15 ene 2011

Desierto




Pensaba que el desierto estaba lejos.
Era algo que me inculcaron, haciéndome creer que las dunas y los oasis eran territoriales.
Ahora recabo en el hecho de que en un cincuenta por ciento vengo de él.
No es una figura.
Los Monegros son la cuna de la veta materna.
Un canal bañaba las tierras de mis abuelos.
Tenían huerto, viña y otras.
Ahora la casa está que se cae.
Los que heredaron han muerto.
Los que quedan son mayores.
Hubiera dicho viejos, sin despecho, pero se corrige por el hecho que apunta mi madre, diciendo que viejos son los trastos, no las personas.
Sobreviven y a penas les queda aliento para mirar lo que no es imprescindible.
A mí no me llega la herencia.
Ni quiero.
Son criterios que me alejan.
Tampoco me intereso por lo que quedó atrás.
Sólo que vengo a apuntar ese origen seco.
Mi abuelo, cuando fue al pueblo de mi padre, dijo que la tierra era manteca, tomándola en la mano y deshaciéndola con los dedos.
No es extraño.
Allí el río baña y riega.
También hemos perdido las huellas que de esa otra cuna me llegan.
Todo queda atrás.
Las personas pasaron y dejaron en mi sangre su siembra.
Yo no tengo descendencia.
Aún así, otros quedan.
Eran muchos y en mi generación, y las próximas, hemos ido mermando y ajustando.

Me ha traído a remover el hecho de pensar en la idea de esos espacios especiales.
También he jugado con la idea de lo desértico como inmensidad.
Caminos de arena.
Dunas que se desplazan.

Curiosamente elijo su presencia en algunas de mis letras.
Aparece en las de fantasía o la supuesta mirada a un futuro que nos espera.

Pero ahora quería mirar dentro de mí.
Esa es la razón de mi escribir.
Desiertas, las ideas mecen.
Me veo entre el cielo y la tierra.
Como si estuviera atravesando ese plano de mi existencia en un horizonte color siena.

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Confieso que…

  Sé Que no eres mía Que no soy tuya Me valgo y basto Quiero Estar contigo Ser contigo Iluminas Sin ti  La tormenta se avecina