Atenta

Si tuvieras alas, volarías.
Si tuvieras aletas, nadarías.

Tienes capacidad suficiente para hacer lo que te propongas.

Camina, que eso es algo que te permitirá ver el paisaje que se pone ante ti.
Hazlo para pasar al otro lado.

Las montañas fueron el norte cuando mirabas desde los rincones de tu infancia.

Vuelves a recordarlas y en esa mirada las ves más altas.

No sabías que al otro lado crecían.
Detrás de una sierra venía otra.
Cuando alcanzabas la cima, estabas en el llano.
Desde lejos las dibujabas con la nieve en la cumbre.
La nieve bajaba a tus pies en esos inviernos en que pisarla era un juego.

Esa infancia es tuya.
En ella seguías el paso de la luna.

Las estrellas eran objetos que no te inquietaban.
Lo hicieron después.

Ahora miras la calle gris.
Las luces que quieren perfilarla y las ramas sin hojas.

No es en este momento preciso.
Lo hiciste poco antes de decidirte a bajar las persianas.
En una pausa de lectura tranquila y pausada.

Tienes un libro que no precipita tu alma.
Quieres tomar las cosas con calma.
Degustarlas.

Esta mañana, has descubierto la magia del vapor que salía de la cafetera y has puesto tus dedos juguetones en contacto con él.

¿Cómo es posible que ese acto repetido, en cada uno de tus primeros momentos del día, haya sido hoy revelación de esa semejanza a humo que tomaba el camino a la disipación?

Has tenido a mano la magia del instante.
Lo has sabido y has tomado la experiencia como gema.

Los sentidos despiertan cuando el dolor acecha.

En la noche el dolor ha sido cruel.
La migraña.
Aún sientes su presencia.
El cuerpo débil espera que vuelva su ausencia.

Es un ritmo que conoces y no esperas.
Te sorprende, aparece y lacera.

Esta vez ha sido, es, de las más crueles y duras.

Al tiempo, la mente es dueña.

Clarividencia.
Presencia.
Te sabes cierta.

Adormecen los latidos que golpean.
Quieta.
Esperas.
Sabes que pronto recuperarás el brío.

Atenta.