No hay males comparables.
Cuando murió Nacho, mi hermano, mi mundo se dio la vuelta como un calcetín.
Abandoné lo que llevaba haciendo hasta ese momento.
No reaccioné en muchos años.
Desconocía qué sucedía dentro de mí.
Un dios con pantaloncitos cortos. Ese era Naito (Como yo le llamaba con mi media lengua).
Nunca dejé de admirarle.
Su compromiso era absoluto.
Desconocía la pasión que lo corroía.
Los diarios de Matilde me pusieron ante un Ignacio distinto.
Si no fuera porque ella era otro de mis dioses, hubiera pensado que era una de sus fantasías literarias.
Matilde y yo preparábamos teatrillos y poesías.
Jugábamos juntas.
Yo su niña, ella mi diosa.
Eso hasta que nació Carlos y me desbancó.
Príncesa destronada.
No supe que había sido así, hasta que tuve ante mí la fotografía que se hizo en su bautismo.
¿Cómo es posible saber tanto del mundo y nada de una misma?
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