Minuciosamente dispuso sobre la mesa cada uno de aquellos objetos.
En cada uno de ellos encontraba rastros de la memoria. Sentía frío húmedo con algunos. Se le helaban las entrañas sólo recordar momentos de un tiempo que parecía haber dejado atrás.
Se había hecho necesario ponerse a reducir el equipaje.
Largos años acumulando para nada. Si al fin, encima, lo que se dice encima apenas podría cargar con lo que pudiera caber en un pequeño atillo.
Las fuerzas no le permitían arrastrar más.
Se había propuesto repartir sus enseres, y quedarse con lo mínimo.
Había decidido dejar la casa y emprender el viaje final caminando por los caminos que le llevaran allá dónde sus pies se lo permitieran.
Su cuerpo no respondería mucho tiempo, pero debía darse esa oportunidad.
La vida acortaba sus pasos.
Le habían dado un pronóstico con caducidad.
Obviaría ese destino y viviría con la ilusión de estrenar cada uno de los días que el amanecer le pusiera por delante.
Dejaría que la naturaleza obrara su curso.
No quería entrar en juegos malabares ni encerrarse en paredes de hospital.
Así había decidido llegar a su final.
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