Anduvo perdida entre la maleza, resignada pensaba que nunca más entraría por su vida nueva luz. La tristeza que albergaba creaba un círculo de furia que a todos espantaba.
Era la fuerza que todavía no controlaba.
Entre el barro y las piedras del camino sus pies descalzos sentían el alivio que deviene cuando el dolor del alma es tan grande que se hace necesario machacar el cuerpo para que éste reclame y en su cuidado el alma se refugie.
Recordaba de forma discontinua e incoherente.
Se veía al calor de la lumbre rodeada de una anciana y dos ancianos. No reconocía el vínculo que a ellos le unía, pero sentía un sentimiento que extrañaba. Algo dulce que de ellos recibía. Se veía niña. Con unas trenzas largas. Su pelo negro que azuleaba. Se veía en el reflejo de un espejo mientras una figura femenina la peinaba. Sentía el dolor de los estirones que le daba mientras desenredaba su pelo con un peine de concha de tortuga, de carey recordaba que se nombraba.
Reconocía en esa figura la madre desde los sentimientos que le salían del corazón.
Estaba tan lejano en el tiempo. Ahora se extrañaba de si misma.
Aquel muchacho que la siguió aquel día y que gracias a su presencia evitó el desvarío.
Empezaba a hilvanar los recuerdos. Las ideas se agolpaban, pero empezaban a tener sentido.
De pronto una sombra se cruzo por sus ojos, la consciencia del dolor era insoportable. Desvelar tiene el inconveniente de que no es un acto selectivo y se destapa lo bueno y lo malo. Apretó los dientes con tal fuerza sobre el labio inferior que un hilillo de sangre resbaló por la comisura de sus labios. Soltó un fuerte alarido y calló sobre el lecho de piedras y barro. Allí quedó inconsciente iluminada por una luna grande y brillante.
Alguien seguía sus pasos a distancia. Se acercó y la recogió en sus brazos llevándosela en volandas hasta el pie de un frondoso árbol, un roble de tronco ancho y robusto.
Separó los cabellos de su cara e hizo un recogido con un cordón dorado que sacó de su cintura, dónde lo llevaba anudado. Limpió los restos de la sangre mojando con su saliva un trozo de tela que rasgo de su camisa.
Marchó sin hacer ruido y quedó a distancia para poder observarla desde lejos sin que ella pudiera apercibirse de su presencia.
Transcurrió la noche. La escena era digna de un retablo. Ella bajo el árbol con una expresión angelical y él tras unos arbustos pendiente de todo lo que pudiera pasar.
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