Los dedos de los pies se asientan en la arena.
El agua los quema.
Un ocaso la calma llena.
Paisajes en contraste.
El espejo actualiza cada día la misma escena.
Distinta en la retina.
Una fractura se abre paso.
La sima del mundo está en el alma.
Las manos la reclaman.
Cuerpos enlazados.
Suelo enlodado.
Un instante para tocar lo inmenso.
En tus brazos y un beso.
26 may 2009
25 may 2009
María
-No son mis palabras, son tus silencios que no puedo soportar.
Escribía Juan en la pantalla aporreando el teclado y esperando la respuesta que ella callaba.
Se encontraban en un Chat.
Eso es un decir, porque ella se limitaba a estar.
-Sé que me escuchas.
-Dime algo.
-No me tengas en ascuas.
Ella reía mientras leía.
Había dejado que fuera él quien diera el paso.
Eso era su ventaja.
El siguiente ella lo daría.
María, había sufrido largos años de frustración, tras haber aceptado casarse con Ramón. Su familia no hubiera entendido que desechara la oportunidad que un matrimonio ventajoso le brindaba.
Hacía tanto de aquello que ni siquiera dolía, pero los juegos a que él la sometía le enseñaron.
Sabía qué.
Dejarse hacer sin que su alma quedara.
Estuvo siempre dispuesta a los requerimientos y en cualquier momento.
De ello nunca hubo fruto.
Su vientre nunca se hinchó.
Puso los medios para evitarlo.
Cuando él quedaba dormido iba rápido a vaciar su copa y eso funcionó.
Un truco que alguien le enseñó dio resultado.
No quiso hijos. Eso no le hubiera permitido mantener su alma al margen de lo vivido.
A él no parecía importarle.
Ya tenía su prole escampada por todo el valle.
Era un cacique de los de antes.
El tiempo no corre igual para todo el mundo.
Su marido vivía en el otro siglo.
Las habladurías la señalaban como la mujer seca.
Gozaba del privilegio de ser la señora ante su pueblo.
Asco, eso es lo que sentía al verles plegar su gesto al pasar ante ellos.
La nieve había dado fruto.
Sus negocios eran múltiples. Llegaban a rincones increíbles.
A los hombres se les maneja como se quiere.
Hay que saber sacar partido.
María había nacido con ese encanto que les subyuga.
Nacido y aprendido a utilizarlo.
Mientras leía en el teclado lo que su víctima escribía se pintaba las uñas y sonreía.
-Este es el mejor de los inventos, pero empieza a aburrirme.
Dejó escrito.
Ahora queda esperar. Pensaba mientras marchaba dejando la conexión abierta.
Ya tenía otro juguete que destrozar.
Escribía Juan en la pantalla aporreando el teclado y esperando la respuesta que ella callaba.
Se encontraban en un Chat.
Eso es un decir, porque ella se limitaba a estar.
-Sé que me escuchas.
-Dime algo.
-No me tengas en ascuas.
Ella reía mientras leía.
Había dejado que fuera él quien diera el paso.
Eso era su ventaja.
El siguiente ella lo daría.
María, había sufrido largos años de frustración, tras haber aceptado casarse con Ramón. Su familia no hubiera entendido que desechara la oportunidad que un matrimonio ventajoso le brindaba.
Hacía tanto de aquello que ni siquiera dolía, pero los juegos a que él la sometía le enseñaron.
Sabía qué.
Dejarse hacer sin que su alma quedara.
Estuvo siempre dispuesta a los requerimientos y en cualquier momento.
De ello nunca hubo fruto.
Su vientre nunca se hinchó.
Puso los medios para evitarlo.
Cuando él quedaba dormido iba rápido a vaciar su copa y eso funcionó.
Un truco que alguien le enseñó dio resultado.
No quiso hijos. Eso no le hubiera permitido mantener su alma al margen de lo vivido.
A él no parecía importarle.
Ya tenía su prole escampada por todo el valle.
Era un cacique de los de antes.
El tiempo no corre igual para todo el mundo.
Su marido vivía en el otro siglo.
Las habladurías la señalaban como la mujer seca.
Gozaba del privilegio de ser la señora ante su pueblo.
Asco, eso es lo que sentía al verles plegar su gesto al pasar ante ellos.
La nieve había dado fruto.
Sus negocios eran múltiples. Llegaban a rincones increíbles.
A los hombres se les maneja como se quiere.
Hay que saber sacar partido.
María había nacido con ese encanto que les subyuga.
Nacido y aprendido a utilizarlo.
Mientras leía en el teclado lo que su víctima escribía se pintaba las uñas y sonreía.
-Este es el mejor de los inventos, pero empieza a aburrirme.
Dejó escrito.
Ahora queda esperar. Pensaba mientras marchaba dejando la conexión abierta.
Ya tenía otro juguete que destrozar.
24 may 2009
Julián
Carlos se ha levantado de la mesa y dejado la servilleta sobre la silla, dejando al resto sin palabras.
Todo ha comenzado por una simpleza. Eli le ha replicado delante de sus hijos y eso ha sido la gota que ha rebasado el vaso.
Los abuelos se han mirado perplejos y Nina, la peque, se ha puesto a llorar.
Ella ha explicitado la tensión que ha desatado la furia contenida de su papá.
-¡Hija, no es para tanto!
-Hay que saber callar.
Ha dicho la abuela, mientras el abuelo ha hecho un gesto de reprobación.
-¡Mamá, tienes razón!
Se oye decir Julián, el niño que está empezando a ser un hombrecito.
-Papá se equivoca y tiene que entender que tú también piensas.
-No tienes que decir a todo amén.
-¡Tú vales!
Mientras formula estas palabras, las manos le tiemblan.
No sabe si podría hacerlo delante de su padre.
Es imposible que lo haya oído, porque ha marchado a la calle dando un portazo, pero se siente inseguro.
Su padre ha sido autoritario a más no poder.
Recuerda que una vez se hizo encima, ante el pánico que le produjo la severidad con que Carlos le había hablado.
Había sido un equívoco, pero eso no tuvo arreglo.
Fue tratado como si hubiera cometido un gran delito.
Había sido el vecino del quinto.
Él no sabía porqué, pero se le había acercado y con espanto había escapado.
Al hacerlo había roto una figurita de porcelana.
Pepín, que así se le llamaba, se había presentado ante sus padres reclamándoles que repusieran ese objeto que con tan mala fortuna había tirado al suelo.
No supo explicarse. No sabía la razón que le había hecho escapar del cerco que le había tendido, pero su instinto le había dado señales de peligro y él lo había seguido.
Ahora sabe del juego prohibido que había eludido.
Todo ha comenzado por una simpleza. Eli le ha replicado delante de sus hijos y eso ha sido la gota que ha rebasado el vaso.
Los abuelos se han mirado perplejos y Nina, la peque, se ha puesto a llorar.
Ella ha explicitado la tensión que ha desatado la furia contenida de su papá.
-¡Hija, no es para tanto!
-Hay que saber callar.
Ha dicho la abuela, mientras el abuelo ha hecho un gesto de reprobación.
-¡Mamá, tienes razón!
Se oye decir Julián, el niño que está empezando a ser un hombrecito.
-Papá se equivoca y tiene que entender que tú también piensas.
-No tienes que decir a todo amén.
-¡Tú vales!
Mientras formula estas palabras, las manos le tiemblan.
No sabe si podría hacerlo delante de su padre.
Es imposible que lo haya oído, porque ha marchado a la calle dando un portazo, pero se siente inseguro.
Su padre ha sido autoritario a más no poder.
Recuerda que una vez se hizo encima, ante el pánico que le produjo la severidad con que Carlos le había hablado.
Había sido un equívoco, pero eso no tuvo arreglo.
Fue tratado como si hubiera cometido un gran delito.
Había sido el vecino del quinto.
Él no sabía porqué, pero se le había acercado y con espanto había escapado.
Al hacerlo había roto una figurita de porcelana.
Pepín, que así se le llamaba, se había presentado ante sus padres reclamándoles que repusieran ese objeto que con tan mala fortuna había tirado al suelo.
No supo explicarse. No sabía la razón que le había hecho escapar del cerco que le había tendido, pero su instinto le había dado señales de peligro y él lo había seguido.
Ahora sabe del juego prohibido que había eludido.
APUNTE 60
Elena
Elena sale de casa todas las mañanas a la misma hora.
Se levanta temprano, todos los días del año.
Duerme la noche rota, pero no se resiente.
Se ha acostumbrado a ese quebranto y toma el nuevo día con ganas.
Hoy no hace lo que suele.
Se ha quedado sentada en el sillón, desconcertada.
No sabe que hace en esa casa.
Cuando Lucía se levanta, no se percata de su presencia y marcha, pero al abrir la puerta se extraña. Normalmente Elena deja la puerta cerrada de un solo golpe, sin dar vuelta a la llave, pero eso no le hace volver atrás.
Por la tarde, cuando regresa del trabajo encuentra a su hermana tirada en el suelo, al lado de la puerta.
Al abrirla, algo le impide entrar. Empuja y consigue acceder por el pequeño resquicio que se lo permite.
Al día siguiente, cuando lo pueden hablar, Elena no recuerda nada. Piensa que su hermana la está enredando.
Es tal su indignación que acaba gritando y enfadada se encierra en su habitación.
Ha empezado el retorno.
Ellas no saben a qué van a enfrentarse, pero la memoria deconstruída romperá goznes y medidas.
Se levanta temprano, todos los días del año.
Duerme la noche rota, pero no se resiente.
Se ha acostumbrado a ese quebranto y toma el nuevo día con ganas.
Hoy no hace lo que suele.
Se ha quedado sentada en el sillón, desconcertada.
No sabe que hace en esa casa.
Cuando Lucía se levanta, no se percata de su presencia y marcha, pero al abrir la puerta se extraña. Normalmente Elena deja la puerta cerrada de un solo golpe, sin dar vuelta a la llave, pero eso no le hace volver atrás.
Por la tarde, cuando regresa del trabajo encuentra a su hermana tirada en el suelo, al lado de la puerta.
Al abrirla, algo le impide entrar. Empuja y consigue acceder por el pequeño resquicio que se lo permite.
Al día siguiente, cuando lo pueden hablar, Elena no recuerda nada. Piensa que su hermana la está enredando.
Es tal su indignación que acaba gritando y enfadada se encierra en su habitación.
Ha empezado el retorno.
Ellas no saben a qué van a enfrentarse, pero la memoria deconstruída romperá goznes y medidas.
23 may 2009
Lourdes
Lourdes ha saturado el vaso.
Jorge se marcha de casa. Quiere independizarse.
Marcha a Zaragoza a compartir un piso con otros chicos.
No se conocen, pero parecen buena gente.
Llevaba meses diciendo que cogería el petate y se tiraría al monte.
Ella había conseguido dejar de pensarlo.
Ese hijo que arrastró su miseria en esa ciudad pecata, ahora quiere volar.
Se recuerda en sueños de libertad.
Hubo que tragar.
No el vientre abultado, que eso lo tenía claro.
La mirada insidiosa y los cuchicheos al verla pasar.
Había buscado al hombre. Es un decir, porque era muy joven.
No se supo negar.
Quería ese encuentro, pero no esperaba que él la tasara por el rasero de una cualquiera.
Cuando le fue con que estaba preñada, él salió como un cobarde, con aquello de vete a saber de quien era.
Ahora lo piensa y una sonrisa le pone en la mente lo equivocado que estaba.
No estuvo enamorada.
No sabe que es eso.
Se dejó llevar.
Su vida de estudiante se quedó truncada, pero llevo a delante la familia monoparental, trabajando de cajera en un supermercado.
En ese tiempo la ciudad de provincias creció y ella consiguió trabajo.
En casa, todos lo aceptaron.
No pararon en el que dirán.
Le dijo su hermano mayor si quería una reclamación.
Ella dijo que no.
Que hombres cobardes como el padre de lo que llevaba no merecían ni que ella los mirara.
Han pasado los años. Ese hombre es historia pasada.
Su hijo toma vuelo y su nido quedará vacío.
Se duele por dentro.
Las entrañas le queman.
Ese hijo es del alma.
¿Qué será de él sin sus cuidados?
Ya sabe que debe dejarlo alzar el vuelo, pero no puede con ello.
Una lágrima resbala y de un manotazo la espanta.
Jorge se marcha de casa. Quiere independizarse.
Marcha a Zaragoza a compartir un piso con otros chicos.
No se conocen, pero parecen buena gente.
Llevaba meses diciendo que cogería el petate y se tiraría al monte.
Ella había conseguido dejar de pensarlo.
Ese hijo que arrastró su miseria en esa ciudad pecata, ahora quiere volar.
Se recuerda en sueños de libertad.
Hubo que tragar.
No el vientre abultado, que eso lo tenía claro.
La mirada insidiosa y los cuchicheos al verla pasar.
Había buscado al hombre. Es un decir, porque era muy joven.
No se supo negar.
Quería ese encuentro, pero no esperaba que él la tasara por el rasero de una cualquiera.
Cuando le fue con que estaba preñada, él salió como un cobarde, con aquello de vete a saber de quien era.
Ahora lo piensa y una sonrisa le pone en la mente lo equivocado que estaba.
No estuvo enamorada.
No sabe que es eso.
Se dejó llevar.
Su vida de estudiante se quedó truncada, pero llevo a delante la familia monoparental, trabajando de cajera en un supermercado.
En ese tiempo la ciudad de provincias creció y ella consiguió trabajo.
En casa, todos lo aceptaron.
No pararon en el que dirán.
Le dijo su hermano mayor si quería una reclamación.
Ella dijo que no.
Que hombres cobardes como el padre de lo que llevaba no merecían ni que ella los mirara.
Han pasado los años. Ese hombre es historia pasada.
Su hijo toma vuelo y su nido quedará vacío.
Se duele por dentro.
Las entrañas le queman.
Ese hijo es del alma.
¿Qué será de él sin sus cuidados?
Ya sabe que debe dejarlo alzar el vuelo, pero no puede con ello.
Una lágrima resbala y de un manotazo la espanta.
22 may 2009
Que se lo cuenten a ella...
Que se lo cuenten a ella que de tanto barro en los pies alas le vuelan al viento y sin querer.
Recuerdo a esa mujer viuda apagada y sin vida. No era por falta de hombre. Tranquila de no estar a au orden. Era el vacío que queda cuando alguien que oprimía suelta cuerda. Al principio no se sabe que hacer con ella, el cabo queda suelto y nadie tira de ti. Murió el verdugo. Son más las viudas, a pesar de machacadas les sobreviven en muchos casos.
Hoy la veo rejuvenecida. Se apunta a todos los bailes y fiestas. Tiene su grupo de amigas. Ha cerrado las puertas al campo y se ha ido a la ciudad. La gente, que desconoce, dice de ella "Pobrecita". Ella se lamenta y dice "Que Dios le tenga en lo alto y nos espere muchos años"
Meriendas en la Granja Anita, chocolate con nata y churros. Del colesterol, con la pastilla, ni preocuparse. Ha dejado el luto de rigor y viste nuevo traje. Mira a su alrededor y nada le parece mal. Se alegra por la juventud que ve que tiene libertad. Que critican a fulana que se ha alejado de casa ella dice por lo bajo "Por algo será, si lo ha hecho muy bien hecho". Piensa para sus adentros "Si yo hablara, pero no hablo, ya vale de amarguras que para una vida que tienes mejor sacarle jugo". Ríe y goza y en la noche de él ni se acuerda y duerme a pierna suelta. Se apunta a todos los viajes y el 'aquagim' que la deja como una rosa. Se arregla y se enjoya. Dicen que los culebrones son comecocos, "No te ralles", que dicen los más jóvenes. Se lo pasa en grande siguiendo los melodramas. Y el diario de Patricia es para pasárselo en grande. Que le han de contar a ella. Mucho más divertido que los tostones de antes. De labores ni hablarlo, ya las hizo antes. Se ha juntado en el rincón net de Ibercaja con una cuadrilla de gente, jóvenes y menos jóvenes. Le han enseñado a navegar por la web y se lo pasa en grande, sobretodo con el chat. Unos ligoteos que no veas y sin tocarse que da más juego y disfrute. Arrimarse, ya no hay necesidad.
http://aragon.gugara.com/anna-s-biesa/pag_4/
Recuerdo a esa mujer viuda apagada y sin vida. No era por falta de hombre. Tranquila de no estar a au orden. Era el vacío que queda cuando alguien que oprimía suelta cuerda. Al principio no se sabe que hacer con ella, el cabo queda suelto y nadie tira de ti. Murió el verdugo. Son más las viudas, a pesar de machacadas les sobreviven en muchos casos.
Hoy la veo rejuvenecida. Se apunta a todos los bailes y fiestas. Tiene su grupo de amigas. Ha cerrado las puertas al campo y se ha ido a la ciudad. La gente, que desconoce, dice de ella "Pobrecita". Ella se lamenta y dice "Que Dios le tenga en lo alto y nos espere muchos años"
Meriendas en la Granja Anita, chocolate con nata y churros. Del colesterol, con la pastilla, ni preocuparse. Ha dejado el luto de rigor y viste nuevo traje. Mira a su alrededor y nada le parece mal. Se alegra por la juventud que ve que tiene libertad. Que critican a fulana que se ha alejado de casa ella dice por lo bajo "Por algo será, si lo ha hecho muy bien hecho". Piensa para sus adentros "Si yo hablara, pero no hablo, ya vale de amarguras que para una vida que tienes mejor sacarle jugo". Ríe y goza y en la noche de él ni se acuerda y duerme a pierna suelta. Se apunta a todos los viajes y el 'aquagim' que la deja como una rosa. Se arregla y se enjoya. Dicen que los culebrones son comecocos, "No te ralles", que dicen los más jóvenes. Se lo pasa en grande siguiendo los melodramas. Y el diario de Patricia es para pasárselo en grande. Que le han de contar a ella. Mucho más divertido que los tostones de antes. De labores ni hablarlo, ya las hizo antes. Se ha juntado en el rincón net de Ibercaja con una cuadrilla de gente, jóvenes y menos jóvenes. Le han enseñado a navegar por la web y se lo pasa en grande, sobretodo con el chat. Unos ligoteos que no veas y sin tocarse que da más juego y disfrute. Arrimarse, ya no hay necesidad.
http://aragon.gugara.com/anna-s-biesa/pag_4/
Que denguno proboque glarimas sin más. QUE NADIE PROVOQUE LÁGRIMAS SIN MÁS.
Jorearse un poco.
Salió de casa a hora temprana. En la calle se veía el rastro de las ovejas y corderos que habían pasado, esos restos de excrementos similares a aceitunas negras. O no desprendían mal olor o él estaba acostumbrado a ello. El ralente de la mañana era un frío que helaba los huesos. No tenía ropa de abrigo y ello le hizo acelerar el paso. Cruzó la plaza. La capa de hielo fino cubría el agua de la fuente. Algún charco sobre el suelo delataba que las ovejas habían bebido en ella. Recordaba que alguna vez así lo había visto mirando desde su ventana. El pastor era el propietario del rebaño, no se encontraba a nadie que quisiera hacer ese trabajo. Se lo habían propuesto al principio de la temporada, pero denegó la oferta. Muchas veces es mejor estar a cubierto y no por el monte. Los tiempos eran otros y no se hacía necesario sufrir tanto por un chusco de pan.
Cuando chico su padre los llevaba al monte a apacentar las ovejas. Sus pies mojados durante todo el día y sin poder quejarse.
Hoy su nieto está bien caliente en casa. No fue así en sus tiempos. Apenas se valían, su padre se los llevaba al monte para que aprendieran el oficio.
Ha salido de casa porque quiere dar un largo paseo para hacer gana para el almuerzo. En la casa todos estaban durmiendo. No se ha abrigado porque sabe que en el paseo entrará en calor y no quiere cargar con el tabardo. Ha cogido una bolsa de plástico porque aprovechará el paseo para coger algún caracol que otro. Recuerda que en otro tiempo salía de propio para coger caracoles y venderlos, se sacaba con ello una buena propina. Siempre ha sido muy activo. Cogía lombrices para pescar y vendía las que le quedaban, con ese beneficio compraba algunos aparejos para la pesca. Ahora se cansa. Sabe que no puede quedarse encerrado en casa que para seguir viviendo debe salir a la calle y respirar el aire. Airearse un poco.
Continazion:
A jorease un poqué. Eba cogiu el cami de Buereta. Obriu os pulmons, la sangre eba corriu y se sentia content a sabelo. La vida correba tas pernas y tos brazos. Ese cansament l'eba marchau de golpe, a l'inte. Se senteba ben choben. Unas floretas de cardo borriquero para hacer un ramete y ponelo en a sala. Pilar carrañaria pero le ne pondria en un bote cristal, de los del nescafé, como siempre feia.
Lo cementerio, Campo Santo, ande os guesos de Ana, su madre, descansan. No nai tumba que os guarde. Eran tiempos difícils. En dispues de la guerra miseria y compañía. Por falta de penecilina murio su madre d'una infección. Unas glarimas corren por a cara de Teodoro. Su madre.
UN RECUERDO A MI ABUELA QUE EL CIELO LA AMPARE
He narrado una posible realidad. Mi padre no puede hacer ese paseo porque se tuvo que ir del pueblo a la ciudad y ahora las circunstancias de la vida impiden que pueda vivir en la casa del pueblo porque mi madre no puede subir y bajar escaleras.
Dice que de crio lo sacaron de casa, a comer pan de aguzes. Que su madre salía a verlo porque aunque tenía cama en casa le hacían dormir en la paja, en casa de l'amo.
Si la vida hubiera sido otra seguramente yo estaría arraigada y esta narración fuera real. Así, yo me vine a Barcelona a añorar esa tierra y esperar fiestas y vacaciones y a que un dilla, en la jubilación, pueda pasear por esos caminos y a la orilla de esos rios de la tierra que me vio nacer.
http://aragon.gugara.com/anna-s-biesa/pag_2/
Salió de casa a hora temprana. En la calle se veía el rastro de las ovejas y corderos que habían pasado, esos restos de excrementos similares a aceitunas negras. O no desprendían mal olor o él estaba acostumbrado a ello. El ralente de la mañana era un frío que helaba los huesos. No tenía ropa de abrigo y ello le hizo acelerar el paso. Cruzó la plaza. La capa de hielo fino cubría el agua de la fuente. Algún charco sobre el suelo delataba que las ovejas habían bebido en ella. Recordaba que alguna vez así lo había visto mirando desde su ventana. El pastor era el propietario del rebaño, no se encontraba a nadie que quisiera hacer ese trabajo. Se lo habían propuesto al principio de la temporada, pero denegó la oferta. Muchas veces es mejor estar a cubierto y no por el monte. Los tiempos eran otros y no se hacía necesario sufrir tanto por un chusco de pan.
Cuando chico su padre los llevaba al monte a apacentar las ovejas. Sus pies mojados durante todo el día y sin poder quejarse.
Hoy su nieto está bien caliente en casa. No fue así en sus tiempos. Apenas se valían, su padre se los llevaba al monte para que aprendieran el oficio.
Ha salido de casa porque quiere dar un largo paseo para hacer gana para el almuerzo. En la casa todos estaban durmiendo. No se ha abrigado porque sabe que en el paseo entrará en calor y no quiere cargar con el tabardo. Ha cogido una bolsa de plástico porque aprovechará el paseo para coger algún caracol que otro. Recuerda que en otro tiempo salía de propio para coger caracoles y venderlos, se sacaba con ello una buena propina. Siempre ha sido muy activo. Cogía lombrices para pescar y vendía las que le quedaban, con ese beneficio compraba algunos aparejos para la pesca. Ahora se cansa. Sabe que no puede quedarse encerrado en casa que para seguir viviendo debe salir a la calle y respirar el aire. Airearse un poco.
Continazion:
A jorease un poqué. Eba cogiu el cami de Buereta. Obriu os pulmons, la sangre eba corriu y se sentia content a sabelo. La vida correba tas pernas y tos brazos. Ese cansament l'eba marchau de golpe, a l'inte. Se senteba ben choben. Unas floretas de cardo borriquero para hacer un ramete y ponelo en a sala. Pilar carrañaria pero le ne pondria en un bote cristal, de los del nescafé, como siempre feia.
Lo cementerio, Campo Santo, ande os guesos de Ana, su madre, descansan. No nai tumba que os guarde. Eran tiempos difícils. En dispues de la guerra miseria y compañía. Por falta de penecilina murio su madre d'una infección. Unas glarimas corren por a cara de Teodoro. Su madre.
UN RECUERDO A MI ABUELA QUE EL CIELO LA AMPARE
He narrado una posible realidad. Mi padre no puede hacer ese paseo porque se tuvo que ir del pueblo a la ciudad y ahora las circunstancias de la vida impiden que pueda vivir en la casa del pueblo porque mi madre no puede subir y bajar escaleras.
Dice que de crio lo sacaron de casa, a comer pan de aguzes. Que su madre salía a verlo porque aunque tenía cama en casa le hacían dormir en la paja, en casa de l'amo.
Si la vida hubiera sido otra seguramente yo estaría arraigada y esta narración fuera real. Así, yo me vine a Barcelona a añorar esa tierra y esperar fiestas y vacaciones y a que un dilla, en la jubilación, pueda pasear por esos caminos y a la orilla de esos rios de la tierra que me vio nacer.
http://aragon.gugara.com/anna-s-biesa/pag_2/
Esther
Esther no soporta la idea de ver a su hija engendrando gitanos.
Le ha negado la palabra.
La ha rechazado.
Ahora, tras largos años de dolor y distancia, no puede dar el brazo a torcer.
Inés, es una mujer que tiene a su hombre.
Como ella lo tuvo.
Sus nietos son hermosos, pero no saben que al cruzarse con ella los mira reconociendo su sangre.
Querría pararse y hablar con ellos, pero es tarde.
Su hija ha asimilado esa extrañeza y no hace ningún gesto que pueda favorecer el acercamiento.
Ángeles, su otra hija la tiene al corriente de todos los acontecimientos.
Ha entrado en depresión. Le dan un tratamiento que la atonta todo el día.
En la noche, las sombras que se mueven en el techo que cubre su cama, dibujan presagios negros.
Cuando al final se duerme, atontada por todo lo que ha ingerido, cierra un portón. El de su alma.
Los pies a penas le aguantan, los arrastra por las calles buscando el encuentro del perdón.
-Fue una niña preciosa.
-Vinimos del pueblo, cuando era chiquita. Parecía una muñeca.
-Los hijos e hijas que Dios nos dio eran hermosos y sanos.
-Me casaron con doce años.
Él la eligió.
-No fue un mal hombre.
-En casa eran muchas bocas y el hambre fue razón para esa decisión.
-Éramos pobres, pero con honra.
Piensa y se carcome.
-Cuando vino con la tripa llena de ese hombre, la ceguera me cerró el corazón.
-La rechazamos, dejándola en la calle.
-Yo sí que fui una mala madre.
-Eso no se hace.
-Bien se valió que la Mabila los recogió.
-Somos consuegras. No sólo no me habla, sino que, cuando nos cruzamos, suelta un conjuro y escupe al suelo.
-Por estás, me dijo cruzando los dedos, cuando vino a recoger las cuatro cosas que Inés tenía en casa.
-Me lanzó el mal de ojo.
-Me tendió un manto negro.
-Lo tengo bien merecido.
-Ahora he perdido.
Le ha negado la palabra.
La ha rechazado.
Ahora, tras largos años de dolor y distancia, no puede dar el brazo a torcer.
Inés, es una mujer que tiene a su hombre.
Como ella lo tuvo.
Sus nietos son hermosos, pero no saben que al cruzarse con ella los mira reconociendo su sangre.
Querría pararse y hablar con ellos, pero es tarde.
Su hija ha asimilado esa extrañeza y no hace ningún gesto que pueda favorecer el acercamiento.
Ángeles, su otra hija la tiene al corriente de todos los acontecimientos.
Ha entrado en depresión. Le dan un tratamiento que la atonta todo el día.
En la noche, las sombras que se mueven en el techo que cubre su cama, dibujan presagios negros.
Cuando al final se duerme, atontada por todo lo que ha ingerido, cierra un portón. El de su alma.
Los pies a penas le aguantan, los arrastra por las calles buscando el encuentro del perdón.
-Fue una niña preciosa.
-Vinimos del pueblo, cuando era chiquita. Parecía una muñeca.
-Los hijos e hijas que Dios nos dio eran hermosos y sanos.
-Me casaron con doce años.
Él la eligió.
-No fue un mal hombre.
-En casa eran muchas bocas y el hambre fue razón para esa decisión.
-Éramos pobres, pero con honra.
Piensa y se carcome.
-Cuando vino con la tripa llena de ese hombre, la ceguera me cerró el corazón.
-La rechazamos, dejándola en la calle.
-Yo sí que fui una mala madre.
-Eso no se hace.
-Bien se valió que la Mabila los recogió.
-Somos consuegras. No sólo no me habla, sino que, cuando nos cruzamos, suelta un conjuro y escupe al suelo.
-Por estás, me dijo cruzando los dedos, cuando vino a recoger las cuatro cosas que Inés tenía en casa.
-Me lanzó el mal de ojo.
-Me tendió un manto negro.
-Lo tengo bien merecido.
-Ahora he perdido.
21 may 2009
Rocío
Aquel día, Rocío no estaba para perder el tiempo en explicaciones. Aquella mujer no paraba de insistir una y otra vez, repitiendo las mismas cosas.
Había pensado que podía trabajar en ese centro, pero los días se le hacían largos.
Los ancianos eran personas aparcadas en antros oscuros y malolientes.
A nadie importaban.
Cuando aceptó ese trabajo pensó que ella lo haría mejor. Que con una sonrisa abriría los corazones de esas personas aparcadas y abandonadas por sus familiares.
No contaba con el pesado cansancio que la iría tomando.
Cuando tomaba su día libre y veía la vida en la calle, recordaba los días en ese lugar.
El contacto con la antesala de la muerte se le había enquistado, dañando.
A simple vista parecía que no tenía problema un trabajo de esa índole.
Lo parecía, pero no era así.
Ella cargaba sobre sus espaldas un peso intangible que la iba quemando.
Cuando regresaba a su casa, tras su turno de trabajo, todo se le antojaba falto de brillo.
No tenía ganas de nada que no fuera enroscarse y quedar ensimismada mirando la esfera del reloj que lentamente circulaba mirándola.
Su pensamiento parecía quedarse hueco.
Se pensaba arrugada. Se veía en los ojos de las personas ancianas.
Había pensado que podía trabajar en ese centro, pero los días se le hacían largos.
Los ancianos eran personas aparcadas en antros oscuros y malolientes.
A nadie importaban.
Cuando aceptó ese trabajo pensó que ella lo haría mejor. Que con una sonrisa abriría los corazones de esas personas aparcadas y abandonadas por sus familiares.
No contaba con el pesado cansancio que la iría tomando.
Cuando tomaba su día libre y veía la vida en la calle, recordaba los días en ese lugar.
El contacto con la antesala de la muerte se le había enquistado, dañando.
A simple vista parecía que no tenía problema un trabajo de esa índole.
Lo parecía, pero no era así.
Ella cargaba sobre sus espaldas un peso intangible que la iba quemando.
Cuando regresaba a su casa, tras su turno de trabajo, todo se le antojaba falto de brillo.
No tenía ganas de nada que no fuera enroscarse y quedar ensimismada mirando la esfera del reloj que lentamente circulaba mirándola.
Su pensamiento parecía quedarse hueco.
Se pensaba arrugada. Se veía en los ojos de las personas ancianas.
20 may 2009
APUNTE 59
Un paisaje desolado de silencios contenidos.
Un latido ahuecado en el rincón del alma.
Un momento para alejarse y regalarse un respiro.
He estado en la cuerda floja del tiempo que aprisiona.
He vivido el vacío de lo indeciso que apunta a destino.
Somos reos del destino.
El mío se cruza.
No puedo eludirlo.
Miro extrañada como si no fuera conmigo.
Me distancia la tensión y contención de la espera.
Estoy alerta.
Llaman a mi puerta.
Un latido ahuecado en el rincón del alma.
Un momento para alejarse y regalarse un respiro.
He estado en la cuerda floja del tiempo que aprisiona.
He vivido el vacío de lo indeciso que apunta a destino.
Somos reos del destino.
El mío se cruza.
No puedo eludirlo.
Miro extrañada como si no fuera conmigo.
Me distancia la tensión y contención de la espera.
Estoy alerta.
Llaman a mi puerta.
12 may 2009
APUNTE 58
11 may 2009
APUNTE 57
Darse cuenta, cuesta tanto.
En ese proceso pasamos al pétreo silencio.
A veces conseguimos superarlo y cuando nos lo explicamos recuperamos ese hilo que parecía perderse, dejándonos en medio del laberinto.
La común unión entre dos, sufre de esos momentos de angustia y soledad.
Unas veces dejas las cosas allá dónde crees insuperables y otras luchas por ellas hasta consumir el último recurso.
La vida te ofrece de todas.
No hay fórmulas que sirvan para ninguna de las situaciones. No habías hecho otra cosa que la que hiciste y no podrías remediarlo.
Siempre he pensado que si se me diera la oportunidad de volver a andar la misma vereda seguiría mis pasos marcados.
Las decisiones aparentes son cada uno de esos pasos, conducidos por el corazón o la razón/sinrazón, en ese momento.
El proceso de desestructuración no hay quien se lo salte.
Haber pasado por eso te permite decirte que de todo se sale, pero de nada te vale porque sangras y quizás sufres más.
Es algo así como la dentición que dicen no soportaríamos los adultos.
En ese proceso pasamos al pétreo silencio.
A veces conseguimos superarlo y cuando nos lo explicamos recuperamos ese hilo que parecía perderse, dejándonos en medio del laberinto.
La común unión entre dos, sufre de esos momentos de angustia y soledad.
Unas veces dejas las cosas allá dónde crees insuperables y otras luchas por ellas hasta consumir el último recurso.
La vida te ofrece de todas.
No hay fórmulas que sirvan para ninguna de las situaciones. No habías hecho otra cosa que la que hiciste y no podrías remediarlo.
Siempre he pensado que si se me diera la oportunidad de volver a andar la misma vereda seguiría mis pasos marcados.
Las decisiones aparentes son cada uno de esos pasos, conducidos por el corazón o la razón/sinrazón, en ese momento.
El proceso de desestructuración no hay quien se lo salte.
Haber pasado por eso te permite decirte que de todo se sale, pero de nada te vale porque sangras y quizás sufres más.
Es algo así como la dentición que dicen no soportaríamos los adultos.
APUNTE 56
En escribir debe implicarse el vivir. No puede quedar a un lado como suelen quedar muchas otras cosas, erróneamente.
Poner el alma en ello. No esperar nada.
La vida es un instante, fraccionarla es nuestra mayor equivocación.
Dispersamos nuestros pasos sin darnos cuenta que debemos parar y esperar. Esa espera será importante para que en el otro tramo nos sintamos cómodos.
Miramos en demasía la mirada de los demás, olvidando la nuestra, condicionándonos a sus gustos sin tenernos en cuenta.
Si el otro no cede y se doblega, fustigamos su desdén.
Nos comportamos como lo que somos, primates. Sometidos(dominantes) para con los otros(as), plantando cara o doblegándonos exponiendo el cuello. Dependiendo del grado asignado(conseguido) en el grupo.
Poner el alma en ello. No esperar nada.
La vida es un instante, fraccionarla es nuestra mayor equivocación.
Dispersamos nuestros pasos sin darnos cuenta que debemos parar y esperar. Esa espera será importante para que en el otro tramo nos sintamos cómodos.
Miramos en demasía la mirada de los demás, olvidando la nuestra, condicionándonos a sus gustos sin tenernos en cuenta.
Si el otro no cede y se doblega, fustigamos su desdén.
Nos comportamos como lo que somos, primates. Sometidos(dominantes) para con los otros(as), plantando cara o doblegándonos exponiendo el cuello. Dependiendo del grado asignado(conseguido) en el grupo.
APUNTE 55
La calma alberga en su interior la mayor de las inquietudes. De ella sale el caos a adueñarse de todo. Nada es estable.
APUNTE 54
Barrunto un movimiento
Diviso un nuevo camino
En ese sendero me adentro
¿Vendrá por mí?
Me encontrará aquí, dispuesta al fin.
He persistido en intentos fallidos.
Hasta él he venido, acercándome sinuosa y taciturna.
El Sol coloca su posición en la órbita que me ilumina.
¿Será la luna?
Por la noche miraré hacía ella.
Posiblemente se ha puesto de mi lado.
A mi favor.
Temo esta sensación.
Cuando más te acomodas, más duro es el descenso de poner los pies en tierra.
Pisando el llano, añoras las nubes que alcanzaban tu mano.
La cumbre te devuelve la frescura en la cara y la sensación de potencia olvidada.
Fue la Montaña Mágica la que abrió en ti lo que nunca hubiera sido posible si por ella no hubieras transitado.
Hay lecturas imprescindibles.
Autores, también.
Él lo fue.
En ese tiempo que estrenaba mis alas y me dolía de lo que la vida me negaba.
El error era que esperaba.
No espero nada.
Recojo lo que en a mi paso está en mi mano alcanzarle.
Tiempos de ansiosas plegarias, olvidados en un cajón que acerrojado dejó mi alma.
La palabra dispuesta para recuperarla.
Sin quemazón ni dolor.
Sin sensación ni pasión.
Sólo eco de mi propia estancia.
A mí vino el amor y la añoranza.
A mí me abrazó el rayo y el trueno.
A mí llegó.
Sin embargo, no estuve a la altura de las circunstancias.
Ahora hago brotar versos de lo que en otro tiempo fue momento.
Instante manifiesto.
La vida pasa.
Asirse a ella es cosificarse.
La mente dispara.
El cuerpo reclama.
Le damos más cuerda de la que le hace falta.
Hoy tengo palabras.
Ideas que apunto para recordarlas.
Aún así, se escapan como agua en las manos que llenan el hoyo en arena de playa.
Diviso un nuevo camino
En ese sendero me adentro
¿Vendrá por mí?
Me encontrará aquí, dispuesta al fin.
He persistido en intentos fallidos.
Hasta él he venido, acercándome sinuosa y taciturna.
El Sol coloca su posición en la órbita que me ilumina.
¿Será la luna?
Por la noche miraré hacía ella.
Posiblemente se ha puesto de mi lado.
A mi favor.
Temo esta sensación.
Cuando más te acomodas, más duro es el descenso de poner los pies en tierra.
Pisando el llano, añoras las nubes que alcanzaban tu mano.
La cumbre te devuelve la frescura en la cara y la sensación de potencia olvidada.
Fue la Montaña Mágica la que abrió en ti lo que nunca hubiera sido posible si por ella no hubieras transitado.
Hay lecturas imprescindibles.
Autores, también.
Él lo fue.
En ese tiempo que estrenaba mis alas y me dolía de lo que la vida me negaba.
El error era que esperaba.
No espero nada.
Recojo lo que en a mi paso está en mi mano alcanzarle.
Tiempos de ansiosas plegarias, olvidados en un cajón que acerrojado dejó mi alma.
La palabra dispuesta para recuperarla.
Sin quemazón ni dolor.
Sin sensación ni pasión.
Sólo eco de mi propia estancia.
A mí vino el amor y la añoranza.
A mí me abrazó el rayo y el trueno.
A mí llegó.
Sin embargo, no estuve a la altura de las circunstancias.
Ahora hago brotar versos de lo que en otro tiempo fue momento.
Instante manifiesto.
La vida pasa.
Asirse a ella es cosificarse.
La mente dispara.
El cuerpo reclama.
Le damos más cuerda de la que le hace falta.
Hoy tengo palabras.
Ideas que apunto para recordarlas.
Aún así, se escapan como agua en las manos que llenan el hoyo en arena de playa.
10 may 2009
PENSÓ QUE PENSABA
Hubo un paisaje lánguido que se volvió aire, al salir la tarde sobre la montaña del Norte, escondiendo su sombra en la del Sur.
Todas las cosas perdieron volumen. Las formas no correspondían a nada. El aire olía a lavanda.
A lo lejos alguien captó su despliegue y quiso acercarse para recoger en su retina la transformación.
Se lo diría a todo el mundo, pensaba cuando regresaba, por el camino más largo, a la inhóspita ciudad. Cuando llegó no encontró miradas que aceptaran lo que intentaba decir. Llegó a su casa y tecleó para que al menos quedara constancia.
Recabó en un hecho insólito que a nadie interesaba. Pensó que a él sí, y eso bastaba.
Se pensó que pensaba algo inadecuado y decidió dejar de alojar ese pensamiento. Se desprendería de él cómo del sudor bajo la ducha, así lo hizo, se metió vestido y calzado desoyendo a los de su alrededor que le recordaron que no había razón para ello.
Al desprenderse de sus ropas decidió que éstas le llevarían a esos recuerdos y las arrojó al cubo de la basura, pero no satisfecho bajó éste y lo abandonó cuatro avenidas más allá de la propia.
En su regreso algo persistía, el olor. Con eso no podría, persistiría.
Quiso guardar esas memorias en un archivo olvidado, pero cada día, inevitablemente, lo abriría, a hurtadillas, sin que nadie pudiera verle.
Al recogerlo bajo su clave secreta, pensaba que mañana lo destruiría, sustituyéndolo por contenidos banales. Nada podía borrarse, pero sí reemplazarse. Le bastaría cambiar palabras sin contenido.
Así fue cómo alguien encontró una pantalla parpadeante que contenía un escrito, y leyó: -Hubo un hombre que vio cómo un paisaje se omitía entre montañas dejando en el aire olor de retama.
Al pie de ese texto encontró la imagen de unos ojos que insistentes le miraban, y comprendió que esos eran los testigos de un acontecimiento fortuito.
La curiosidad le pudo y copio el archivo para tenerlo a su disposición en cualquier momento.
Lo guardó entre sus pertenencias más preciadas, pero temió que alguien lo encontrara. Tomó toda suerte de medidas. No le bastaban. La inquietud se adueñó de su ánimo. Nervioso miraba a un lado y otro para percatarse de que nadie advertía lo que ocultaba.
Un buen día, creyéndose fuera de peligro, puso ese archivo en acción. No eran ojos lo que vio, oyó una voz que le advirtió de su peligroso intento. Era tarde, pues atrapado quedó.
Todas las cosas perdieron volumen. Las formas no correspondían a nada. El aire olía a lavanda.
A lo lejos alguien captó su despliegue y quiso acercarse para recoger en su retina la transformación.
Se lo diría a todo el mundo, pensaba cuando regresaba, por el camino más largo, a la inhóspita ciudad. Cuando llegó no encontró miradas que aceptaran lo que intentaba decir. Llegó a su casa y tecleó para que al menos quedara constancia.
Recabó en un hecho insólito que a nadie interesaba. Pensó que a él sí, y eso bastaba.
Se pensó que pensaba algo inadecuado y decidió dejar de alojar ese pensamiento. Se desprendería de él cómo del sudor bajo la ducha, así lo hizo, se metió vestido y calzado desoyendo a los de su alrededor que le recordaron que no había razón para ello.
Al desprenderse de sus ropas decidió que éstas le llevarían a esos recuerdos y las arrojó al cubo de la basura, pero no satisfecho bajó éste y lo abandonó cuatro avenidas más allá de la propia.
En su regreso algo persistía, el olor. Con eso no podría, persistiría.
Quiso guardar esas memorias en un archivo olvidado, pero cada día, inevitablemente, lo abriría, a hurtadillas, sin que nadie pudiera verle.
Al recogerlo bajo su clave secreta, pensaba que mañana lo destruiría, sustituyéndolo por contenidos banales. Nada podía borrarse, pero sí reemplazarse. Le bastaría cambiar palabras sin contenido.
Así fue cómo alguien encontró una pantalla parpadeante que contenía un escrito, y leyó: -Hubo un hombre que vio cómo un paisaje se omitía entre montañas dejando en el aire olor de retama.
Al pie de ese texto encontró la imagen de unos ojos que insistentes le miraban, y comprendió que esos eran los testigos de un acontecimiento fortuito.
La curiosidad le pudo y copio el archivo para tenerlo a su disposición en cualquier momento.
Lo guardó entre sus pertenencias más preciadas, pero temió que alguien lo encontrara. Tomó toda suerte de medidas. No le bastaban. La inquietud se adueñó de su ánimo. Nervioso miraba a un lado y otro para percatarse de que nadie advertía lo que ocultaba.
Un buen día, creyéndose fuera de peligro, puso ese archivo en acción. No eran ojos lo que vio, oyó una voz que le advirtió de su peligroso intento. Era tarde, pues atrapado quedó.
LA IMAGINACIÓN COMPARTIDA
La imaginación compartida.
Pasé dando un rodeo por las lindes del parque. Era invierno, el año había traspasado, empezaba el nuevo año. Me dirigía a la Biblioteca, tenía casi una hora para perder el tiempo. Había llamado pidiendo que me reservaran ordenador para poder disponer de una hora de conexión con los amigos blogueros y revisar mi correo. L se marchaba de regreso a la city, de nuevo me sumergiría en mi mundo onírico.
Llevaba la cámara en el bolso y fue tal el impacto del escaparate que allí quedé enganchada haciendo fotos.
Una nota indicaba que aquello se animaba con luces y música al cabo de unos minutos. En la espera me sentí acompañada por una señora que me dio toda una suerte de explicaciones de cómo el escaparatista era un artista.
Recuerdo que le conocí en los años de la adolescencia, no lo conozco en el buen sentido de la palabra. En una ciudad pequeña como lo es Huesca todo el mundo se conoce y él y yo somos de la misma generación. Me sorprendió no porque tuviera ideas previas sino por la sensibilidad que despertó lo que allí expusiera y lo que latía en mí.
Los libros de cuentos, la recreación en los cuentos de nuestra infancia. La imaginación compartida.
De uno de mis primeros blogs: http://mis-foticos.nireblog.com/
TERROR
Tenía que escribir un cuento de terror y para ello quiso ponerse en situación.
El año anterior se sumergió en los terrores de los cuadros que del cadavérico trayecto se explicitaban en su memoria.
Recogió recuerdos de velas encendidas a lo largo de escalones para orientar a los antepasados que en esa noche visitarían a sus familiares vivos.
Jugó con zapallos que cortados hábilmente eran fantasmales iluminaciones en oscuras estancias.
Mero juego y aspaviento.
Conforme ocupaba su mente de tétricos vaticinios lo real se hacía patente.
Bastaba mirar la pantalla que de forma acelerada presentaba cuerpos calcinados y destrozados, más reales que cualquier pasaje imaginado. De nuevo la realidad superaba la ficción.
Esa mirada suya que se apercibía de lo que otras no veían.
Fantasmales formas acudían a bailar la mascarada en sus largas pesadillas.
Dormía entre silencios de oquedades inmundas la presencia impoluta de martirizadas gentes.
Recordaba lo cruel y deshumanizado de lo humano que mira de soslayo cuando ante él se presenta lo que elude, evitando el compromiso, mientras tanto arguyendo palabras de condolencia, queriendo hacer valer argumentos de solidarias maneras.
Falsas voces acontecen ante la pérdida insostenible que de un mundo en declive se presenta.
El año anterior se sumergió en los terrores de los cuadros que del cadavérico trayecto se explicitaban en su memoria.
Recogió recuerdos de velas encendidas a lo largo de escalones para orientar a los antepasados que en esa noche visitarían a sus familiares vivos.
Jugó con zapallos que cortados hábilmente eran fantasmales iluminaciones en oscuras estancias.
Mero juego y aspaviento.
Conforme ocupaba su mente de tétricos vaticinios lo real se hacía patente.
Bastaba mirar la pantalla que de forma acelerada presentaba cuerpos calcinados y destrozados, más reales que cualquier pasaje imaginado. De nuevo la realidad superaba la ficción.
Esa mirada suya que se apercibía de lo que otras no veían.
Fantasmales formas acudían a bailar la mascarada en sus largas pesadillas.
Dormía entre silencios de oquedades inmundas la presencia impoluta de martirizadas gentes.
Recordaba lo cruel y deshumanizado de lo humano que mira de soslayo cuando ante él se presenta lo que elude, evitando el compromiso, mientras tanto arguyendo palabras de condolencia, queriendo hacer valer argumentos de solidarias maneras.
Falsas voces acontecen ante la pérdida insostenible que de un mundo en declive se presenta.
9 may 2009
RELATO DE FANTASÍA
EN AQUELLOS TIEMPOS REMOTOS LOS CAMINOS LLEVABAN A CUALQUIER PARTE.
Nuestra heroína era una muchacha de ojos dispuestos a recorrer los pasos del Norte sin pestañear siquiera.
No había nadie, en la comarca de Gurdn, capaz de sostener su mirada.
Ella había visto la muerte de cara sin temer por su suerte. Había viajado entre nubes de polvo y días sin lluvia con la boca seca sin reclamar para sí gota alguna.
Entregó a los ancianos todos sus víveres y líquidos, superando la prueba manteniéndose en estado de semiactividad.
Consiguió parar los golpes de deterioro del cuerpo mientras a su paso caían otros, víctimas, cediendo paso a la nada.
Tenía el kay. Ese poder que sólo una de la Comuna hereda. Le había sido legado desde la más tierna infancia. Cuando en ningún momento reclamaba atención por el llanto como suelen hacer los humanos en sus primeros momentos vitales.
Reconocida como la heredera de la gran montaña había sido educada y aleccionada para ser guía y fuerza de todos ellos.
Gurdhya era la más preclara de la Comuna. El Seym le había asignado funciones que hasta ese momento nunca se otorgaran a nadie tan joven.
Es cierto que esa función siempre fuera asignada a la mujer, pero la de cabellos blancos y mente preclara.
Ella apenas si tenía quince años y sin embargo manifestaba la mayor de las potencias. Nadie era capaz de mirarla de frente. Todos miraban al suelo cuando se cruzaban con ella.
Eso le hacía sentir incomodidad. Hubiera deseado reír con el resto las historias que se contaban a lo largo del día en los encuentros que se producían cuando se llevaban a cabo las distintas tareas cotidianas. De lejos miraba como se producía la comunicación risueña entre unos y otros. Si se aproximaba el silencio se imponía.
Aquella tarde Gurdhya se distrajo en su paseo a la orilla del río. Iba recogiendo bayas maduras de los arbustos que encontraba. Desoyó las precauciones que su instinto le emitió y distrajo su atención contemplando colores y formas que la transportaban.
Había salido tras ella una sombra diminuta que en ningún momento manifestó su presencia.
Era un niño de la Comuna. Aunque la temía era mayor su curiosidad. Llevaba días indeciso y al fin, esa tarde, había decidido seguirla. Era un muchacho espigado y rubio. Con él se movía un hurón. Éste era muy vivaracho. Lo había encontrado en el claro del bosque cuando apenas si era capaz de abrir los ojos. Había tenido cuidado en alimentarlo masticando semillas y dándole de comer sin que el resto se diera cuenta. Esa tarea correspondía a las muchachas y si le hubieran visto habría sido motivo de burla. Bien se le valía que sus compañeros de juegos no estaban pendientes de lo que pudiera llevar bajo su casaca.
Evidentemente trataba al hurón como si de cualquier otro animal del grupo se tratara. Un buen día había dejado que se moviera sin llevarlo escondido. Así había sido como ante todos era él y su compañero. Nadie había cuestionado esa compañía. No era extraño que un muchacho tuviera a su lado un animal compañero. No importó de dónde venía ni por qué atendía a sus gestos y chasquidos.
Ambos formaban un buen conjunto. Parecían uno proyección del otro. El pelo del muchacho tomaba brillos parecidos al del pelaje del hurón.
Por las noches dormían enroscados sobre la paja que se había habilitado como cama al lado de la puerta de la cueva Comunal.
Cada cual ocupaba un lugar dependiendo de la casta a que pertenecía. El muchacho estaba bajo la tutela de toda la Comuna porque había perdido la genealogía de su grupo por razones que él todavía desconocía.
Al estar protegido por todos quedaba a merced de su propia suerte. Se movía con mayor libertad. Iba y venía sin que nadie se percatara de sus ausencias.
Él había mirado a Gurdhya muchas veces. Sólo él había sido capaz de ver la profundidad de sus ojos de un azul que cambiaba según el sentimiento que ella quisiera contener. Eran como el agua que dependiendo de la ubicación toma matices azules o verdes, transparentes u opacos. Así eran los ojos de Gurdhya. Él bien lo sabía. En ellos bebía.
Soñaba que se adentraba en las aguas profundas que presagiaban las miradas de ella.
Esperaba cualquier ocasión para contemplarla.
Ella no había llegado a percatarse porque vivía ensimismada y atareada en el entrenamiento que le tocaba asumir como seguidora del mandato del Seym.
Churg, que así se llamaba el muchacho, cada vez descuidaba más las precauciones ante la atracción que tenía hacía la figura que cada tarde se adentraba por la vereda del río.
Esa tarde ni ella ni él se apercibieron de lo arriesgado del descuido. Él pendiente de ella y ella sin apercibirse de que se estaba desviando y adentrando más allá de lo aconsejable.
Cayó la oscura sombra del crepúsculo sobre sus espaldas. Únicamente el hurón manifestó incomodidad, pero Churg no le hizo caso y siguió tras ella.
La noche tendió su capa sobre los caminos estrechos haciendo que perdieran su apariencia cotidiana.
Gurdhya, cuando quiso darse cuenta ya estaba desorientada. Miró a su alrededor y todo le pareció extraño, distinto.
La noche se impuso. Gurdhya quedó quieta sin saber tomar decisión alguna.
Churg observaba los gestos de la muchacha sin hacer movimientos para evitar llamar su atención.
Fue Ghow, el hurón, que incapaz de quedarse quieto un instante empezó a emitir sonidos de reclamo para que el muchacho le atendiera.
Gurdhya se asustó al oír algo que en su mente pareció un lamento lejano.
Las ramas de los árboles proyectaban sus lóbregas sombras sobre el camino creando formas fantasmales a los ojos de ella.
El muchacho quiso acallar a su animal, pero no dio resultado y, al contrario, lo que consiguió fue un chillido afilado.
Gurdhya cayó sobre sus talones, quedando enroscada sobre si misma, buscando la posición protectora que todos conocían. En su caso producía un aura de fuerza que no permitiría a alimaña alguna acercarse más allá de la distancia que ella quisiera conceder.
Churg sabía bien lo que en ese momento gestaban los movimientos de la muchacha y temió provocar su ira. Como pudo, tapo la boca de Ghow que le mordió siguiendo su instinto animal. Contuvo un lamento mordiéndose el labio inferior con tal fuerza que una lágrima resbaló por su mejilla izquierda.
Él también optó por tomar la posición de protección que le habían enseñado en los entrenamientos de la Comuna.
No eran aleccionados para la lucha, lo eran para la defensa y la resistencia a base de concentrar en un punto todas las energías vitales. Su entrenamiento no era ni de lejos tan preciso, pero suficiente para evitar cualquier envestida.
Conocía los movimientos de sumisión que debía poner en acción para evitar el coraje de la muchacha y ganar poco a poco su confianza.
Se mantuvo quieto y soltó a Ghow para poder llevar a la práctica el ritual. El hurón al verse libre se calmó y quedo acurrucado a su lado.
Gurdhya atisbó una figura enroscada y reconoció que ante sí estaba alguien de la propia Comuna. Temerosa evitó mirar directamente a quien ante ella se había dispuesto y reconoció en el otro los gestos de apaciguamiento y sumisión dirigidos a ella. Eso la relajó.
La oscuridad se antepuso a las sombras dejando entrever una ligera claridad entre las dos figuras que permanecían casi estáticas con el más parsimonioso de los movimientos.
Si alguien hubiera visto las dos figuras plegadas sobre si mismas hubiera pensado que se trataba de dos rocas en medio del camino.
Realmente era la comunión con la piedra de la montaña lo que hacía de las dos figuras seres estáticos.
Se paró el aire a observar tan liviano movimiento.
Permanecieron en esa danza hasta el amanecer.
Comarca de Gurdn
La Comuna
El Seym,
El Kay, el poder
Gurdhya, la muchacha. Heredera de la gran montaña. Educada para ser guía y fuerza.
Churg, el muchacho
Ghow, el hurón
Tenía el kay. Ese poder que sólo una de la Comuna hereda. Le había sido legado desde la más tierna infancia. Cuando en ningún momento reclamaba atención por el llanto como suelen hacer los humanos en sus primeros momentos vitales.
El Seym le había asignado funciones que hasta ese momento nunca se otorgaran a nadie tan joven.
Este relato precede a la novela de fantasía EN AQUELLOS TIEMPOS.
Raul
Raúl, así se llamaba el hijo de tu hermano, recuerdas mientras observas a ese muchacho que corretea entre las hojas caídas, de plátano, en el parque que queda a tus pies, según miras desde la distancia del tercer piso que te aloja en la ciudad extraña. Has llegado a ella para pasar los días más angustiantes de tu vida. Para reclamar lo que consideras es de tu incumbencia. Para dar esos pasos que debieron darse en aquel tiempo en que las cosas podían aclararse.
Ella se lo llevó aquella tarde fría de enero.
Lo recuerdas bien.
Es una imagen vívida.
Él con sus zapatitos desgastados de tanto talonazo dado a piedras a las que hacía saltar de un lado a otro, como si de pelotas se tratara.
Has venido a la ciudad, tras el aviso de una carta que llegó a tus manos sin remite y con pocas palabras, las imprescindibles.
Irás al tanatorio y ataras cabos.
Eso piensas, con esos mecanismos que llevan a tensarte hasta el punto de oprimir tu mente, queriendo exprimir la memoria como si de un fruto pudiera tratarse.
Adelantas acontecimientos y eso te hace sentir los pies fríos y la cabeza caliente.
María te ha dicho que lo tomes con calma. Tú has aseverado con un gesto, pero de nada vale que así lo hayas hecho. No tienes paciencia. La sangre golpea tus sienes. Estalla la migraña ineludible. Tomas un vaso de los que ponen en los lavabos de esos hoteles a los que estás acostumbrado. Casi has olvidado que tienes un vaso en una casa, en la que tu mundo se construye a tus espaldas.
Pensaste que pilotar aviones sería hermoso, y ahora darías otro paso, si estuvieras a tiempo. Permanecer en tierra sería lo mejor que pudiera ocurrirte.
Dejas correr el agua un rato, para sentirla en tus manos y llenas el vaso.
Ingieres esa diminuta pastilla que sabes te liberará del dolor que golpea insistente en uno de los hemisferios, siempre el mismo, el izquierdo.
La boca seca y el cuerpo con una rigidez que sabes tardarán en diluirse.
Has pasado por estas sensaciones muchas veces.
La nota decía que ella estaría en el velatorio de la abuela y que Raúl había exigido asistir. Incluso te han dicho la hora más probable. Ella es mujer de pautas precisas y no va a actos públicos por la mañana.
Todavía puedes organizarte y planificar las cosas.
Te inquietas. Tu talante no aguanta las esperas, pero debes acomodarte en este espacio que te resulta familiar, porque todos los hoteles al fin son clones.
Decides tumbarte sobre la cubierta roja que han estirado después de ordenar tu habitación.
Tuya por unas horas. Las que te sirva de alojamiento.
Recorres con la mirada los rincones y hay algo que parece nuevo. Un tenue rayo de sol se ha posado sobre el vaso que has dejado descuidado sobre la mesa que te servirá de escritorio.
Piensas que puedes abrir tu portátil y revisar tu correo. Lo piensas, pero no te mueves, piensas en esos movimientos que te llevarían a hacerlo. Eso te relaja. Cierras los ojos y duermes.
-¡Dina!
-¿Dónde están todos?
-No se sabe.
-¡Cómo es posible que no haya nadie!
-Se fueron.
-¿A dónde?
-No sé.
-Tienes que saberlo.
Estas son las voces que escuchas en tu sueño.
Despiertas y vas a anotarlas en unas hojas que encuentras sobre la mesa.
Mientras lo haces, piensas que es un buen detalle.
Te preguntas, y llegas a la conclusión de que no conoces a nadie que se llame Dina.
Recuerdas un espacio blanquecino, sin límites iluminado sin resaltes ni brillos.
Un espacio vacío.
Las voces resuenan en tu mente.
De hecho no te sentías dormido. Te sabías sobre una superficie mullida. Estabas encima de la cama y ese espacio eras tú mismo.
Por un instante, has dejado de pensar en lo que te obsesiona.
Posiblemente haya sido efecto de la pastilla.
Posiblemente haya sido una especie de encantamiento lumínico.
Recuerdas que un rayo de luz había impactado sobre el cristal del vaso que habías dejado tras ingerir el agua necesaria para tragar la diminuta pastilla.
Lo tienes ante ti como si fuera algo a tener en cuenta.
Haces bien en darle relevancia. Ha sido la puerta que te ha dado paso a una experiencia fuera de lo palpable.
Así es. Se fueron.
Miras el reloj y descubres que a penas tienes tiempo para llegar al lugar al que has tenido el propósito fijo de alcanzar.
Ya no tienes premura.
De hecho no quieres ir.
Raúl, como muchos otros, marchó.
Ese niño no es.
Ese niño no está.
Decides que la vida tiene un curso que un buen día deja de implicar.
No buscabas a Raúl, buscabas a Tomás, tu hermano, pero sabes que su muerte se lo llevó para siempre.
Venías en busca de su hijo, pero en realidad es a él a quien querías encontrar.
Ella se lo llevó aquella tarde fría de enero.
Lo recuerdas bien.
Es una imagen vívida.
Él con sus zapatitos desgastados de tanto talonazo dado a piedras a las que hacía saltar de un lado a otro, como si de pelotas se tratara.
Has venido a la ciudad, tras el aviso de una carta que llegó a tus manos sin remite y con pocas palabras, las imprescindibles.
Irás al tanatorio y ataras cabos.
Eso piensas, con esos mecanismos que llevan a tensarte hasta el punto de oprimir tu mente, queriendo exprimir la memoria como si de un fruto pudiera tratarse.
Adelantas acontecimientos y eso te hace sentir los pies fríos y la cabeza caliente.
María te ha dicho que lo tomes con calma. Tú has aseverado con un gesto, pero de nada vale que así lo hayas hecho. No tienes paciencia. La sangre golpea tus sienes. Estalla la migraña ineludible. Tomas un vaso de los que ponen en los lavabos de esos hoteles a los que estás acostumbrado. Casi has olvidado que tienes un vaso en una casa, en la que tu mundo se construye a tus espaldas.
Pensaste que pilotar aviones sería hermoso, y ahora darías otro paso, si estuvieras a tiempo. Permanecer en tierra sería lo mejor que pudiera ocurrirte.
Dejas correr el agua un rato, para sentirla en tus manos y llenas el vaso.
Ingieres esa diminuta pastilla que sabes te liberará del dolor que golpea insistente en uno de los hemisferios, siempre el mismo, el izquierdo.
La boca seca y el cuerpo con una rigidez que sabes tardarán en diluirse.
Has pasado por estas sensaciones muchas veces.
La nota decía que ella estaría en el velatorio de la abuela y que Raúl había exigido asistir. Incluso te han dicho la hora más probable. Ella es mujer de pautas precisas y no va a actos públicos por la mañana.
Todavía puedes organizarte y planificar las cosas.
Te inquietas. Tu talante no aguanta las esperas, pero debes acomodarte en este espacio que te resulta familiar, porque todos los hoteles al fin son clones.
Decides tumbarte sobre la cubierta roja que han estirado después de ordenar tu habitación.
Tuya por unas horas. Las que te sirva de alojamiento.
Recorres con la mirada los rincones y hay algo que parece nuevo. Un tenue rayo de sol se ha posado sobre el vaso que has dejado descuidado sobre la mesa que te servirá de escritorio.
Piensas que puedes abrir tu portátil y revisar tu correo. Lo piensas, pero no te mueves, piensas en esos movimientos que te llevarían a hacerlo. Eso te relaja. Cierras los ojos y duermes.
-¡Dina!
-¿Dónde están todos?
-No se sabe.
-¡Cómo es posible que no haya nadie!
-Se fueron.
-¿A dónde?
-No sé.
-Tienes que saberlo.
Estas son las voces que escuchas en tu sueño.
Despiertas y vas a anotarlas en unas hojas que encuentras sobre la mesa.
Mientras lo haces, piensas que es un buen detalle.
Te preguntas, y llegas a la conclusión de que no conoces a nadie que se llame Dina.
Recuerdas un espacio blanquecino, sin límites iluminado sin resaltes ni brillos.
Un espacio vacío.
Las voces resuenan en tu mente.
De hecho no te sentías dormido. Te sabías sobre una superficie mullida. Estabas encima de la cama y ese espacio eras tú mismo.
Por un instante, has dejado de pensar en lo que te obsesiona.
Posiblemente haya sido efecto de la pastilla.
Posiblemente haya sido una especie de encantamiento lumínico.
Recuerdas que un rayo de luz había impactado sobre el cristal del vaso que habías dejado tras ingerir el agua necesaria para tragar la diminuta pastilla.
Lo tienes ante ti como si fuera algo a tener en cuenta.
Haces bien en darle relevancia. Ha sido la puerta que te ha dado paso a una experiencia fuera de lo palpable.
Así es. Se fueron.
Miras el reloj y descubres que a penas tienes tiempo para llegar al lugar al que has tenido el propósito fijo de alcanzar.
Ya no tienes premura.
De hecho no quieres ir.
Raúl, como muchos otros, marchó.
Ese niño no es.
Ese niño no está.
Decides que la vida tiene un curso que un buen día deja de implicar.
No buscabas a Raúl, buscabas a Tomás, tu hermano, pero sabes que su muerte se lo llevó para siempre.
Venías en busca de su hijo, pero en realidad es a él a quien querías encontrar.
8 may 2009
Relato de verano
-Despierta, que ya son las cinco- dijo encendiendo la luz del pasillo para que no le impactara su resplandor.
Marta abrió los ojos desperezándose, tenía que darse prisa, o no podría hacer lo que había planificado.
Su hermana se había vuelto a acostar y no insistiría. El día anterior le había rogado insistentemente para que se hiciera cargo del despertador y no le implicara a ella, pero tras una discusión en la que parecía perder la batalla había cedido a sus requerimientos.
-Sabes que apago el despertador y me doy la vuelta. Necesito que me ayudes.
Rosa había hecho ese gesto que le confirmaba que tras reproches varios, cedería.
Esperó que descargara la retahíla de imprecaciones.
Entre tanto se evadió, planificando los pasos a dar al día siguiente para hacer las cosas con el menor tiempo posible.
Rosa no fallaba nunca, aunque volviera de su trabajo a las tres, sería capaz de despertar al cabo de dos horas para avisarla.
Cuando consiguió que cediera prometiéndole que, como siempre, no le fallaría, se había sentido satisfecha de tenerla como hermana.
Aunque era algo gruñona, nunca le fallaría, y en esta ocasión, como en otras, había sido puntual y cuidadosa al no encender la luz de la habitación; pero ese detalle más bien era para evitarla, sabía que tenía muy mal despertar.
Al cabo de media hora salió cerrando la puerta tras de sí, sin cuidado, con un golpe seco.
Rosa se revolvió entre las sábanas y se tapó con la almohada.
-Mira que es delicada, y lo poco que le preocupamos los demás.
-Al fin se va. Entre la ducha, desayunar y abrir y cerrar armarios, no me ha dejado pegar ojo. Además me he pasado dos horas, pendiente del despertador, con el temor de quedarme dormida.- dijo, hablando sola.
-Pensándolo bien, ahora que estoy sola en casa me haré un café.
Dicho y hecho. Rosa se levantó y encontró el desorden que Marta había dejado tras de sí.
-¡Qué se le va a hacer! Ella es cómo es. Hace un año que vino a mi casa, y desde entonces, aunque lo ha revolucionado todo, me siento bien, a gusto, sabiendo que ella está en casa, o qué de un momento a otro puede venir.
Rosa, siempre de un lado a otro, no tiene casa ni lo pretende, pero el día que me llamó anunciando su visita, no hubiera imaginado que pasara tanto tiempo a mi lado.
Si me dijera que se va para no volver, me sentiría fatal. Me he acostumbrado a su presencia, digo presencia, pero debería apuntar invasión.
Nunca sé cómo voy a encontrarme la casa. Lo mismo cambia las cortinas que mueve las cosas de sitio.
Al principio me alteraba y le armaba la trifulca, pero no servía de nada. Con una de sonrisas lo zanjaba.
Ahora que pienso, en medio de todo no sé por qué ha adelantado dos horas su salida matinal. No me lo ha dicho, ni le he pedido explicaciones. La voy a llamar.
Entretanto, Marta, escondida en un ángulo oscuro, miraba la calle.
-Me da repelús, ese personaje que hay enfrente, parece que a posta, me inquieta.
Se me van a fastidiar los planes. Yo que quería adelantarme a todo el mundo para tener mi tiempo y terminar el proyecto. Voy a tener que quedarme con las ganas.
Me hacía ilusión imprimirlo y dejarlo en la recepción.
Estaba en estas cavilaciones, cuando sonó su teléfono móvil. En ese instante se apercibió de que el personaje que estaba al otro lado de la calle marchaba con precipitación, como si reaccionara al sonido que en medio de la quietud de esas horas, seguramente oído con claridad.
-¡Sí!-contestó con suavidad -¿Qué quieres? ¿Por qué me llamas?
Justo en ese momento vio que ese alguien miraba a través del cristal, intentando ver el origen del sonido.
Marta tembló, contestando a su hermana con un hilillo de voz imperceptible. -¡Rosa! ¡Ven!
-¿Dónde estás?
-Aquí abajo- le contestó, queriendo evitar que su voz temblorosa fuera percibida por quien, del otro lado, parecía haberla localizado.
Esa sensación la hizo salir de su escondrijo.
Al tiempo, el ascensor se ponía en movimiento. Pensó que Rosa estaría bajando, pero no. Su hermana estaba en el descansillo esperando que quedara desocupado para poderlo llamar.
Tenemos: a Marta acercándose a la puerta del ascensor, confiada, creyendo que llega su hermana; a Rosa en el descansillo, nerviosa, moviéndose de un lado a otro, cómo un animal enjaulado, y con las pupilas fijas en el cuadro que ilumina los pisos por los que pasa el ascensor, que primero sube, y después baja. No puede esperar más, y se lanza escaleras abajo.
En la calle, un energúmeno golpea los cristales de la puerta, que al final rompe, dejándolos caer sobre el suelo, pasando su mano ensangrentada a través del espacio abierto.
Abre la puerta desde fuera, al tiempo que del ascensor sale un hombre con un bate de béisbol, precipitándose contra ese ser que ahora queda en medio del espacio iluminado al completo.
Rosa se lanza interponiéndose entre su hermana y él, que parece querer alcanzarla. En ese instante un ruido seco y un cuerpo que se precipita sobre el suelo. El hombre que enarbola su bate ensangrentado las mira. Rosa coge a su hermana y la introduce en el ascensor sin esperar ni saber qué papel juega cada uno de esos seres que a ella le parecen salidos de un oscuro sueño, el que los liberara la noche anterior.
Cuando vuelve a casa, con su hermana, encuentra la puerta cerrada, y recuerda que en la precipitación ha salido sin llave. Mira a su hermana y descubre que ha dejado su bolso en alguna parte, constatando que ni una ni otra podrán acceder al cobijo de su hogar.
Por las escaleras, cada vez más cerca, se oyen pasos largos, que las suben a zancadas, y un ritmo marcado por el bate que restriega sobre la barandilla en un ritmo de tres por cuatro.
Ella llama en la puerta del vecino de enfrente, que solicito la atiende de inmediato, tras ser advertido por los ruidos y habiendo observado a las dos mujeres desde el ojo de la mirilla.
-¿Qué os pasa? ¿No sabéis volver de juerga sin hacer ruido?- les dice con sorna.
Rosa, sin responder, se introduce, arrastrando a Marta, que atónita la sigue sin decir nada. Su corazón se dispara acelerado, haciendo que pierda pie y caiga.
En sus sienes martillean los pasos que próximos alcanzan el piso, justo en el momento que son introducidas en la casa de Juan, su vecino.
No le hace mucha gracia refugiarse en esa casa. Juan es un tipo raro, ella sabe que le vigila a través de la mirilla y que sigue sus pasos desde las ventanas que dan al patio interior, frente a la de su habitación.
Un perro pequeño las encara enseñando sus colmillos.
-No temáis, es un bocazas.- dice Juan con gesto dudoso.
-Tenemos que avisar.- apunta Rosa. –Ese tipo es raro, primero parecía que venía a nuestro favor, pero su mirada no me ha ofrecido confianza, y por eso he actuado rápida.- dice mirando a su hermana, que parece restablecerse.
-¿De qué hablas?- pregunta Juan, mientras se asoma para ver si hay alguien fuera.
Ella le cuenta a grandes rasgos su versión de los hechos, y él la escucha con gesto incrédulo, pero asintiendo.
-¡Qué cosas! Y dices que os persigue. Voy a ver.- apunta mientras abre la puerta y sale adelantando la mitad de su cuerpo, para mirar.
Rosa reacciona de inmediato, cerrando la puerta, cuando ve que cómo el tipo que las seguía descarga un golpe seco sobre la cabeza de Juan. El perro queda fuera ladrando al agresor e intentando morder.
-¡Dame el móvil, Marta!- dice girándose hacía su hermana, que parece no estar.
-¡Dame el mo…!
-Despierta. ¿Qué te pasa?
-¡Jo, ya son las cinco! Bien se vale que me he despertado, porque tú ni caso de la alarma del despertador.
Decía Marta, mientras tocaba el hombro de su hermana, que parecía moverse en medio de una pesadilla, balbuceando palabras inconexas y sudando.
Marta abrió los ojos desperezándose, tenía que darse prisa, o no podría hacer lo que había planificado.
Su hermana se había vuelto a acostar y no insistiría. El día anterior le había rogado insistentemente para que se hiciera cargo del despertador y no le implicara a ella, pero tras una discusión en la que parecía perder la batalla había cedido a sus requerimientos.
-Sabes que apago el despertador y me doy la vuelta. Necesito que me ayudes.
Rosa había hecho ese gesto que le confirmaba que tras reproches varios, cedería.
Esperó que descargara la retahíla de imprecaciones.
Entre tanto se evadió, planificando los pasos a dar al día siguiente para hacer las cosas con el menor tiempo posible.
Rosa no fallaba nunca, aunque volviera de su trabajo a las tres, sería capaz de despertar al cabo de dos horas para avisarla.
Cuando consiguió que cediera prometiéndole que, como siempre, no le fallaría, se había sentido satisfecha de tenerla como hermana.
Aunque era algo gruñona, nunca le fallaría, y en esta ocasión, como en otras, había sido puntual y cuidadosa al no encender la luz de la habitación; pero ese detalle más bien era para evitarla, sabía que tenía muy mal despertar.
Al cabo de media hora salió cerrando la puerta tras de sí, sin cuidado, con un golpe seco.
Rosa se revolvió entre las sábanas y se tapó con la almohada.
-Mira que es delicada, y lo poco que le preocupamos los demás.
-Al fin se va. Entre la ducha, desayunar y abrir y cerrar armarios, no me ha dejado pegar ojo. Además me he pasado dos horas, pendiente del despertador, con el temor de quedarme dormida.- dijo, hablando sola.
-Pensándolo bien, ahora que estoy sola en casa me haré un café.
Dicho y hecho. Rosa se levantó y encontró el desorden que Marta había dejado tras de sí.
-¡Qué se le va a hacer! Ella es cómo es. Hace un año que vino a mi casa, y desde entonces, aunque lo ha revolucionado todo, me siento bien, a gusto, sabiendo que ella está en casa, o qué de un momento a otro puede venir.
Rosa, siempre de un lado a otro, no tiene casa ni lo pretende, pero el día que me llamó anunciando su visita, no hubiera imaginado que pasara tanto tiempo a mi lado.
Si me dijera que se va para no volver, me sentiría fatal. Me he acostumbrado a su presencia, digo presencia, pero debería apuntar invasión.
Nunca sé cómo voy a encontrarme la casa. Lo mismo cambia las cortinas que mueve las cosas de sitio.
Al principio me alteraba y le armaba la trifulca, pero no servía de nada. Con una de sonrisas lo zanjaba.
Ahora que pienso, en medio de todo no sé por qué ha adelantado dos horas su salida matinal. No me lo ha dicho, ni le he pedido explicaciones. La voy a llamar.
Entretanto, Marta, escondida en un ángulo oscuro, miraba la calle.
-Me da repelús, ese personaje que hay enfrente, parece que a posta, me inquieta.
Se me van a fastidiar los planes. Yo que quería adelantarme a todo el mundo para tener mi tiempo y terminar el proyecto. Voy a tener que quedarme con las ganas.
Me hacía ilusión imprimirlo y dejarlo en la recepción.
Estaba en estas cavilaciones, cuando sonó su teléfono móvil. En ese instante se apercibió de que el personaje que estaba al otro lado de la calle marchaba con precipitación, como si reaccionara al sonido que en medio de la quietud de esas horas, seguramente oído con claridad.
-¡Sí!-contestó con suavidad -¿Qué quieres? ¿Por qué me llamas?
Justo en ese momento vio que ese alguien miraba a través del cristal, intentando ver el origen del sonido.
Marta tembló, contestando a su hermana con un hilillo de voz imperceptible. -¡Rosa! ¡Ven!
-¿Dónde estás?
-Aquí abajo- le contestó, queriendo evitar que su voz temblorosa fuera percibida por quien, del otro lado, parecía haberla localizado.
Esa sensación la hizo salir de su escondrijo.
Al tiempo, el ascensor se ponía en movimiento. Pensó que Rosa estaría bajando, pero no. Su hermana estaba en el descansillo esperando que quedara desocupado para poderlo llamar.
Tenemos: a Marta acercándose a la puerta del ascensor, confiada, creyendo que llega su hermana; a Rosa en el descansillo, nerviosa, moviéndose de un lado a otro, cómo un animal enjaulado, y con las pupilas fijas en el cuadro que ilumina los pisos por los que pasa el ascensor, que primero sube, y después baja. No puede esperar más, y se lanza escaleras abajo.
En la calle, un energúmeno golpea los cristales de la puerta, que al final rompe, dejándolos caer sobre el suelo, pasando su mano ensangrentada a través del espacio abierto.
Abre la puerta desde fuera, al tiempo que del ascensor sale un hombre con un bate de béisbol, precipitándose contra ese ser que ahora queda en medio del espacio iluminado al completo.
Rosa se lanza interponiéndose entre su hermana y él, que parece querer alcanzarla. En ese instante un ruido seco y un cuerpo que se precipita sobre el suelo. El hombre que enarbola su bate ensangrentado las mira. Rosa coge a su hermana y la introduce en el ascensor sin esperar ni saber qué papel juega cada uno de esos seres que a ella le parecen salidos de un oscuro sueño, el que los liberara la noche anterior.
Cuando vuelve a casa, con su hermana, encuentra la puerta cerrada, y recuerda que en la precipitación ha salido sin llave. Mira a su hermana y descubre que ha dejado su bolso en alguna parte, constatando que ni una ni otra podrán acceder al cobijo de su hogar.
Por las escaleras, cada vez más cerca, se oyen pasos largos, que las suben a zancadas, y un ritmo marcado por el bate que restriega sobre la barandilla en un ritmo de tres por cuatro.
Ella llama en la puerta del vecino de enfrente, que solicito la atiende de inmediato, tras ser advertido por los ruidos y habiendo observado a las dos mujeres desde el ojo de la mirilla.
-¿Qué os pasa? ¿No sabéis volver de juerga sin hacer ruido?- les dice con sorna.
Rosa, sin responder, se introduce, arrastrando a Marta, que atónita la sigue sin decir nada. Su corazón se dispara acelerado, haciendo que pierda pie y caiga.
En sus sienes martillean los pasos que próximos alcanzan el piso, justo en el momento que son introducidas en la casa de Juan, su vecino.
No le hace mucha gracia refugiarse en esa casa. Juan es un tipo raro, ella sabe que le vigila a través de la mirilla y que sigue sus pasos desde las ventanas que dan al patio interior, frente a la de su habitación.
Un perro pequeño las encara enseñando sus colmillos.
-No temáis, es un bocazas.- dice Juan con gesto dudoso.
-Tenemos que avisar.- apunta Rosa. –Ese tipo es raro, primero parecía que venía a nuestro favor, pero su mirada no me ha ofrecido confianza, y por eso he actuado rápida.- dice mirando a su hermana, que parece restablecerse.
-¿De qué hablas?- pregunta Juan, mientras se asoma para ver si hay alguien fuera.
Ella le cuenta a grandes rasgos su versión de los hechos, y él la escucha con gesto incrédulo, pero asintiendo.
-¡Qué cosas! Y dices que os persigue. Voy a ver.- apunta mientras abre la puerta y sale adelantando la mitad de su cuerpo, para mirar.
Rosa reacciona de inmediato, cerrando la puerta, cuando ve que cómo el tipo que las seguía descarga un golpe seco sobre la cabeza de Juan. El perro queda fuera ladrando al agresor e intentando morder.
-¡Dame el móvil, Marta!- dice girándose hacía su hermana, que parece no estar.
-¡Dame el mo…!
-Despierta. ¿Qué te pasa?
-¡Jo, ya son las cinco! Bien se vale que me he despertado, porque tú ni caso de la alarma del despertador.
Decía Marta, mientras tocaba el hombro de su hermana, que parecía moverse en medio de una pesadilla, balbuceando palabras inconexas y sudando.
APUNTE 53
APUNTE 52
Si te animas a exponer las palabras de tus versos,
verás que tras ellas vengo a entregarte todo mi ser.
El cobijo de mis brazos, ansía enredarse en tu piel.
Abriré todas mis carnes, palpando en recovecos ocultos
que ante ti se presentan manifiestos.
Es a ti a quien daría el tesoro oculto bajo apariencia tosca y distante.
Es a ti, mi elegido, a quien quisiera entregarme.
¡Dime sí!
Si no es así,
abre mi pecho con daga.
Deja manar de mi alma esas lágrimas de sangre que por tu rechazo derrama.
verás que tras ellas vengo a entregarte todo mi ser.
El cobijo de mis brazos, ansía enredarse en tu piel.
Abriré todas mis carnes, palpando en recovecos ocultos
que ante ti se presentan manifiestos.
Es a ti a quien daría el tesoro oculto bajo apariencia tosca y distante.
Es a ti, mi elegido, a quien quisiera entregarme.
¡Dime sí!
Si no es así,
abre mi pecho con daga.
Deja manar de mi alma esas lágrimas de sangre que por tu rechazo derrama.
7 may 2009
6 may 2009
Lothe
Lothe, la heroína de tu cuento, se salió de contexto. Asomó su nariz respingona por entre las letras del texto que intentabas escribir.
-Vale que quieras historias-, te dijo con gesto huraño, -pero a mí me dejas en paz, que ya tuve bastante con sufrir ese desgarre, para que ahora vengas a removerlo-, añadió.
La escritora, estupefacta, no encajaba. ¿Cómo era que se intercalaban, en su escrito, palabras que no pensaba?
Dejando el asiento vacío salió a estirar las piernas respirando profundamente. Se asomó a la calle viendo las copas de los árboles a sus pies y pensó que el aire las movía al compás de su alma que alborozada se manifestaba.
La locura se adentraría en su mente escritora copiando a vuela tecla las frases en consonancia con ideas pasajeras que un verbo ocluso a su oído se pronunciaba, acordando todo aquello que ni siquiera pensaba.
Se puso un té en el microondas y acercó a su lengua un caramelo de menta para aplacar la sequedad de la que se sentía incierta.
Pensó, -Lothe es un buen nombre.
Una mujer que con larga túnica se enfrenta al aire que tira hacía atrás su abundante cabellera.
Su pensamiento vuelve a la escollera.
Allí, la dama mirando al mar que embravecido jadea.
Recuerda esa película en que actriz y protagonista mantienen una historia amorosa. No es la misma imagen. Es otra. La arena es húmeda y sus pies horadan sintiendo el salitre que mantiene esa sensación descargando el alma de dolor.
Ese instante, en ese momento podría pasar al otro lado sin quejarse.
¿Para qué vivir otras vidas si la que recuerda le basta y sobra?
Habla de ella o de su personaje. No sabe.
Nuevamente palabras se interponen reclamando su atención y pidiéndole silencio.
Ella te abrazó en aquella playa. Recuerdas el sabor salitroso que envolvió ese recuerdo. Llovía, pero el fuego candente que en ti bullía era más que suficiente para obviar cualquier inconveniente.
Un pequeño chiringuito. Mesas de madera y las cosas de blanco y azul. Sus ojos, vuelven a ti recuperando esa mirada olvidada. Era en Francia. Mejor dicho la Bretaña francesa. Esa mujer que captaba tu alma engarzándola en una rosa que tenía mariposas revoloteando a su alrededor.
-¿De quién trata la historia?-, pregunta la protagonista.
-¿No ibas a rememorar mis lances amorosos con aquel muchacho imberbe?- le dice inquisidora.
-Espera, ahora mis recuerdos vivifican, no me hagas descuidarlos que son para mi el pan y el agua de mi hermoso manantial de vida. Acaso desconoces mi objetivo. Busco en mí mi sino. - Añade encarando con displicencia rotunda.
-Si así es, mejor vuelvo otro día. Entretente en tus quejidos- Le dice dándose la vuelta al otro lado del texto en que nadie sabe si las ideas se pierden o hay juerga entre los signos que esperan su turno.
-Vale que quieras historias-, te dijo con gesto huraño, -pero a mí me dejas en paz, que ya tuve bastante con sufrir ese desgarre, para que ahora vengas a removerlo-, añadió.
La escritora, estupefacta, no encajaba. ¿Cómo era que se intercalaban, en su escrito, palabras que no pensaba?
Dejando el asiento vacío salió a estirar las piernas respirando profundamente. Se asomó a la calle viendo las copas de los árboles a sus pies y pensó que el aire las movía al compás de su alma que alborozada se manifestaba.
La locura se adentraría en su mente escritora copiando a vuela tecla las frases en consonancia con ideas pasajeras que un verbo ocluso a su oído se pronunciaba, acordando todo aquello que ni siquiera pensaba.
Se puso un té en el microondas y acercó a su lengua un caramelo de menta para aplacar la sequedad de la que se sentía incierta.
Pensó, -Lothe es un buen nombre.
Una mujer que con larga túnica se enfrenta al aire que tira hacía atrás su abundante cabellera.
Su pensamiento vuelve a la escollera.
Allí, la dama mirando al mar que embravecido jadea.
Recuerda esa película en que actriz y protagonista mantienen una historia amorosa. No es la misma imagen. Es otra. La arena es húmeda y sus pies horadan sintiendo el salitre que mantiene esa sensación descargando el alma de dolor.
Ese instante, en ese momento podría pasar al otro lado sin quejarse.
¿Para qué vivir otras vidas si la que recuerda le basta y sobra?
Habla de ella o de su personaje. No sabe.
Nuevamente palabras se interponen reclamando su atención y pidiéndole silencio.
Ella te abrazó en aquella playa. Recuerdas el sabor salitroso que envolvió ese recuerdo. Llovía, pero el fuego candente que en ti bullía era más que suficiente para obviar cualquier inconveniente.
Un pequeño chiringuito. Mesas de madera y las cosas de blanco y azul. Sus ojos, vuelven a ti recuperando esa mirada olvidada. Era en Francia. Mejor dicho la Bretaña francesa. Esa mujer que captaba tu alma engarzándola en una rosa que tenía mariposas revoloteando a su alrededor.
-¿De quién trata la historia?-, pregunta la protagonista.
-¿No ibas a rememorar mis lances amorosos con aquel muchacho imberbe?- le dice inquisidora.
-Espera, ahora mis recuerdos vivifican, no me hagas descuidarlos que son para mi el pan y el agua de mi hermoso manantial de vida. Acaso desconoces mi objetivo. Busco en mí mi sino. - Añade encarando con displicencia rotunda.
-Si así es, mejor vuelvo otro día. Entretente en tus quejidos- Le dice dándose la vuelta al otro lado del texto en que nadie sabe si las ideas se pierden o hay juerga entre los signos que esperan su turno.
5 may 2009
Encuentro
Sinuosamente se acorrucó entre las tarimas al abrigo de una esquina que disimuladamente tapaba su fina figura encorvada. Sus dedos se clavaban en el tejido de lana que tenía doblado de forma desordenada. Miraba insistentemente al fondo queriendo captar la atención de alguien entre todos los presentes.
Su papel en esa escena, aparentemente insignificante, cobraba vigor al captar la atención de quienes asistían impasibles a lo que sobre el escenario dos figuras informes concitaban.
Era un personaje sin cuerpo. Él sabía que todo dependía de su instinto.
La platea repleta de gente. Temblaba como una hoja a punto de ser abatida por un viento otoñal. Disimulando como podía evitaba ser previsto en tal.
Ella no lo pudo evitar. Olvidando que se trataba de una escenificación teatral se acercó y le tendió los brazos queriéndole abrazar. Él, desconcertado, pensaba si sería parte de la trama, sintiéndose azorado creyendo haberlo olvidado.
El director de escena no apreciaba lo que allí pasaba, pues estaba concentrado en el centro del escenario, dónde se desarrollaba un diálogo tramado para dar paso a otro escenario que preveía sería dado en el patio de butacas.
Los espectadores intrigados miraban lo que allí se escenificaba absortos en ese giro imprevisto de la historia.
Un juego de luces y sombras marcaba recorridos imprecisos.
Allí la atención se centraba en la respuesta esperada.
Rechazo por parte de él. Ella en un respingo se retiraba cabizbaja a ocupar su butaca. Una lágrima hollaba la mejilla inmaculada.
Él observaba y ante ella no pudo consentir y olvidando el papel que le habían entregado, decididamente se levantó acercándose a ella y besándola la abrazó olvidando el mundo que ocupaba ese espacio.
Se encontraron en lo alto de una colina, acunados por un viento que de agua marina encendía su instinto manifiesto.
Ella y él. El mundo dejaba de tener forma.
En sus brazos la llevaba atravesando a otro plano del que la realidad es otra. Amando.
Salieron sin mediar palabras. Sus ojos las decían todas. No pactaron. Ella le llevaba por las calles empedradas a un portal y sin poder esperar, allí empezaron su viaje nupcial.
Su papel en esa escena, aparentemente insignificante, cobraba vigor al captar la atención de quienes asistían impasibles a lo que sobre el escenario dos figuras informes concitaban.
Era un personaje sin cuerpo. Él sabía que todo dependía de su instinto.
La platea repleta de gente. Temblaba como una hoja a punto de ser abatida por un viento otoñal. Disimulando como podía evitaba ser previsto en tal.
Ella no lo pudo evitar. Olvidando que se trataba de una escenificación teatral se acercó y le tendió los brazos queriéndole abrazar. Él, desconcertado, pensaba si sería parte de la trama, sintiéndose azorado creyendo haberlo olvidado.
El director de escena no apreciaba lo que allí pasaba, pues estaba concentrado en el centro del escenario, dónde se desarrollaba un diálogo tramado para dar paso a otro escenario que preveía sería dado en el patio de butacas.
Los espectadores intrigados miraban lo que allí se escenificaba absortos en ese giro imprevisto de la historia.
Un juego de luces y sombras marcaba recorridos imprecisos.
Allí la atención se centraba en la respuesta esperada.
Rechazo por parte de él. Ella en un respingo se retiraba cabizbaja a ocupar su butaca. Una lágrima hollaba la mejilla inmaculada.
Él observaba y ante ella no pudo consentir y olvidando el papel que le habían entregado, decididamente se levantó acercándose a ella y besándola la abrazó olvidando el mundo que ocupaba ese espacio.
Se encontraron en lo alto de una colina, acunados por un viento que de agua marina encendía su instinto manifiesto.
Ella y él. El mundo dejaba de tener forma.
En sus brazos la llevaba atravesando a otro plano del que la realidad es otra. Amando.
Salieron sin mediar palabras. Sus ojos las decían todas. No pactaron. Ella le llevaba por las calles empedradas a un portal y sin poder esperar, allí empezaron su viaje nupcial.
APUNTE 49
Nos da por dar sentido a las cosas, cuando las cosas no tienen sentido.
Repaso palabras frías de esqueletos de ideas.
Insulsas formas.
Esa falta o carencia proviene del fondo de mí.
Cuando esto ocurre se disparan las alertas.
Hay peligro.
El vacío puede estar allí.
El alma se duele por este cuerpo, o es éste que apunta el padecimiento.
Largas horas que al fin se reducen a nada.
El pasado borra sus huellas.
Cuando vuelven parecen nuevas.
Aunque allí pací, olvidé y salí.
Restituirse es recurso de supervivencia.
El morral se vacía a cada paso que das.
La esperanza hace su parte.
Así vas arrastrando este cuerpo sepulcro de lo pasado, de los sueños olvidados.
No hay duelo ni esperanza que soporte la embestida con saña.
¿Será mañana?
De ella te adhieres.
¿Tienes esperanza?
¡La tienes!
Si no la tuvieras, hace tiempo que cerrabas esta puerta.
A la vida te agarras con uñas y dientes, auque te quejes.
La rueda de molino cumple su sino.
Da vueltas sobre un mismo eje.
Nos parece que podemos abarcar olvidando que, estemos donde estemos, hay un punto fijo en el que nos movemos, sujetos a ese eje que nos hace girar.
Soñamos que nos soñamos.
Sentimos que nos sentimos.
Sabemos lo que creemos.
Pensamos lo que quisimos.
Fuimos un rastro de humo perdido en la niebla del tiempo.
La tentación tiene ventanas abiertas.
El engaño no tiene mejor víctima que la que crédula le busca.
El mayor de los timos está en la cabecera de tus pensamientos, los que buscan el sentido y razón del ser en este tiempo.
Fugaz, huye sin que nos sea dado darle alcance.
No se deja tomar.
Se deja vislumbrar como un posible.
Si fuéramos capaces de vivir el presente, ¡viviríamos!
No lo somos.
Almas en pena.
Nos movemos en medio de esta niebla.
Temerosos miramos al vacío destino perdiendo la luz del momento vivido.
No sabemos contener el hálito de nuestro ser.
Así la vida nos pasa de largo y nos queda recordar lo que de ella hemos pensado.
¡Algo es algo!
Repaso palabras frías de esqueletos de ideas.
Insulsas formas.
Esa falta o carencia proviene del fondo de mí.
Cuando esto ocurre se disparan las alertas.
Hay peligro.
El vacío puede estar allí.
El alma se duele por este cuerpo, o es éste que apunta el padecimiento.
Largas horas que al fin se reducen a nada.
El pasado borra sus huellas.
Cuando vuelven parecen nuevas.
Aunque allí pací, olvidé y salí.
Restituirse es recurso de supervivencia.
El morral se vacía a cada paso que das.
La esperanza hace su parte.
Así vas arrastrando este cuerpo sepulcro de lo pasado, de los sueños olvidados.
No hay duelo ni esperanza que soporte la embestida con saña.
¿Será mañana?
De ella te adhieres.
¿Tienes esperanza?
¡La tienes!
Si no la tuvieras, hace tiempo que cerrabas esta puerta.
A la vida te agarras con uñas y dientes, auque te quejes.
La rueda de molino cumple su sino.
Da vueltas sobre un mismo eje.
Nos parece que podemos abarcar olvidando que, estemos donde estemos, hay un punto fijo en el que nos movemos, sujetos a ese eje que nos hace girar.
Soñamos que nos soñamos.
Sentimos que nos sentimos.
Sabemos lo que creemos.
Pensamos lo que quisimos.
Fuimos un rastro de humo perdido en la niebla del tiempo.
La tentación tiene ventanas abiertas.
El engaño no tiene mejor víctima que la que crédula le busca.
El mayor de los timos está en la cabecera de tus pensamientos, los que buscan el sentido y razón del ser en este tiempo.
Fugaz, huye sin que nos sea dado darle alcance.
No se deja tomar.
Se deja vislumbrar como un posible.
Si fuéramos capaces de vivir el presente, ¡viviríamos!
No lo somos.
Almas en pena.
Nos movemos en medio de esta niebla.
Temerosos miramos al vacío destino perdiendo la luz del momento vivido.
No sabemos contener el hálito de nuestro ser.
Así la vida nos pasa de largo y nos queda recordar lo que de ella hemos pensado.
¡Algo es algo!
1 may 2009
APUNTE 48
Cábalas
Puertas.
Ventanas abiertas
Enmarcadas por un cielo gris
Siniestro presagio.
Dulce adagio.
Sueños enredados.
¡Despiertas!
Me tienes dispuesta.
En acto presente,
se siente y comprende.
Rodando en espiral.
¡Líbrenme del mal!
Destino cansino.
Ocluso y confuso.
¡Démosle con tino!
Insistes y apuntas.
Disiento y atiendo.
¡Comprendo!
Aún así discrepo.
Ya no me contengo.
Desato los ecos.
Destapo y presento.
Puertas.
Ventanas abiertas
Enmarcadas por un cielo gris
Siniestro presagio.
Dulce adagio.
Sueños enredados.
¡Despiertas!
Me tienes dispuesta.
En acto presente,
se siente y comprende.
Rodando en espiral.
¡Líbrenme del mal!
Destino cansino.
Ocluso y confuso.
¡Démosle con tino!
Insistes y apuntas.
Disiento y atiendo.
¡Comprendo!
Aún así discrepo.
Ya no me contengo.
Desato los ecos.
Destapo y presento.
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