Profanaste la tumba de mis sueños.
Ser alado ensangrentado en las entrañas.
Heriste con tu daga de amor y de deseo.
Sembraste mi alma.
Ahora duerme en silencio la esperanza.
¿Mañana?
¡Ya no hay mañana!
Te llevaste el arco y flechas que lo marcan.
Vuelves a mí,
en ese carro de fuego incombustible,
para preñar mi mente con palabras vanas.
No queda espera ni esperanza.
El alma sube a tu carro y el cuerpo arrastra.
Él lleva el pago y desamparo.
Vuelve en gesto brusco su mirada.
Niega haber estado.
Recorre por nubes de silencio esos pasos.
¡Descansa!
Has abierto tras el espejo de los sueños el vacío en que anda.
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A veces llegan seres alados con pala en mano, decididos a tomar una oportunidad, mas luego, después de haber cavado hondo; dejan solo el vacío del lugar que profanaron. Es una cicatriz en nuestro cementerio personal, una herida que jamás se cubre de tierra.
ResponderEliminarBuen poema.