9 may 2009

Raul

Raúl, así se llamaba el hijo de tu hermano, recuerdas mientras observas a ese muchacho que corretea entre las hojas caídas, de plátano, en el parque que queda a tus pies, según miras desde la distancia del tercer piso que te aloja en la ciudad extraña. Has llegado a ella para pasar los días más angustiantes de tu vida. Para reclamar lo que consideras es de tu incumbencia. Para dar esos pasos que debieron darse en aquel tiempo en que las cosas podían aclararse.

Ella se lo llevó aquella tarde fría de enero.

Lo recuerdas bien.

Es una imagen vívida.

Él con sus zapatitos desgastados de tanto talonazo dado a piedras a las que hacía saltar de un lado a otro, como si de pelotas se tratara.

Has venido a la ciudad, tras el aviso de una carta que llegó a tus manos sin remite y con pocas palabras, las imprescindibles.

Irás al tanatorio y ataras cabos.

Eso piensas, con esos mecanismos que llevan a tensarte hasta el punto de oprimir tu mente, queriendo exprimir la memoria como si de un fruto pudiera tratarse.

Adelantas acontecimientos y eso te hace sentir los pies fríos y la cabeza caliente.

María te ha dicho que lo tomes con calma. Tú has aseverado con un gesto, pero de nada vale que así lo hayas hecho. No tienes paciencia. La sangre golpea tus sienes. Estalla la migraña ineludible. Tomas un vaso de los que ponen en los lavabos de esos hoteles a los que estás acostumbrado. Casi has olvidado que tienes un vaso en una casa, en la que tu mundo se construye a tus espaldas.

Pensaste que pilotar aviones sería hermoso, y ahora darías otro paso, si estuvieras a tiempo. Permanecer en tierra sería lo mejor que pudiera ocurrirte.

Dejas correr el agua un rato, para sentirla en tus manos y llenas el vaso.

Ingieres esa diminuta pastilla que sabes te liberará del dolor que golpea insistente en uno de los hemisferios, siempre el mismo, el izquierdo.

La boca seca y el cuerpo con una rigidez que sabes tardarán en diluirse.

Has pasado por estas sensaciones muchas veces.

La nota decía que ella estaría en el velatorio de la abuela y que Raúl había exigido asistir. Incluso te han dicho la hora más probable. Ella es mujer de pautas precisas y no va a actos públicos por la mañana.

Todavía puedes organizarte y planificar las cosas.

Te inquietas. Tu talante no aguanta las esperas, pero debes acomodarte en este espacio que te resulta familiar, porque todos los hoteles al fin son clones.

Decides tumbarte sobre la cubierta roja que han estirado después de ordenar tu habitación.

Tuya por unas horas. Las que te sirva de alojamiento.

Recorres con la mirada los rincones y hay algo que parece nuevo. Un tenue rayo de sol se ha posado sobre el vaso que has dejado descuidado sobre la mesa que te servirá de escritorio.

Piensas que puedes abrir tu portátil y revisar tu correo. Lo piensas, pero no te mueves, piensas en esos movimientos que te llevarían a hacerlo. Eso te relaja. Cierras los ojos y duermes.

-¡Dina!

-¿Dónde están todos?

-No se sabe.

-¡Cómo es posible que no haya nadie!

-Se fueron.

-¿A dónde?

-No sé.

-Tienes que saberlo.

Estas son las voces que escuchas en tu sueño.

Despiertas y vas a anotarlas en unas hojas que encuentras sobre la mesa.

Mientras lo haces, piensas que es un buen detalle.

Te preguntas, y llegas a la conclusión de que no conoces a nadie que se llame Dina.

Recuerdas un espacio blanquecino, sin límites iluminado sin resaltes ni brillos.

Un espacio vacío.

Las voces resuenan en tu mente.

De hecho no te sentías dormido. Te sabías sobre una superficie mullida. Estabas encima de la cama y ese espacio eras tú mismo.

Por un instante, has dejado de pensar en lo que te obsesiona.

Posiblemente haya sido efecto de la pastilla.

Posiblemente haya sido una especie de encantamiento lumínico.

Recuerdas que un rayo de luz había impactado sobre el cristal del vaso que habías dejado tras ingerir el agua necesaria para tragar la diminuta pastilla.

Lo tienes ante ti como si fuera algo a tener en cuenta.

Haces bien en darle relevancia. Ha sido la puerta que te ha dado paso a una experiencia fuera de lo palpable.

Así es. Se fueron.

Miras el reloj y descubres que a penas tienes tiempo para llegar al lugar al que has tenido el propósito fijo de alcanzar.

Ya no tienes premura.

De hecho no quieres ir.

Raúl, como muchos otros, marchó.

Ese niño no es.

Ese niño no está.

Decides que la vida tiene un curso que un buen día deja de implicar.

No buscabas a Raúl, buscabas a Tomás, tu hermano, pero sabes que su muerte se lo llevó para siempre.

Venías en busca de su hijo, pero en realidad es a él a quien querías encontrar.



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1 comentario:

  1. Me gusta el relato. Pensamientos entremezclados que todos tenemos y sentimientos dispersos que no sabemos canalizar.

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Confieso que…

  Sé Que no eres mía Que no soy tuya Me valgo y basto Quiero Estar contigo Ser contigo Iluminas Sin ti  La tormenta se avecina