Rompo en ti
mi tiempo.
Arco que se tensa
soltando saetas.
Cuerpos.
Desperfectos.
Enhiestos silencios.
30 jun 2009
22 jun 2009
Saia
Iba distraída, entretenida en sus juegos de niña.
La memoria no le daría visos de lo que había sido testigo.
El grupo avanzaba, como si nada pasara.
El ciclo cumplía y lo que contaba era su supervivencia.
Nada de lo que para nuestro tiempo es significativo tenía valor en su mundo.
Se entretuvo recogiendo esos frutos que la guía distribuiría.
Lo hizo perdiendo el rumbo.
Cuando quiso darse cuenta, era anochecido.
No temió.
Los miedos son algo que construye la mente, y para ello se hace necesario un previo que ella desconocía.
Se acomodó al lado de un frondoso árbol y preparó la que sería su cama para esa noche.
Hojas secas hicieron un mullido lecho.
Durmió bajo las estrellas de un cielo primero.
No supo si tuvo compañía.
Diríamos que la anciana veló para que ningún ser siniestro se posara en su lecho.
Cuando despertó emprendió el camino siguiendo el rastro del que creyó eran los suyos.
No fue así.
Tardó en darse cuenta de lo equivocado de su decisión.
Si hubiera mirado con cuidado, habría visto que la profundidad y medida de las huellas no se correspondía a las de quienes conocía.
Una silueta vaporosa e indefinida parecía estar a dos pasos de ella.
No supo qué sucedía, pero sí notó la serena calma que siempre sentía en compañía de su guía.
La anciana velaría por que la continuación de la línea de la vida no perdiera el futuro y con ello el grupo dejara de existir.
Las piedras del camino brillaban en ese momento del día en que el rocío las deja húmedas y el impacto del sol las acaricia.
Raixa olvidaba la soledad mientras se dejaba atrapar por ese mundo virgen que la rodeaba.
A lo lejos una columna de humo anunciaba presencias.
No conocía el fuego. Sólo el del rayo que desgarra el árbol o centellea sobre la roca.
El humo no era presagio.
A la puerta de una cueva, un grupo de seres parecidos a los de su especie organizaban un refrigerio matinal.
Niños y niñas correteaban.
Eso la pudo animar, pero algo distinto la desconcertaba.
Eran como el barro húmedo.
Ella recordaba los cabellos rubios de los de su grupo.
Una mujer que atendía la cabeza de otra, quitando con las uñas lo que después se llevaba a la boca, se percató de su presencia.
Dejo su tarea y se acercó a ella.
Tomó barro de un rincón y la embadurno.
Saia no pensó. Actuó.
Una niña más en el clan sería enriquecimiento.
La anciana desapareció mezclando su presencia con el humo de la hoguera.
Habían llegado al lugar en que el futuro quedaba en buenas manos.
La comunicación mental no entiende de idiomas.
Raixa viviría como una más hasta la edad en que floreciera.
Entonces ella volvería para guiarla.
La memoria no le daría visos de lo que había sido testigo.
El grupo avanzaba, como si nada pasara.
El ciclo cumplía y lo que contaba era su supervivencia.
Nada de lo que para nuestro tiempo es significativo tenía valor en su mundo.
Se entretuvo recogiendo esos frutos que la guía distribuiría.
Lo hizo perdiendo el rumbo.
Cuando quiso darse cuenta, era anochecido.
No temió.
Los miedos son algo que construye la mente, y para ello se hace necesario un previo que ella desconocía.
Se acomodó al lado de un frondoso árbol y preparó la que sería su cama para esa noche.
Hojas secas hicieron un mullido lecho.
Durmió bajo las estrellas de un cielo primero.
No supo si tuvo compañía.
Diríamos que la anciana veló para que ningún ser siniestro se posara en su lecho.
Cuando despertó emprendió el camino siguiendo el rastro del que creyó eran los suyos.
No fue así.
Tardó en darse cuenta de lo equivocado de su decisión.
Si hubiera mirado con cuidado, habría visto que la profundidad y medida de las huellas no se correspondía a las de quienes conocía.
Una silueta vaporosa e indefinida parecía estar a dos pasos de ella.
No supo qué sucedía, pero sí notó la serena calma que siempre sentía en compañía de su guía.
La anciana velaría por que la continuación de la línea de la vida no perdiera el futuro y con ello el grupo dejara de existir.
Las piedras del camino brillaban en ese momento del día en que el rocío las deja húmedas y el impacto del sol las acaricia.
Raixa olvidaba la soledad mientras se dejaba atrapar por ese mundo virgen que la rodeaba.
A lo lejos una columna de humo anunciaba presencias.
No conocía el fuego. Sólo el del rayo que desgarra el árbol o centellea sobre la roca.
El humo no era presagio.
A la puerta de una cueva, un grupo de seres parecidos a los de su especie organizaban un refrigerio matinal.
Niños y niñas correteaban.
Eso la pudo animar, pero algo distinto la desconcertaba.
Eran como el barro húmedo.
Ella recordaba los cabellos rubios de los de su grupo.
Una mujer que atendía la cabeza de otra, quitando con las uñas lo que después se llevaba a la boca, se percató de su presencia.
Dejo su tarea y se acercó a ella.
Tomó barro de un rincón y la embadurno.
Saia no pensó. Actuó.
Una niña más en el clan sería enriquecimiento.
La anciana desapareció mezclando su presencia con el humo de la hoguera.
Habían llegado al lugar en que el futuro quedaba en buenas manos.
La comunicación mental no entiende de idiomas.
Raixa viviría como una más hasta la edad en que floreciera.
Entonces ella volvería para guiarla.
20 jun 2009
Raixa
-Es necesario ponerse al trasaire-, anunció la anciana que guiaba el grupo de niñas entre las montañas.
Los hombres rodeados de niños y ancianos, la miraban en todos sus movimientos.
Respondían a sus gestos, más que a las palabras.
Éstas a penas les llegaban.
Las mujeres no necesitaban ni gestos ni palabras.
Recibían el mensaje desde las raíces que la tierra albergaba.
Habían llegado a ese estado del ser en que la vida se aúna reduciendo distancias.
Quedaron en descanso esperando que las niñas se acercaran con los frutos que la anciana repartía para el sustento del grupo.
Ella tomó uno y, presionando la lengua sobre el paladar, dejó que su esencia vital la recorriera.
Eran bayas rojas recogidas de arbustos a lo largo del camino.
Marcia, se alejó del grupo y pensó.
Pensar era algo que ignoraba.
Sabía y sentía.
Formular frases que sólo ella podía escuchar, era inaudito.
Nadie pudo apercibirse de su alejamiento.
La anciana con disimulo desvió la mirada mientras supo que esa joven se alejaba.
-Deberá cumplir su destino, el que sólo a ella se presenta.- Siseo en sonido casi imperceptible.
Raixa llegaba en ese momento a recoger otro pañuelo cargado de frutos.
La niña supo, pero guardó silencio.
En parte por no saber a qué atenerse.
La anciana captó su desconcierto.
-Ya te llegará el día.- Dijo, en el lenguaje de la mente.
Las palabras golpearon el alma de la niña, dejando un rastro helado que la quemaba.
Su mano izquierda apretó su frente, como queriendo recoger algo que en ella penetraba.
Guardaría el secreto sin saberlo.
Llegaría el día en que como a Marcia, a ella le madurara.
Ese día se alejaría del grupo para organizar su propia comuna.
En cada generación, una de ellas era la elegida.
Era la que sabía y veía.
La anciana sonrió.
La vida cumplía su ciclo.
Podría dejar su cuerpo en las raíces y olvidar.
Raixa sintió que una lágrima afloraba.
No sabía qué significaba.
Un cántico se impuso.
La anciana cayó abatida.
Marcia tomo su lugar y el grupo reanudo su marcha.
Raixa miraba atrás.
Una estela iluminada ascendió, dejando un montículo de musgo que parecía brillar.
Se frotó lo ojos descreída de lo que veía.
Las otras niñas correteaban alrededor de la nueva guía.
Ella sabía, aunque serían lustros los que la llevarían a ocupar ese lugar.
Los hombres rodeados de niños y ancianos, la miraban en todos sus movimientos.
Respondían a sus gestos, más que a las palabras.
Éstas a penas les llegaban.
Las mujeres no necesitaban ni gestos ni palabras.
Recibían el mensaje desde las raíces que la tierra albergaba.
Habían llegado a ese estado del ser en que la vida se aúna reduciendo distancias.
Quedaron en descanso esperando que las niñas se acercaran con los frutos que la anciana repartía para el sustento del grupo.
Ella tomó uno y, presionando la lengua sobre el paladar, dejó que su esencia vital la recorriera.
Eran bayas rojas recogidas de arbustos a lo largo del camino.
Marcia, se alejó del grupo y pensó.
Pensar era algo que ignoraba.
Sabía y sentía.
Formular frases que sólo ella podía escuchar, era inaudito.
Nadie pudo apercibirse de su alejamiento.
La anciana con disimulo desvió la mirada mientras supo que esa joven se alejaba.
-Deberá cumplir su destino, el que sólo a ella se presenta.- Siseo en sonido casi imperceptible.
Raixa llegaba en ese momento a recoger otro pañuelo cargado de frutos.
La niña supo, pero guardó silencio.
En parte por no saber a qué atenerse.
La anciana captó su desconcierto.
-Ya te llegará el día.- Dijo, en el lenguaje de la mente.
Las palabras golpearon el alma de la niña, dejando un rastro helado que la quemaba.
Su mano izquierda apretó su frente, como queriendo recoger algo que en ella penetraba.
Guardaría el secreto sin saberlo.
Llegaría el día en que como a Marcia, a ella le madurara.
Ese día se alejaría del grupo para organizar su propia comuna.
En cada generación, una de ellas era la elegida.
Era la que sabía y veía.
La anciana sonrió.
La vida cumplía su ciclo.
Podría dejar su cuerpo en las raíces y olvidar.
Raixa sintió que una lágrima afloraba.
No sabía qué significaba.
Un cántico se impuso.
La anciana cayó abatida.
Marcia tomo su lugar y el grupo reanudo su marcha.
Raixa miraba atrás.
Una estela iluminada ascendió, dejando un montículo de musgo que parecía brillar.
Se frotó lo ojos descreída de lo que veía.
Las otras niñas correteaban alrededor de la nueva guía.
Ella sabía, aunque serían lustros los que la llevarían a ocupar ese lugar.
14 jun 2009
Elsa
Había alguien asomado tras el cristal empañado.
La lluvia corría encortinando la fachada que desde lo alto admiraba.
Había salido con esa sensación que sólo los días de lluvia le devolvían.
Recuerdos remotos de un tiempo propio se adueñaban de sus zapatillas.
No sabía si el rostro que se adivinaba bajo el vaho era de niña o anciana.
Recordaba que en el cuarto piso del 46 vivía una mujer desde no sabía cuando.
Eran los ochenta, cuando la vio subirse sobre su techado.
La casa de poca altura, aún se mantenía en pie.
Una edificación de las del siglo pasado. Para ser exactos, de dos siglos atrás.
Le costaba pensar que el veinte ya era el pasado.
En él se sentía residente, a pesar que el veintiuno estaba camino de cumplir su primera década.
Anciana no lo sería, aunque estaría cerca de ese momento en que los sesenta anuncian un nuevo ciclo.
Observando con cuidado, veía unos ojos tras unas gafas.
¿Cómo podía advertirlos con claridad, si a penas se la podía ver?
Sin embargo, parecía que tras ellos tuviera algo que reconocer.
Así fue. Se vio observando desde ese otro lugar.
Cuando quiso darse cuenta, supo que estaba al otro lado del espejo.
Que esa anciana prematura era ella en otro tiempo.
Ahora no contaba su edad.
La vida había llegado a un punto en el que sólo cuenta despertar.
Elsa supo que tenía ante sí un misterio a resolver.
Quiso tomar su cámara para hacer una fotografía, pero un sentimiento de vergüenza se lo impidió. No le hubiera gustado que una extraña hiciera eso con ella.
Eso le hizo titubear.
No es una extraña, soy yo.
Debo recoger la impronta para guardarla en ese rincón en que nadie va a mirar.
Volviendo con la cámara quedó petrificada.
Ante ella, un paisaje. El de la infancia.
Voces que la llamaban.
Era su madre.
-¡A merendar!
El olor del aceite azucarado en rebanada gruesa de pan, se impuso a todo pensamiento racional.
El desconcierto le hizo temblar.
-¡No es cierto!
-Lo debo soñar.
Abriendo los ojos veía cada vez con más claridad.
Se había abierto el túnel que todo lo permitirá.
La lluvia corría encortinando la fachada que desde lo alto admiraba.
Había salido con esa sensación que sólo los días de lluvia le devolvían.
Recuerdos remotos de un tiempo propio se adueñaban de sus zapatillas.
No sabía si el rostro que se adivinaba bajo el vaho era de niña o anciana.
Recordaba que en el cuarto piso del 46 vivía una mujer desde no sabía cuando.
Eran los ochenta, cuando la vio subirse sobre su techado.
La casa de poca altura, aún se mantenía en pie.
Una edificación de las del siglo pasado. Para ser exactos, de dos siglos atrás.
Le costaba pensar que el veinte ya era el pasado.
En él se sentía residente, a pesar que el veintiuno estaba camino de cumplir su primera década.
Anciana no lo sería, aunque estaría cerca de ese momento en que los sesenta anuncian un nuevo ciclo.
Observando con cuidado, veía unos ojos tras unas gafas.
¿Cómo podía advertirlos con claridad, si a penas se la podía ver?
Sin embargo, parecía que tras ellos tuviera algo que reconocer.
Así fue. Se vio observando desde ese otro lugar.
Cuando quiso darse cuenta, supo que estaba al otro lado del espejo.
Que esa anciana prematura era ella en otro tiempo.
Ahora no contaba su edad.
La vida había llegado a un punto en el que sólo cuenta despertar.
Elsa supo que tenía ante sí un misterio a resolver.
Quiso tomar su cámara para hacer una fotografía, pero un sentimiento de vergüenza se lo impidió. No le hubiera gustado que una extraña hiciera eso con ella.
Eso le hizo titubear.
No es una extraña, soy yo.
Debo recoger la impronta para guardarla en ese rincón en que nadie va a mirar.
Volviendo con la cámara quedó petrificada.
Ante ella, un paisaje. El de la infancia.
Voces que la llamaban.
Era su madre.
-¡A merendar!
El olor del aceite azucarado en rebanada gruesa de pan, se impuso a todo pensamiento racional.
El desconcierto le hizo temblar.
-¡No es cierto!
-Lo debo soñar.
Abriendo los ojos veía cada vez con más claridad.
Se había abierto el túnel que todo lo permitirá.
13 jun 2009
APUNTE 65
Escribía como si en ello le fuera la vida.
Es que le iba.
Esa fue la razón que la tuvo tiempo ante el ordenador.
Dejó de lado papeles y lápices.
Tiempo atrás, instrumentos para sus vuelos de paloma.
Al principio, imprimía para leer y leerse.
No recuerda cual fue el momento en que sus dedos ágiles tomaron el tiento, desgastando las letras más concurridas.
La e, una de ellas.
La a, por supuesto.
La ese, la o y la ele.
No sólo esas.
Ene y eme, se jalean en confusos velos de invisibilidad, llevándola a confusiones por no saberlas tantear.
Otras letras, entrevistas.
Sin embargo, necesita iluminarse el camino para no perderse.
Aunque los dedos saben sin verse.
Es que le iba.
Esa fue la razón que la tuvo tiempo ante el ordenador.
Dejó de lado papeles y lápices.
Tiempo atrás, instrumentos para sus vuelos de paloma.
Al principio, imprimía para leer y leerse.
No recuerda cual fue el momento en que sus dedos ágiles tomaron el tiento, desgastando las letras más concurridas.
La e, una de ellas.
La a, por supuesto.
La ese, la o y la ele.
No sólo esas.
Ene y eme, se jalean en confusos velos de invisibilidad, llevándola a confusiones por no saberlas tantear.
Otras letras, entrevistas.
Sin embargo, necesita iluminarse el camino para no perderse.
Aunque los dedos saben sin verse.
APUNTE 65
Escribía como si en ello le fuera la vida.
Es que le iba.
Esa fue la razón que la tuvo tiempo ante el ordenador.
Dejó de lado papeles y lápices.
Tiempo atrás, instrumentos para sus vuelos de paloma.
Al principio, imprimía para leer y leerse.
No recuerda cual fue el momento en que sus dedos ágiles tomaron el tiento, desgastando las letras más concurridas.
La e, una de ellas.
La a, por supuesto.
La ese, la o y la ele.
No sólo esas.
Ene y eme, se jalean en confusos velos de invisibilidad, llevándola a confusiones por no saberlas tantear.
Otras letras, entrevistas.
Sin embargo, necesita iluminarse el camino para no perderse.
Aunque los dedos saben sin verse.
Es que le iba.
Esa fue la razón que la tuvo tiempo ante el ordenador.
Dejó de lado papeles y lápices.
Tiempo atrás, instrumentos para sus vuelos de paloma.
Al principio, imprimía para leer y leerse.
No recuerda cual fue el momento en que sus dedos ágiles tomaron el tiento, desgastando las letras más concurridas.
La e, una de ellas.
La a, por supuesto.
La ese, la o y la ele.
No sólo esas.
Ene y eme, se jalean en confusos velos de invisibilidad, llevándola a confusiones por no saberlas tantear.
Otras letras, entrevistas.
Sin embargo, necesita iluminarse el camino para no perderse.
Aunque los dedos saben sin verse.
11 jun 2009
APUNTE 64
Por mucho que tires de ellas,
no podrás cogerlas.
Las palabras inciertas
cobran cuerpo y son aire.
Aplacan silencios.
Se abren como pétalos
soltando aromas
que a veces recoge alguien.
Si es así, cumplen su finalidad.
No siempre se les da la oportunidad.
Ríos que van a parar a un mar de silencios.
Ecos devueltos en los muros de lamentos.
Venimos dispuestos a tenderlas sobre la hierba de nuestros sueños.
Palabras hiladas con pulsos de deseos.
Un te quiero dice lo que ellas callan.
Un abrazo perpetrado buscando retazos de amistad.
A ellas no van.
Buscando con candiles apagados en la soledad.
Mañana arrasará el polvo.
Posiblemente alguna sobrevivirá.
Entonces tú y yo estaremos en la verdad.
La que tira de nuestro cuerpo hacía el origen.
La que arrastra el dolor de saber que allí estará.
El alma nos engarza en supuestos que nunca se darán.
no podrás cogerlas.
Las palabras inciertas
cobran cuerpo y son aire.
Aplacan silencios.
Se abren como pétalos
soltando aromas
que a veces recoge alguien.
Si es así, cumplen su finalidad.
No siempre se les da la oportunidad.
Ríos que van a parar a un mar de silencios.
Ecos devueltos en los muros de lamentos.
Venimos dispuestos a tenderlas sobre la hierba de nuestros sueños.
Palabras hiladas con pulsos de deseos.
Un te quiero dice lo que ellas callan.
Un abrazo perpetrado buscando retazos de amistad.
A ellas no van.
Buscando con candiles apagados en la soledad.
Mañana arrasará el polvo.
Posiblemente alguna sobrevivirá.
Entonces tú y yo estaremos en la verdad.
La que tira de nuestro cuerpo hacía el origen.
La que arrastra el dolor de saber que allí estará.
El alma nos engarza en supuestos que nunca se darán.
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