia corría encortinando la fachada que desde lo alto admiraba.
Había salido con esa sensación que sólo los días de lluvia le devolvían.
Recuerdos remotos de un tiempo propio se adueñaban de sus zapatillas.
No sabía si el rostro que se adivinaba bajo el vaho era de niña o anciana.
Recordaba que en el cuarto piso del 46 vivía una mujer desde no sabía cuando.
Eran los ochenta, cuando la vio subirse sobre su techado.
La casa de poca altura, aún se mantenía en pie.
Una edificación de las del siglo pasado. Para ser exactos, de dos siglos atrás.
Le costaba pensar que el veinte ya era el pasado.
En él se sentía residente, a pesar que el veintiuno estaba camino de cumplir su primera década.
Anciana no lo sería, aunque estaría cerca de ese momento en que los sesenta anuncian un nuevo ciclo.
Observando con cuidado, veía unos ojos tras unas gafas.
¿Cómo podía advertirlos con claridad, si a penas se la podía ver?
Sin embargo, parecía que tras ellos tuviera algo que reconocer.
Así fue. Se vio observando desde ese otro lugar.
Cuando quiso darse cuenta, supo que estaba al otro lado del espejo.
Que esa anciana prematura era ella en otro tiempo.
Ahora no contaba su edad.
La vida había llegado a un punto en el que sólo cuenta despertar.
Elsa supo que tenía ante sí un misterio a resolver.
Quiso tomar su cámara para hacer una fotografía, pero un sentimiento de vergüenza se lo impidió. No le hubiera gustado que una extraña hiciera eso con ella.
Eso le hizo titubear.
No es una extraña, soy yo.
Debo recoger la impronta para guardarla en ese rincón en que nadie va a mirar.
Volviendo con la cámara quedó petrificada.
Ante ella, un paisaje. El de la infancia.
Voces que la llamaban.
Era su madre.
-¡A merendar!
El olor del aceite azucarado en rebanada gruesa de pan, se impuso a todo pensamiento racional.
El desconcierto le hizo temblar.
-¡No es cierto!
-Lo debo soñar.
Abriendo los ojos veía cada vez con más claridad.
Se había abierto el túnel que todo lo permitirá.
14 jun 2009
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