Tuve que marchar a un internado de monjas para poder estudiar.
Tendrás que hacer un esfuerzo especial para imaginarlo.
Tú nunca hubieras sobrevivido en él.
Tus tiernos años de infancia en ese colegio marcaron con desmemoria la frustración que cayó sobre ti.
A mí no me fue mal.
Agradezco que no hayas cargado tintas negras sobre ese periodo de mi vida.
Me salvó que era tierna y sumisa.
Allí vi, oí y callé.
Los mensajes hicieron mella en mí.
No en el sentido de las intenciones que ellas les ponían.
En ese mundo cerrado supe de la injusticia.
Matilde había puesto en mí la semilla que me hacía libre.
Todo el mundo creía que mis gustos por el periodismo me llevarían a un mundo amarillista.
Cuando se abren los ojos y oídos, se sabe que tras una pantalla se oculta lo que no se quiere que el mundo tenga presente.
Eso siempre ha sido así.
Supe nadar y guardar la ropa.
Me ajusté el disfraz de lo que pensaban de mí.
Un aspecto angelical y a todo decía amén, abrió las puertas de la verdad.
Cuanta corruptela.
Un nombre abría puertas.
Yo era una Cifuentes. Familia próspera.
No era una pueblerina.
Vivir en el pueblo entre la clase dominante no lo hacía de ti.
Me hiciste medrar entre esa burguesía que tanto te molesta.
Lo hiciste porque conoces mujeres que desde esa plataforma han entrado a cuestionar el sistema.
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