Mi sobrino Fernando se quedó en África.
Era un muchacho, pero supo que allí estaba su sitio.
Sofia, su madre, no aceptaba su decisión.
Hasta entonces, ella parecía haber delegado los cuidados de su hijo en su madre, Nicole, y su compañera de vida, Mila.
Había estado ausente largas temporadas, confiada en el buen criterio de las otras.
Estuvo a punto de ir tras él.
No podía soportar la idea de perderlo para siempre.
Fue él quien la contuvo.
-Es mi destino, madre, no el tuyo.
Esas palabras venidas de un muchacho de dieciséis años cobraron mayor alcance.
Aceptó, no le quedó más remedio.
Cayó en un profundo dolor.
La tristeza demudó su gesto.
Dejó de planificar nuevos proyectos.
Todas nos preocupamos y quisimos ayudarla.
No había argumentos que la animaran.
-En mal día se me ocurrió llevarlo conmigo.
No paraba de repetir una y mil veces esas palabras.
Tras un periodo de varias estaciones, decidimos que era necesario hacer un viaje para que se encontrara con la tribu en que habitaba su hijo.
Allí fuimos las tres, Sofía, Mila y yo.
Paramos en uno de los hoteles de Casablanca y nos dejamos ver por los mercados.
Serían ellos quienes se acercaran a nosotras.
Así ocurrió.
Una muchacha con ojos de agua nos ofreció con insistencia unas esencias.
Entre ellas, cuando se las compramos, dejó deslizar un lazo rosa.
Todas supimos que era el que Fernando, cuando era niño, había sustraído de la caja que todavía se conservaba en la casa del pueblo.
Volvimos al hotel con la esperanza de que él se pusiera en contacto con nosotras.
Ella nos seguía. Nosotras lo pudimos advertir.
Al cabo de una semana, se presentó en la puerta del hotel con un niño en los brazos.
Era el vivo retrato de Fernando cuando era bebé.
La emoción impidió el disimulo.
Nos acercamos a ella y le dimos un abrazo, una tras otra.
Ella los aceptó, y nos entregó el bebé.
Cuando quisimos recuperar su mirada, no estaba.
Allí estábamos desconcertadas.
Entre los ropajes del niño, había una carta.
En ella Fernando nos informaba de que ese era su hijo.
Que volvería a por él.
Esperamos contentas, pensando que por fin podríamos estrecharlo en nuestros brazos.
Sofía recuperó la alegría al mantener contacto con su nieto.
Todo ello borró las sombras del pasado.
Cuando Fernando se presentó ante nosotras, estábamos paseando olvidadas de la espera.
¡Había crecido tanto!
Era un hombre.
Sofía no pudo contener la emoción y rompió en llanto.
En ese momento brotaron las lágrimas que secas tenía.
Regresamos a nuestras casas.
Las heridas cerraron para siempre.
Valió la pena intentarlo.
Ese encuentro fue la antesala de otros.
A partir de entonces, organizábamos ese viaje una vez al año.
Cuando Shilain fue mayorcito quiso venir con nosotras.
Tuvo muchos hermanos y hermanas, pero él fue quien sintió la llamada de nuestros orígenes.
Fernando tuvo que consentir que viniera.
Primero fueron temporadas cortas.
Posteriormente se instalo con nosotras.
Ahora está a mi lado.
Él es el que teclea estas letras.
Yo anciana, no podría.
La vista no me alcanza.
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