Asomo a la calle transitada por pocas personas.
Debe hacer frío.
Cabizbajos, se desplazan arropados.
Son tres hombres que no tienen otra cosa en común que mi propia observación.
Los árboles han perdido la mayor parte de sus hojas, y las que les quedan son pardas y desmañadas.
En frente todo está cerrado, exceptuando un salón de peluquería que tiene un monitor con imágenes en movimiento.
Cortes de pelo.
El otro día eran primeros planos de llantas. Coches de carreras.
No se ve movimiento alguno.
Es posible que esté cerrado, pero con todo a la vista para llamar la atención.
Para ganar en visibilidad.
Hoy es 13 de diciembre. Sábado.
El otro día supe que es el día de Sta Lucia.
Buscaba información para saber cuando se ponían en marcha las paradas de la catedral.
He podido recordar, muy sensiblemente, esos días en que con mis amigas iba al baile de las modistillas.
Me he visto con mi falda gris con corte de campana y mi chaqueta cruzada.
No era consciente de la juventud que lucía ese día. Ahora desde cuarenta años después veo la alegría y alborozo que nos movía a esa cuadrilla de amigas.
Las amistades han ido y han venido.
Ellas, mis amigas, han tenido familia. Incluso hay una que tiene nietos.
Mi vida ha sido otra.
Es posible que hubiera vivido esa vida previsible y no fuera capaz de imaginarme ésta.
Estuve en muchos proyectos, pero me alejé de ellos.
Cuando la duda se interpone, salgo en busca de aire.
Vuelvo a mis recuerdos en la calle.
Hace días que estoy metida en casa.
No hay quien me haga tener ganas de cruzar el umbral y salir a tomar aire fresco.
Bien fresco debe ser, a juzgar por el poco movimiento que desde casa se ve.
Suerte que puedo mirar la calle y entretenerme, a lo largo del día, con el trasiego humano.
Cuando los niños y niñas van a la escuela. Cuando vuelven.
Los adultos en su tráfago diario.
Los comerciantes con sus locales a puertas abiertas para que la gente se aproxime y acceda.
Una pescadería de mucho éxito, justo en frente.
Sin embargo, nunca he hecho compra en ella.
Estar en una zona comercial y céntrica como la mía hace que los encierros voluntarios sean menos.
Tras el cristal veo el mundo pasar de la luz natural a la artificial.
Mi cuerpo está en un proceso que querría terminara ya, pero mi voluntad lo deja estar.
Mi mente se evade con otras cosas y olvida el dolor de articulaciones y malestares múltiples.
Cada día, un par de veces, hablo con mis padres.
Queda poco para hacer el viaje. Estar con ellos un par de semanas.
Retornar y volver a mi cotidiano estar o no estar.
El martes se verá.
Si puedo alentar las buenas o aceptar las malas.
Ya se verá.
Ahora, tras mi merienda, con un café con leche por acabar, he querido tomar la letra y en ella soltar.
Normalmente lo hago directamente en el blog que quiero editar, pero en este caso me he puesto ante un panel en blanco del procesador de textos, con ganas de soltar lastre y dejarme llevar.
Vuelvo a verme.
¡Qué felicidad!
Fueron momentos hermosos.
Amorios y complicidades.
Mis amigas trabajaban y yo estudiaba.
Cada tarde, pasaba a recogerlas cuando cerraban y recogían.
Muchas veces esperaba en los vestuarios mientras se acicalaban unas y otras.
Fui yo entre todas ellas.
¿Por qué renuncié a ese mundo?
¿Qué me llevó a la inconformidad?
Es algo que por mucho que busque, me cuesta encontrar.
Se abría un nuevo horizonte.
Los chicos que eran nuestros amigos no eran como los padres.
Sin embargo, el mazo machista pesaba sobre mi espalda.
No quería exponerme.
No fue un acto claro y decidido.
Fue seguir la guía de lo que para mí no quería.
No fue fácil.
Volver a pisar sobre mis pasos, me haría echar marcha atrás.
Sin embargo, aquí he llegado.
Ahora otras sombras se hacen paso.
No me sirve el credo que anteriormente me había marcado.
Y escapo.
Escapo de mi misma.
Tomo vuelo y me sueño, construyendo un alma y un cuerpo que me deje en buen puerto.
¿Qué temo?
Lo mismo que todo bicho viviente.
Tenerla frente a frente.
¿A qué o quien?
Ya se sabe.
La innombrable.
La muerte.
La que llega arrasando a todos aquellos que formaban mi mundo desmontándolo.
La que también cuenta conmigo.
La que aunque sé con certeza está, temo por todo lo que la conciencia de ella me da.
Pienso en ella.
Mucho.
Cuando llega la noche, vienen a mí una confusión de ideas.
Entonces, aunque el cuerpo pide reposo, mi mente no quiere dejarse llevar.
Al fin, el sueño vence y, a la mañana siguiente, me veo con la luminosidad del día, dispuesta a arrancarme todas las ganas del alma y dada a poner los diques y mojones de mi nuevo caminar.
Será esto el transito a un nuevo estado.
No en vano nos transformamos.
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