Hoy he dado el paso a una página.
Cuando puse ese nombre a un blog, lo hice pensando desde la mente de Susana Cifuentes. Una anciana que se comunicaba conmigo desde el futuro al que la llevaron mis letras mientras narraba su historia familiar.
Ahora me planteo la pregunta.
Muchas veces he dejado constancia de mi actividad escribidora independiente de si comparto o no lo escrito.
De hecho, tengo continuación de mis últimas novelas inacabadas pendientes de pasar a la pantalla.
Primero argüí que no hacerlo se debía a cansancio e incomodidades varias.
Una capsulitis en hombro izquierdo, en una de las ocasiones, y otra en el derecho.
El otro escollo fue la vista.
De los hombros me he recuperado.
La vista cada vez me da menos cancha.
Mañana empieza el mes en que tengo mi cita.
Escribo bajo una suave nebulosa.
Lo que más me cuesta es ponerme a copiar lo que tengo en papel.
Por dos razones. Una de ellas es que escribo diminuto.
No me iría nada mal que alguien me hiciera la tarea.
Pero hay otra más potente. No quiero perderme las nuevas letras que a mi alma asomen. Esa es la principal.
No caben excusas.
Afirmaré que me gusta que me lean, pero no a cualquier precio.
Poner en marcha la página, es consecuencia del proceso en que me veo envuelta.
Ahora Susana está en silencio.
Soy yo la que se plantea hasta dónde llegar para que mis letras se lean.
Cuando abrí este perfil creía que iba a publicar.
No doy ese paso.
Sigo con mis recursos.
Registros en safecreative, mis blogs, perfiles en algunos foros,...
Ronda por mi mente la propuesta de Susana.
En el momento que tomo un texto de mi librería o lo busco (o encuentro) por internet, estoy dando respuesta a lo que a ella le inquieta.
Si no hubiera lectores (y lectoras) ávidos (ávidas) de vidas recreadas en relatos, cuentos o novelas, no se haría realidad su existencia.
En ellos van nuestras almas, las de quienes escribimos (y las lecturas que hicimos), y las de quienes pasan por sus letras.
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31 oct 2010
30 oct 2010
Hemos partido
Ese instante que nos ata y sujeta a la temporalidad es ocre y frío.
Hemos partido.
Quedan escaras de lo que hemos sido.
Burlona la vida nos ofrece una tregua.
En ella renacemos.
Tumbas abiertas a la espera de los sueños de estar vivos.
Morfeo acuna con sus diosas y sirenas los mares que surca el barquero.
Al final de este viaje, vendrá a pedirnos la moneda que lo pague.
Estaremos al otro lado el día menos pensado y, aunque tengamos ocasión de revisar las horas muertas y desatinos de nuestro paso, nos abrazará con el rayo destructor ofreciéndonos los abismos de la desazón.
Cadalso al que fuimos destinados en ese primer llanto de respiración aeróbica.
Ese día debimos cerrar nuestros orificios de ventilación para evitarnos el dolor de la consciencia.
Sabernos reos del verdugo.
Tener la clarividencia de que no podemos escapar del duro golpe del destino.
Saltaremos en la hoguera del olvido y asiremos los restos del deseo carnal en una bacanal de muertos que quieren dejar rastro de su paso por una existencia que creen real.
Aquelarres para concitar los males y segar con la guadaña el tiempo que pasa.
Cebaremos y untaremos nuestros cuerpos, revolcándonos unos con otros, para desprendernos del saber que hiere nuestra piel.
Abriremos las cortinas que salen de la noche al día, con la esperanza de sabernos almas vivas en cuerpos que, aunque mañana serán pasto de depredadores minúsculos, hoy son sepulcro de amor y esperanza.
El rito nos devuelve la mirada a la muerte, pero aún así la vemos otra, no nuestra.
Son otros los que están allí.
Cada vez son más los muertos que hilaban nuestras historias con la suya.
Se van yendo y tienden su mano para acogernos.
Un buen día, dejará de tener sentido anudar y enhebrar para seguir dando puntadas en el tejido global.
Esa marcha podrá tener miles de interpretaciones, pero la nuestra, la tuya o la mía, la mía o la tuya, será el acto final.
Se correrán las cortinas sin que podamos ver como se vacía ese patio de butacas que tuvo sus versiones sobre lo que de ti se daba.
Decidió acallar su alma
— Ahora no me quiero quedar aquí. —decía María mientras miraba al suelo para evitar que vieran su gesto de asco.
— ¿Mira por dónde vas? —siguió diciéndole su madre, subiendo el tono de voz y con gesto ceñudo. — No cuentes con que andemos detrás de ti. —añadió enrojecida por la ira contenida.
La niña le sacaba de sus casillas.
Tras un portazo, María marchó pisando fuerte.
Se oían sus pasos. Golpeaban el pecho de Luisa, su madre adoptiva.
— En mala hora la trajimos a casa. —pensaba mientras secaba unas lágrimas que sin control se deslizaban por su cara.
Habían soñado tener un hijo. Las cosas no salieron como las planificaron.
Al principio ponían medios para evitarlo.
Dado que eran una pareja estable y la confianza sobre su fidelidad no estaba en duda, habían optado por la pastilla.
En esos tiempos parecía ser más de lo más.
Poderse permitir la libertad del encuentro sin retiradas o esas gomas que tan poco les gustaban.
Nunca temieron sobre consecuencias. Efectos secundarios.
Preguntaron a ginecólogos que buscaron de pago.
Unos les despacharon con un no está bien, otros les pusieron campo abierto y facilitaron las recetas.
Ni todos lo galenos tenían clara esa opción, ni todas las farmacias facilitaban su adquisición.
Eran tiempos de adaptación social.
Las viejas consignas predominaban.
La primera receta, venía escudada en una prescripción de control del ciclo menstrual. El especialista, ocultaba el control de natalidad en ese supuesto. Muchos lo hacían así.
Hubo que buscar otras marcas. Con esa enfermaba y desangraba.
Bastó una consulta telefónica para que el doctor le indicara cual.
Al final hubo el ajuste deseado.
Así tiraron unos años.
En ese tiempo, las restricciones fueron siendo menos. Se pudo hablar sin subterfugios sobre ello.
Querían vivir. Los hijos vendrían después. Era pronto para atarse.
En un descuido hubo embarazo.
Pasaron días y noches de dudas.
Si estaban planificando para no tener hijos, de momento, el paso a dar era consecuente con sus propósitos.
Buscaron la mejor opción.
Fueron a lugares que tramitaban el viaje.
Ir a Londres fue su elección.
No irían los dos.
Una amiga que había vivido en esa ciudad durante un largo periodo de su vida la acompañaría. Le pagarían los gastos. Con eso podían.
Fue una buena elección. Hubo dos vivencias, la del traumático proceso y la visita guiada por museos y calles.
En el vuelo, la acompañante sufrió un mareo. Se supuso que era la que hacía ese viaje y ella su acompañante. Ese equivoco fue motivo de sorna, cuando se volvieron a encontrar en la sala de espera previa a la intervención quirúrgica.
Allí supieron que ese viaje llevaba a un destino, el de interrupción del embarazo.
En la entrevista se alegaron razones psicológicas, tras haberse explicado.
No fue grato.
El cuerpo quedó bajo la química de las hormonas que en ese estado se disparan.
Pasado el tiempo, aquello era historia.
Dejó de ingerir aquellas pastillas que ya daban señales químicas en su cuerpo.
La piel erupcionó y el ciclo se interrumpió.
Buscaron la concepción.
No sólo no se dio, sino que ella enfermó.
Se hizo necesario un tratamiento hormonal. Su cuerpo reaccionó muy mal. El dolor le partía por la mitad. Lo dejó.
Buscó otros y otras especialistas.
Tenía pérdidas incontroladas. Se desangraba.
Lo que le ofrecieron fue compensarlas con hierro.
Así durante un tiempo.
El siguiente paso fue la histerectomía.
Hubieran vivido sin hijos, pero no pudieron, era más fuerte el deseo.
Allí llegó María, una niña de cinco años.
Adaptarse fue complejo y difícil.
Siempre respondía con aquella de: “Tú no eres mi madre.”
Ahora se arrepentía y miraba su vida queriendo darle la vuelta a todo lo que a ella le conducía.
Se habían quedado solas, él no lo resistía.
Cambiaron las cosas.
Se había pasado a ser de esas madres que sólo ven el mundo en los hijos.
Su pareja se resintió y buscó consuelo en otros brazos.
Sólo le quedaba María, no podía perderla.
Se sentó en el rincón iluminado por el último rayo solar.
Cuando quiso percatarse de su estado, la sala estaba a oscuras.
El vacío la heló.
No viviría allí días por venir.
Buscó entre los calmantes que tenía para relajarse y los tomó sin control. Decidió acallar su alma.
— ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamaaa…!
Sonó en gemido.
Sonó en aullido.
28 oct 2010
Mañana prevés tener ocasión
Unas líneas de letras desconchadas en el recuerdo.
Esas fueron tus palabras otro tiempo.
Como paredes encaladas, buscan ser repintadas.
El momento pasó de largo, ahora es otro.
¿Con qué letras te verás?
¿Qué versos te andarán?
Entretanto, atiendes la mirada a través de tu ventana.
El reflejo ilumina tu cara.
No lo ves, pero piensas que así es.
En la calle, un sol otoñal despinta las sombras durante un rato, haciéndote creer que está, cuando a penas se mantiene en pie.
Pronto las casas vecinales cubrirán sus rayos y algunos reflejos escaparan para seguir con el simulacro.
Teñirán de tibieza tus estancias.
Pierdes la ocasión de gozarlo.
¿A qué esperas?
Deja esta luz fatua y ve al encuentro de los últimos rayos.
Ho hubo tiempo.
Ya marcharon.
Con temblorosa desazón vienes a la lumbre de este rincón.
Te basta ponerte ante la nívea pantalla para teñirla de sueños y esperanzas.
Mañana prevés tener ocasión.
24 oct 2010
¿Seré esa?
Sé que estoy,
pero me siento ausente.
No podría explicar qué me corre.
Tengo una sensación extraña.
Un vacío que no se localiza en el alma.
Lo siento en cabeza hueca.
Parece como si mis pensamientos vinieran de otro lado.
Es similar a una estancia sin muebles.
Se produce el eco propio de la que antes los tenía.
Sigo mis rutinas y manejo elementos que podrían huir de mí.
Mañana incierto me acecha.
Después de ésta habrá un reencuentro en el espejo.
¿Seré esa?
22 oct 2010
APUNTE ante fractales
Si llegara a ese verso definitivo, dejaría de escribir.
¡Dios no lo quiera así!
No cuento con Él, pero es recurrente exclamar teniéndolo como oyente, aunque esté ausente.
Hay variaciones que no modifican nada.
Las hay sorpresivas, sorprendentes a la nueva mirada.
Puedo ver en otra dimensión.
¿Cómo trasladarlo a tu mirada?
Fondo y forma. Forma y fondo.
Cuesta hacer y seguir un acto mecánico y rutinario.
Mientras lo haces, sumérgete en él.
Pon tus dedos en la herida y atraviésala hasta que chorree la hiel.
Navega en profanidades. Infinidades. Miríadas.
El tótem. Acto totémico. Rito.
Luz.
Ausencia.
Silencio.
Cualquier palabra no basta.
No la hay.
Se vale.
Mirarla y quedarse.
Contemplarla.
Entrar.
Dejar que invada tu campo visual.
Y tu mente.
Que no permita nada más.
Que por sí sola ocupe lugar, reduciéndolo a la nada.
Me alimentaba lo que despertaba en ti
Alimenté mi deseo en el tuyo.
Aquel fuego hirió mi carne.
¿Cómo es posible que ahora, tras la sequía del tiempo, vuelvas a mí?
Hubo hondo sentimiento.
Después olvidé.
Ahora sufro el envite en mis sueños.
Te siento.
Te recuerdo.
Has venido tras el telón del tiempo.
En ese círculo que me retiene dentro.
Me has dado la oportunidad de volver a mirar antes de marchar.
Tú me esperas.
Sé que llega el fin de esta forma vital.
Con un pie en la tumba.
¡Qué arrogancia!
Todos estamos expuestos.
No hay distancia.
Tú, yo y el otro.
Todos a estación término, antes o después.
Aquel fuego hirió mi carne.
¿Cómo es posible que ahora, tras la sequía del tiempo, vuelvas a mí?
Hubo hondo sentimiento.
Después olvidé.
Ahora sufro el envite en mis sueños.
Te siento.
Te recuerdo.
Has venido tras el telón del tiempo.
En ese círculo que me retiene dentro.
Me has dado la oportunidad de volver a mirar antes de marchar.
Tú me esperas.
Sé que llega el fin de esta forma vital.
Con un pie en la tumba.
¡Qué arrogancia!
Todos estamos expuestos.
No hay distancia.
Tú, yo y el otro.
Todos a estación término, antes o después.
20 oct 2010
Nos hicimos un favor
Vino ella. Abrió la puerta y quedó a la espera.
Salimos corriendo.
Apuramos el paso, disimulando.
_ No ves que todos están mirando._ le dije deteniéndome.
Ella me tomó del bolso que llevaba en bandolera y tiró de mí.
_ ¡Date prisa! ¡No te entretengas!
_ Acaso piensas que nos sobra tiempo.
_ No lo tenemos.
Perpleja, la seguí.
Ya me daría cuenta de esa premura en otro momento.
Entramos al metro y nos sentamos en uno de los bancos del andén. Manteniendo las distancias con los otros que ni siquiera miraban, con esa actitud vacía que da a entender no estar.
Parecía que el tiempo no llegaba a dar sus pasos.
Ella se quejaba de la lentitud en que éste pasaba. Yo quedaba atrapada en su ritmo.
Al fin subimos, entre empujones y empellones.
Nos situamos en el ángulo que parecía acogernos.
_ ¿A dónde vamos?_ le pregunté.
_ ¡Ya verás!
_ No me dejes en ascuas. Ya sabes que no aguanto las expectativas cuando me dices algo. Por favor, aclárame y no me inquietes. Me pone nerviosa no saber porque te sigo.
Ella ni se inmutó y sonrió.
Decidí no entrar en su juego y me evadí.
Miré la pantalla en la que se movía una danza.
No había sonidos otros que los ruidos de la máquina y las conversaciones que con ellos se confundían.
Ella me observaba y sonreía.
Sabía que estaba huyendo de la inquietud en que me colocaba.
No había secretos en nuestros gestos. Nos sabíamos y entendíamos. No en vano, llevábamos tiempo juntas.
Cuando el vagón paró en la estación, destino de su finalidad, me resistí y le dije que no la seguía.
Quise forzar para que me comunicara la razón de ese paseo subterráneo.
_ ¡Tú te lo pierdes!
Dicho y hecho.
Descendió y yo quedé dentro.
En la siguiente estación bajé con remordimientos.
Cogí el convoy de vuelta.
Lo hice con intención de regresar al punto de origen.
Veía inútil seguir.
Allí la vi.
Subió y se sentó a mi lado.
No nos hablamos.
No nos miramos.
Seguimos desandando nuestros pasos.
Ese silencio se impuso durante horas.
Lo que empezó siendo un juego, acabo en desastre.
Al día siguiente hizo sus maletas y marchó.
Mi orgullo impidió que la siguiera.
Ahora me lamento de su ausencia.
Llaman a la puerta.
Será ella.
No creo.
Tiene llave y podría entrar en cualquier momento.
Atiendo y miro por la mirilla.
No hay nadie.
El ascensor pasa de largo.
Así días.
Así meses.
Así años.
¿Qué era lo que ella me ofreció que nos llevó a la ausencia?
La curiosidad fue a más conforme pasaban los días.
Requiebro mi memoria y pienso que me puso a prueba.
Quiso saber y supo.
No me dejé llevar.
Con ello se perdió todo.
Nunca más.
Olvidé que hubo ese momento en mi vida.
¿Por qué lo recuerdo ahora?
Ha sido algo casual.
He creído verla en la calle.
Me ha parecido que iba de la mano de alguien.
No me he incomodado.
Lo he visto ante mí como si no tuviera que ver conmigo.
Ausente de lo que me podía concernir.
Pasó de largo.
Simplemente lo estoy rememorando.
No estoy sola.
Otra está a mi lado.
Ella no juega con mi paciencia ni me enreda con esas fantasías.
Soy yo quien ha tomado el mando.
Le pongo a prueba y ella sale airosa.
Aprendí que el mundo debe inventarse a cada paso.
Es posible que me esperara un regalo.
Puede ser que en ese gesto me llevara al límite para romper conmigo.
Si así fue, lo consiguió y nos hicimos un favor.
19 oct 2010
Así las cosas, quedas parada.
Te asaltan dudas e inseguridades.
Pierdes el impulso que te llevó a ese puerto.
Escribir tiene dos tiempos.
En el primero vuelas y disfrutas.
¿Tiene sentido dar paso al segundo, si no es gozoso?
Piensas que vale poco para tanto esfuerzo.
Si desde el sitio asignado en que te asientas tienes esa duda,
¿cómo podrás convencer a quien te lee?
Es la fractura la que aniquila.
Si no superas ese escollo, difícilmente iluminarás tus letras.
Es cierto que pasó de largo el momento en que las concebiste, y ahora quisieras otros vuelos.
El movimiento no permite que se asiente y sedimente.
No hay tiempo.
Pasa de largo.
Quieres librarte de ese trabajo.
Lo dejas de lado.
No por desidia.
Ahora estás en otro tramo.
El camino quedó atrás y la maleza hace imposible reanudarlo.
De vuelta todo es distinto.
Si lo haces, pierdes la promesa de lo por venir.
No estás conforme.
El límite lo pones.
Lo encuentras.
Se siente.
Frena.
Detiene.
Hay una espera de imprevisible salida.
La falta de sentido corroe.
Hubieras vivido.
Hubieras sabido.
Hubieras tenido.
Pasado es cadáver.
Con él te hundes.
Sin él no existes.
Necesitas decirte.
Es para ti.
No para otras gentes.
Aún así, lo pones en frente, a la vista del mundo que un día te tendrá ausente.
Una mirada.
Una palabra.
Un gesto que anime tu alma.
Has caído en descuido.
Has perdido.
Has concluido.
Así las cosas, quedas parada.
18 oct 2010
Apariencias no son hechos
Hay complacencias vacías.
Amistades no dadas, pero disimuladas.
Hay espacios de puertas abiertas que no ceden la entrada.
Hay mundos vedados aunque no tengan fronteras.
Hay silencios que gritan y palabras no dichas que golpean el alma.
Hay un mundo de exclusión que alborota la sangre y clama.
Hay abrazos negados y besos esquivos aniquilados.
Hay nadas que venden páramos.
Hay todos negados. Acotados.
Hay un saco vacío lleno de promesas falsas.
No hay esperanza para quien con ella se salva.
No hay caminos abiertos de uno a otro lado del mundo.
No hay espacios de asiento.
No hay una mano tendida.
No hay un amigo que de lo que tiene a cambio de nada.
No hay sentido en los pasos del destino.
No hay soluciones para quien no quiere darlas.
No hay verdades pactadas.
No hay ganas de salvarse.
Si hubiera deseos el mundo se llenaría de posibilidad.
Los deseos son de usar y tirar.
No hay constancia.
Hay un viajero que olvida cuidar de su nave.
La Tierra no es un trasto que haya de abandonar en el desguace.
Promesas de mundos de otras galaxias son engaños que olvidan el hambre y pobreza del semejante.
Esos sueños son aire.
Somos materia en continuo proceso degenerativo.
Queremos permanencia.
Ni siquiera la roca es estable.
Todo forma parte de la esencia.
Si una de las partes rompe el sentido de su existencia, toda ella se parte.
No habrá un mundo de posibilidades si rompemos el ritmo al que somos adscritos.
Apariencias no son hechos.
Amistades no dadas, pero disimuladas.
Hay espacios de puertas abiertas que no ceden la entrada.
Hay mundos vedados aunque no tengan fronteras.
Hay silencios que gritan y palabras no dichas que golpean el alma.
Hay un mundo de exclusión que alborota la sangre y clama.
Hay abrazos negados y besos esquivos aniquilados.
Hay nadas que venden páramos.
Hay todos negados. Acotados.
Hay un saco vacío lleno de promesas falsas.
No hay esperanza para quien con ella se salva.
No hay caminos abiertos de uno a otro lado del mundo.
No hay espacios de asiento.
No hay una mano tendida.
No hay un amigo que de lo que tiene a cambio de nada.
No hay sentido en los pasos del destino.
No hay soluciones para quien no quiere darlas.
No hay verdades pactadas.
No hay ganas de salvarse.
Si hubiera deseos el mundo se llenaría de posibilidad.
Los deseos son de usar y tirar.
No hay constancia.
Hay un viajero que olvida cuidar de su nave.
La Tierra no es un trasto que haya de abandonar en el desguace.
Promesas de mundos de otras galaxias son engaños que olvidan el hambre y pobreza del semejante.
Esos sueños son aire.
Somos materia en continuo proceso degenerativo.
Queremos permanencia.
Ni siquiera la roca es estable.
Todo forma parte de la esencia.
Si una de las partes rompe el sentido de su existencia, toda ella se parte.
No habrá un mundo de posibilidades si rompemos el ritmo al que somos adscritos.
Apariencias no son hechos.
15 oct 2010
13 oct 2010
La duda
Mario Sepúlveda: "Estuve con dios y con el diablo"
A esas palabras viene la duda.
¿Dios juega un papel en el momento que la persona se encuentra ante la situación desesperada?
Somos niños que nos ponemos bajo su velo.
Las creencias salen a flote en esos momentos de desesperanza.
Yo creo en energías que se unen cuando las personas rezan y hacen piña alrededor de los que sufren la adversidad.
Esa energía es una fuerza.
Nuestras miradas puestas en ellos lo son.
El consuelo que hace superar el escollo, del que ante sí no ve salida.
Estoy pendiente de esas vidas.
Sus vidas no volverán a ser las mismas.
Las nuestras tampoco.
Cada vivencia nos transforma.
Deseé que las ayudas tecnológicas y humanas fueran suficientes y adecuadas, que los tiempos de espera se acortaran.
No recé.
No lo hago nunca.
Siento que mi interior se pone en consonancia con las personas, cuando sé que algo les pasa, sean próximas o lejanas.
Ayer escuché en la radio que se les iría sacando sedados, para evitar la angustia y ansiedad que la situación provocaría en el momento del rescate.
En este momento son diez los que han salido.
Lo sigo desde: http://www.latercera.com/
12 oct 2010
Monotonía tintineante
Postreros resortes.
Ensarto en el aire
Remedo el silencio
Atiendo los ayes
Me siento en requiebro
Recojo tristeza
Lisa mente se abre
El día dilata y llega la tarde
Se cierra la noche
Húmedas las calles
Gotea la lluvia
La mente cabalga
Pérdida de aire
Se hizo tan largo
Ahora no hay trance
El tiempo desgasto
Mañana dilatante
Volverá a secarse
Monotonía tintineante
Ensarto en el aire
Remedo el silencio
Atiendo los ayes
Me siento en requiebro
Recojo tristeza
Lisa mente se abre
El día dilata y llega la tarde
Se cierra la noche
Húmedas las calles
Gotea la lluvia
La mente cabalga
Pérdida de aire
Se hizo tan largo
Ahora no hay trance
El tiempo desgasto
Mañana dilatante
Volverá a secarse
Monotonía tintineante
Ricardo
Nunca sabré qué hizo que dejara de interesarme como hombre.
Es posible que sintiera algo por él cuando coqueteaba dejando que me cortejara.
Tardé mucho en dejar que mi cuerpo respondiera.
Era yo quien tomaba la iniciativa cuando estaba con alguien.
Al principio no diferenciaba.
Podía entrar a saco con un chico o una chica.
Fue más tarde, cuando supe que las chicas sacaban de mí emociones sensitivas desconocidas.
Eran el espejo en que me veía.
Ricardo entendió que éramos incompatibles a ese nivel.
Cuando quiso de mí, tuve que decirle que mis gustos se estaban destapando en otro lado.
Mi orientación se iba definiendo.
Lo intentamos.
Fue fracaso.
Mi actividad no encajaba con la suya.
Aquella vez descubrimos que podíamos hablar de muchas cosas compartidas, pero nuestros cuerpos no respondían.
Lloramos juntos.
Reímos.
Tal vez hubiéramos sido felices si lo nuestro hubiera funcionado.
El tiempo nos mostró el error.
Los dos disfrutamos más con personas de nuestro mismo sexo.
A él le costó más aceptarlo.
Después de reconocer que lo nuestro no podía ser, pudimos entablar una relación nueva.
Cómplices nos abrimos uno al otro.
Nos supimos en esencia.
Amaba a mi hermano.
Le costó confesarlo.
Para saberlo, pasó por un bache.
Cogió una depresión terrible.
En ese tiempo compartimos confidencias.
Sólo se atrevió a decir que era así, cuando se destensó su silencio.
Tuvimos un encuentro los tres.
Hablé con Ignacio, pensando que sería bueno prepararlo.
Él lo tomó bien.
Me sorprendió su respuesta.
Nunca había afrontado con él esa tendencia.
Me dijo que entendía que las personas sintieran afinidades como las nuestras, pero él sabía cuales eran las suyas.
Le ofreció amistad.
Toda la que siempre le pudo dar.
Ricardo no podía seguir cerca de él con esos sentimientos.
Confirmó que el equilibrio venía dado por el trío de ellos y yo.
Mis deseos de trotamundos desestabilizaban la balanza.
Yo tenía mis historias.
Ignacio no parecía tenerlas.
Él podía vivir en la contemplación del ser amado.
Mientras ese círculo funcionara, todo estaría bien para él.
Es posible que sintiera algo por él cuando coqueteaba dejando que me cortejara.
Tardé mucho en dejar que mi cuerpo respondiera.
Era yo quien tomaba la iniciativa cuando estaba con alguien.
Al principio no diferenciaba.
Podía entrar a saco con un chico o una chica.
Fue más tarde, cuando supe que las chicas sacaban de mí emociones sensitivas desconocidas.
Eran el espejo en que me veía.
Ricardo entendió que éramos incompatibles a ese nivel.
Cuando quiso de mí, tuve que decirle que mis gustos se estaban destapando en otro lado.
Mi orientación se iba definiendo.
Lo intentamos.
Fue fracaso.
Mi actividad no encajaba con la suya.
Aquella vez descubrimos que podíamos hablar de muchas cosas compartidas, pero nuestros cuerpos no respondían.
Lloramos juntos.
Reímos.
Tal vez hubiéramos sido felices si lo nuestro hubiera funcionado.
El tiempo nos mostró el error.
Los dos disfrutamos más con personas de nuestro mismo sexo.
A él le costó más aceptarlo.
Después de reconocer que lo nuestro no podía ser, pudimos entablar una relación nueva.
Cómplices nos abrimos uno al otro.
Nos supimos en esencia.
Amaba a mi hermano.
Le costó confesarlo.
Para saberlo, pasó por un bache.
Cogió una depresión terrible.
En ese tiempo compartimos confidencias.
Sólo se atrevió a decir que era así, cuando se destensó su silencio.
Tuvimos un encuentro los tres.
Hablé con Ignacio, pensando que sería bueno prepararlo.
Él lo tomó bien.
Me sorprendió su respuesta.
Nunca había afrontado con él esa tendencia.
Me dijo que entendía que las personas sintieran afinidades como las nuestras, pero él sabía cuales eran las suyas.
Le ofreció amistad.
Toda la que siempre le pudo dar.
Ricardo no podía seguir cerca de él con esos sentimientos.
Confirmó que el equilibrio venía dado por el trío de ellos y yo.
Mis deseos de trotamundos desestabilizaban la balanza.
Yo tenía mis historias.
Ignacio no parecía tenerlas.
Él podía vivir en la contemplación del ser amado.
Mientras ese círculo funcionara, todo estaría bien para él.
9 oct 2010
Emilia
Ayer supe que por fin te habías liberado de las garras de la vida.
Mi querida y recordada tía.
Hoy has entrado en el cubículo que esperaba tus restos, al lado de Manuel, tu esposo.
No lloré al saber que habías muerto.
Me alegró saber que terminaba tu calvario.
Tu mente despierta debió ser la cruz.
Él marchó antes.
La espera para el reencuentro debió ser dura.
Hubiera valido la pena sobrevivir si no hubiera fallado tu cuerpo, pero no fue así.
Recuerdo tus palabras de desencanto.
Me hicieron mella.
Desde ayer te recuerdo activa.
La memoria nos regala recuperar esos momentos en que transmitías tu interés por las cosas.
Ahora empiezo a tener el nudo en la garganta.
No puedo evitar esas lágrimas que mereces.
Mi muestra de reconocimiento está en estas líneas.
Descansa en paz y en su compañía.
CABE ESPERAR es la espera de ese reencuentro.
A partir de ahora no será igual.
Hoy, cuando seguía con la muerte de Julián, te cruzabas en mi mente.
Pensaba en el nicho que te recibía.
El que elegiste para mi tío y para ti.
Mamá soñó, o se encontró con él.
Estuvo en el trance que tras la operación la tuvo en la puerta de ese túnel de luz.
Ella me lo explicó al poco rato de vivirlo.
Hoy he pensado que os habréis encontrado y enlazados paseareis por el no espacio del no tiempo a la espera de los que hemos de ir a vuestro encuentro.
Os quiero.
Mi querida y recordada tía.
Hoy has entrado en el cubículo que esperaba tus restos, al lado de Manuel, tu esposo.
No lloré al saber que habías muerto.
Me alegró saber que terminaba tu calvario.
Tu mente despierta debió ser la cruz.
Él marchó antes.
La espera para el reencuentro debió ser dura.
Hubiera valido la pena sobrevivir si no hubiera fallado tu cuerpo, pero no fue así.
Recuerdo tus palabras de desencanto.
Me hicieron mella.
Desde ayer te recuerdo activa.
La memoria nos regala recuperar esos momentos en que transmitías tu interés por las cosas.
Ahora empiezo a tener el nudo en la garganta.
No puedo evitar esas lágrimas que mereces.
Mi muestra de reconocimiento está en estas líneas.
Descansa en paz y en su compañía.
CABE ESPERAR es la espera de ese reencuentro.
A partir de ahora no será igual.
Hoy, cuando seguía con la muerte de Julián, te cruzabas en mi mente.
Pensaba en el nicho que te recibía.
El que elegiste para mi tío y para ti.
Mamá soñó, o se encontró con él.
Estuvo en el trance que tras la operación la tuvo en la puerta de ese túnel de luz.
Ella me lo explicó al poco rato de vivirlo.
Hoy he pensado que os habréis encontrado y enlazados paseareis por el no espacio del no tiempo a la espera de los que hemos de ir a vuestro encuentro.
Os quiero.
8 oct 2010
Duele recordarlo
Papá murió.
Ese dolor fue el primero que se enquistó en mi alma.
La vida me negó el adiós de la madre.
Ella se fue para darme paso a mí.
Julián lo había sido todo.
Cuando llegó a mí la noticia, sus cenizas estaban en el suelo.
Él había pedido que se esparcieran por el monte.
En ese momento no supe lo doloroso de su ausencia.
Ese impacto emocional cayó sobre mí como una avalancha cuando entré a la casa que me vio nacer.
Fue allí dónde se abrió dentro de mí el abismo de la tristeza contenida.
Has escrito sobre su muerte y he revivido ese momento.
Es posible que ahora que mi espera está llegando a su fin lo reviva.
Sé que mi plazo es corto.
Ya me toca.
Recuerdo con viveza su presencia.
Veo su mirada, cuando creyendo que nadie le observaba se entretenía repasando la silueta de Matilde.
Aunque yo era una niña, eso no me pasó por alto.
Supe leer en su gesto.
Entendí que vivían en el cielo.
No recuerdo que discutieran en ningún momento.
En ellos aquello de amor reñido, amor querido, no era razón de ser.
Hablaban, se miraban, se escuchaban.
Siempre busqué el reflejo de lo que en ellos vi.
Nunca lo hallé.
Me identifiqué.
Quise ser su espalda.
Quise ser su cara.
Quise ser sus manos.
Quise ser él.
Es posible que esa sea la razón por la cual he buscado en otras mujeres lo que deseé de Matilde.
Él la poseía.
Él la tenía.
Sentí celos y rechacé esos sentimientos.
No reconocí en ese momento que me dolía no poder tener lo que él tenía.
Le amaba y odiaba.
Era mi padre y al tiempo mi rival.
Ella me dedicaba mimos y atención, pero ante él resplandecía.
Se fueron y me tocó quedar para recordar.
Larga espera lacera el final de mis días.
Ese dolor fue el primero que se enquistó en mi alma.
La vida me negó el adiós de la madre.
Ella se fue para darme paso a mí.
Julián lo había sido todo.
Cuando llegó a mí la noticia, sus cenizas estaban en el suelo.
Él había pedido que se esparcieran por el monte.
En ese momento no supe lo doloroso de su ausencia.
Ese impacto emocional cayó sobre mí como una avalancha cuando entré a la casa que me vio nacer.
Fue allí dónde se abrió dentro de mí el abismo de la tristeza contenida.
Has escrito sobre su muerte y he revivido ese momento.
Es posible que ahora que mi espera está llegando a su fin lo reviva.
Sé que mi plazo es corto.
Ya me toca.
Recuerdo con viveza su presencia.
Veo su mirada, cuando creyendo que nadie le observaba se entretenía repasando la silueta de Matilde.
Aunque yo era una niña, eso no me pasó por alto.
Supe leer en su gesto.
Entendí que vivían en el cielo.
No recuerdo que discutieran en ningún momento.
En ellos aquello de amor reñido, amor querido, no era razón de ser.
Hablaban, se miraban, se escuchaban.
Siempre busqué el reflejo de lo que en ellos vi.
Nunca lo hallé.
Me identifiqué.
Quise ser su espalda.
Quise ser su cara.
Quise ser sus manos.
Quise ser él.
Es posible que esa sea la razón por la cual he buscado en otras mujeres lo que deseé de Matilde.
Él la poseía.
Él la tenía.
Sentí celos y rechacé esos sentimientos.
No reconocí en ese momento que me dolía no poder tener lo que él tenía.
Le amaba y odiaba.
Era mi padre y al tiempo mi rival.
Ella me dedicaba mimos y atención, pero ante él resplandecía.
Se fueron y me tocó quedar para recordar.
Larga espera lacera el final de mis días.
4 oct 2010
A penas tanteo
El viaje fractal es un proceso que nunca se cierra.
Los textos y otras hierbas no tienen porque ser obras cerradas.
Busco las tres dimensiones de mis historias escritas.
Eso creo que las justifica.
Unas veces en versos y otros en tramas en que los personajes toman el rumbo.
Me pongo ante la página en blanco y espero que tiren de mí.
A penas tanteo.
http://el-orden-del-caos-fractales.blogspot.com/
Los textos y otras hierbas no tienen porque ser obras cerradas.
Busco las tres dimensiones de mis historias escritas.
Eso creo que las justifica.
Unas veces en versos y otros en tramas en que los personajes toman el rumbo.
Me pongo ante la página en blanco y espero que tiren de mí.
A penas tanteo.
http://el-orden-del-caos-fractales.blogspot.com/
CABE ESPERAR en un blog
He copiado el tercer paso del primero.
Hubiera asegurado que tenía más sobre esa época.
Los tiempos en que Matilde, tu segunda madre (madrastra), se hacía cargo de la educación de tu amado hermano Ignacio.
Tras hacerlo he pensado en la escena que quedaba fuera de campo.
Los pensamientos confusos de Ignacio, ignorante de que ella será su futura madre.
El regreso a la casa, con los créditos en la mano y el sabor agridulce de una despedida entre sentimientos ignorados.
Una Jacinta que habla entre dientes, pero que omite informaros.
Se omitieron elementos que visualicé.
No todo debe darse.
Siempre ha de quedar un espacio a lo imaginado y a lo recuperado en la memoria de pasos próximos en el texto narrado.
Con lo que hoy he copiado en http://cabeesperar.blogspot.com/ se pasa esa página en que Matilde está sujeta a un guión prefijado, dado el papel que como educadora le había tocado.
Aunque su oficio es el mío, no hay en esos pasajes sombras de mi experiencia.
El testimonio viene de esas maestras que me antecedieron.
Está en la época en que yo aprendí mis primeras letras.
Escribí y debo atenerme a lo hecho.
Pongo ante mí el cuaderno en que con lápiz volé sobre ese pueblo que imagine.
Una casa que construí con la experiencia de casas de mis antepasados.
Por ambas partes, de padre y madre, la casa era eso.
Aunque viví en una durante mis primeros años, hasta los dieciséis, en ningún momento la visualicé.
Supongo que eso me hubiera descarnado e impedido novelar sobre una historia que no recorre la mía propia, aunque si la sombra de lo que me rodeo en esa infancia en que como tú no era testigo de lo que vivía.
Hubiera asegurado que tenía más sobre esa época.
Los tiempos en que Matilde, tu segunda madre (madrastra), se hacía cargo de la educación de tu amado hermano Ignacio.
Tras hacerlo he pensado en la escena que quedaba fuera de campo.
Los pensamientos confusos de Ignacio, ignorante de que ella será su futura madre.
El regreso a la casa, con los créditos en la mano y el sabor agridulce de una despedida entre sentimientos ignorados.
Una Jacinta que habla entre dientes, pero que omite informaros.
Se omitieron elementos que visualicé.
No todo debe darse.
Siempre ha de quedar un espacio a lo imaginado y a lo recuperado en la memoria de pasos próximos en el texto narrado.
Con lo que hoy he copiado en http://cabeesperar.blogspot.com/ se pasa esa página en que Matilde está sujeta a un guión prefijado, dado el papel que como educadora le había tocado.
Aunque su oficio es el mío, no hay en esos pasajes sombras de mi experiencia.
El testimonio viene de esas maestras que me antecedieron.
Está en la época en que yo aprendí mis primeras letras.
Escribí y debo atenerme a lo hecho.
Pongo ante mí el cuaderno en que con lápiz volé sobre ese pueblo que imagine.
Una casa que construí con la experiencia de casas de mis antepasados.
Por ambas partes, de padre y madre, la casa era eso.
Aunque viví en una durante mis primeros años, hasta los dieciséis, en ningún momento la visualicé.
Supongo que eso me hubiera descarnado e impedido novelar sobre una historia que no recorre la mía propia, aunque si la sombra de lo que me rodeo en esa infancia en que como tú no era testigo de lo que vivía.
3 oct 2010
Shilain
Mi sobrino Fernando se quedó en África.
Era un muchacho, pero supo que allí estaba su sitio.
Sofia, su madre, no aceptaba su decisión.
Hasta entonces, ella parecía haber delegado los cuidados de su hijo en su madre, Nicole, y su compañera de vida, Mila.
Había estado ausente largas temporadas, confiada en el buen criterio de las otras.
Estuvo a punto de ir tras él.
No podía soportar la idea de perderlo para siempre.
Fue él quien la contuvo.
-Es mi destino, madre, no el tuyo.
Esas palabras venidas de un muchacho de dieciséis años cobraron mayor alcance.
Aceptó, no le quedó más remedio.
Cayó en un profundo dolor.
La tristeza demudó su gesto.
Dejó de planificar nuevos proyectos.
Todas nos preocupamos y quisimos ayudarla.
No había argumentos que la animaran.
-En mal día se me ocurrió llevarlo conmigo.
No paraba de repetir una y mil veces esas palabras.
Tras un periodo de varias estaciones, decidimos que era necesario hacer un viaje para que se encontrara con la tribu en que habitaba su hijo.
Allí fuimos las tres, Sofía, Mila y yo.
Paramos en uno de los hoteles de Casablanca y nos dejamos ver por los mercados.
Serían ellos quienes se acercaran a nosotras.
Así ocurrió.
Una muchacha con ojos de agua nos ofreció con insistencia unas esencias.
Entre ellas, cuando se las compramos, dejó deslizar un lazo rosa.
Todas supimos que era el que Fernando, cuando era niño, había sustraído de la caja que todavía se conservaba en la casa del pueblo.
Volvimos al hotel con la esperanza de que él se pusiera en contacto con nosotras.
Ella nos seguía. Nosotras lo pudimos advertir.
Al cabo de una semana, se presentó en la puerta del hotel con un niño en los brazos.
Era el vivo retrato de Fernando cuando era bebé.
La emoción impidió el disimulo.
Nos acercamos a ella y le dimos un abrazo, una tras otra.
Ella los aceptó, y nos entregó el bebé.
Cuando quisimos recuperar su mirada, no estaba.
Allí estábamos desconcertadas.
Entre los ropajes del niño, había una carta.
En ella Fernando nos informaba de que ese era su hijo.
Que volvería a por él.
Esperamos contentas, pensando que por fin podríamos estrecharlo en nuestros brazos.
Sofía recuperó la alegría al mantener contacto con su nieto.
Todo ello borró las sombras del pasado.
Cuando Fernando se presentó ante nosotras, estábamos paseando olvidadas de la espera.
¡Había crecido tanto!
Era un hombre.
Sofía no pudo contener la emoción y rompió en llanto.
En ese momento brotaron las lágrimas que secas tenía.
Regresamos a nuestras casas.
Las heridas cerraron para siempre.
Valió la pena intentarlo.
Ese encuentro fue la antesala de otros.
A partir de entonces, organizábamos ese viaje una vez al año.
Cuando Shilain fue mayorcito quiso venir con nosotras.
Tuvo muchos hermanos y hermanas, pero él fue quien sintió la llamada de nuestros orígenes.
Fernando tuvo que consentir que viniera.
Primero fueron temporadas cortas.
Posteriormente se instalo con nosotras.
Ahora está a mi lado.
Él es el que teclea estas letras.
Yo anciana, no podría.
La vista no me alcanza.
Era un muchacho, pero supo que allí estaba su sitio.
Sofia, su madre, no aceptaba su decisión.
Hasta entonces, ella parecía haber delegado los cuidados de su hijo en su madre, Nicole, y su compañera de vida, Mila.
Había estado ausente largas temporadas, confiada en el buen criterio de las otras.
Estuvo a punto de ir tras él.
No podía soportar la idea de perderlo para siempre.
Fue él quien la contuvo.
-Es mi destino, madre, no el tuyo.
Esas palabras venidas de un muchacho de dieciséis años cobraron mayor alcance.
Aceptó, no le quedó más remedio.
Cayó en un profundo dolor.
La tristeza demudó su gesto.
Dejó de planificar nuevos proyectos.
Todas nos preocupamos y quisimos ayudarla.
No había argumentos que la animaran.
-En mal día se me ocurrió llevarlo conmigo.
No paraba de repetir una y mil veces esas palabras.
Tras un periodo de varias estaciones, decidimos que era necesario hacer un viaje para que se encontrara con la tribu en que habitaba su hijo.
Allí fuimos las tres, Sofía, Mila y yo.
Paramos en uno de los hoteles de Casablanca y nos dejamos ver por los mercados.
Serían ellos quienes se acercaran a nosotras.
Así ocurrió.
Una muchacha con ojos de agua nos ofreció con insistencia unas esencias.
Entre ellas, cuando se las compramos, dejó deslizar un lazo rosa.
Todas supimos que era el que Fernando, cuando era niño, había sustraído de la caja que todavía se conservaba en la casa del pueblo.
Volvimos al hotel con la esperanza de que él se pusiera en contacto con nosotras.
Ella nos seguía. Nosotras lo pudimos advertir.
Al cabo de una semana, se presentó en la puerta del hotel con un niño en los brazos.
Era el vivo retrato de Fernando cuando era bebé.
La emoción impidió el disimulo.
Nos acercamos a ella y le dimos un abrazo, una tras otra.
Ella los aceptó, y nos entregó el bebé.
Cuando quisimos recuperar su mirada, no estaba.
Allí estábamos desconcertadas.
Entre los ropajes del niño, había una carta.
En ella Fernando nos informaba de que ese era su hijo.
Que volvería a por él.
Esperamos contentas, pensando que por fin podríamos estrecharlo en nuestros brazos.
Sofía recuperó la alegría al mantener contacto con su nieto.
Todo ello borró las sombras del pasado.
Cuando Fernando se presentó ante nosotras, estábamos paseando olvidadas de la espera.
¡Había crecido tanto!
Era un hombre.
Sofía no pudo contener la emoción y rompió en llanto.
En ese momento brotaron las lágrimas que secas tenía.
Regresamos a nuestras casas.
Las heridas cerraron para siempre.
Valió la pena intentarlo.
Ese encuentro fue la antesala de otros.
A partir de entonces, organizábamos ese viaje una vez al año.
Cuando Shilain fue mayorcito quiso venir con nosotras.
Tuvo muchos hermanos y hermanas, pero él fue quien sintió la llamada de nuestros orígenes.
Fernando tuvo que consentir que viniera.
Primero fueron temporadas cortas.
Posteriormente se instalo con nosotras.
Ahora está a mi lado.
Él es el que teclea estas letras.
Yo anciana, no podría.
La vista no me alcanza.
2 oct 2010
Ausente de mí
Ausente de mí.
Por allí ando.
¿Cómo pude advertir que sería así?
Presagios en mi morada lo delataban.
Ahora quisiera lanzar la soga y de ella tirar, sacando del hondo pozo de mi alma lo que me tiene allí atorada.
Imprevisible, se ha posado oscuro y agorero el desánimo.
Aún quedan arrestos para testificar en este lastre que quiero liberar a las aguas de un mar imaginario, para que se acerque a la orilla de mi desesperanza y la desarme.
La mente se despliega en posibilidades, pero la triste semblanza no se va.
Volveré a descontar con cuentas sueltas por engarzar.
Pasaré las ristras del tiempo en mi recuerdo de noedad.
Visitaré los oscuros aposentos en que habito con afán de descorrer las cortinas de las ventanas clausuradas.
Lo haré para salvarme de otro mal.
El que rompe los diques de la cordura y nos hace navegar a la deriva.
Por allí ando.
¿Cómo pude advertir que sería así?
Presagios en mi morada lo delataban.
Ahora quisiera lanzar la soga y de ella tirar, sacando del hondo pozo de mi alma lo que me tiene allí atorada.
Imprevisible, se ha posado oscuro y agorero el desánimo.
Aún quedan arrestos para testificar en este lastre que quiero liberar a las aguas de un mar imaginario, para que se acerque a la orilla de mi desesperanza y la desarme.
La mente se despliega en posibilidades, pero la triste semblanza no se va.
Volveré a descontar con cuentas sueltas por engarzar.
Pasaré las ristras del tiempo en mi recuerdo de noedad.
Visitaré los oscuros aposentos en que habito con afán de descorrer las cortinas de las ventanas clausuradas.
Lo haré para salvarme de otro mal.
El que rompe los diques de la cordura y nos hace navegar a la deriva.
1 oct 2010
Palabras cuerdas para el silencio
Palabras cuerdas para el silencio
Me precipito
He caído
Quedo en el aire
No hay qué me ampare
Recobro el hálito y repongo mi propio sustento
Declino lamentos
Me siento
Atengo a mí el sentimiento
Arcos al aire
Construyo y destruyo
Todo en uno es disuelto
Perpetro aún sin aliento
Le temo
Debo reconocerlo
Aunque me pierdo
Palabras cuerdas para el silencio
Me precipito
He caído
Quedo en el aire
No hay qué me ampare
Recobro el hálito y repongo mi propio sustento
Declino lamentos
Me siento
Atengo a mí el sentimiento
Arcos al aire
Construyo y destruyo
Todo en uno es disuelto
Perpetro aún sin aliento
Le temo
Debo reconocerlo
Aunque me pierdo
Palabras cuerdas para el silencio
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