Hubo un paisaje lánguido que se volvió aire, al salir la tarde sobre la montaña del Norte, escondiendo su sombra en la del Sur.
Todas las cosas perdieron volumen. Las formas no correspondían a nada. El aire olía a lavanda.
A lo lejos alguien captó su despliegue y quiso acercarse para recoger en su retina la transformación.
Se lo diría a todo el mundo, pensaba cuando regresaba, por el camino más largo, a la inhóspita ciudad. Cuando llegó no encontró miradas que aceptaran lo que intentaba decir. Llegó a su casa y tecleó para que al menos quedara constancia.
Recabó en un hecho insólito que a nadie interesaba. Pensó que a él sí, y eso bastaba.
Se pensó que pensaba algo inadecuado y decidió dejar de alojar ese pensamiento. Se desprendería de él cómo del sudor bajo la ducha, así lo hizo, se metió vestido y calzado desoyendo a los de su alrededor que le recordaron que no había razón para ello.
Al desprenderse de sus ropas decidió que éstas le llevarían a esos recuerdos y las arrojó al cubo de la basura, pero no satisfecho bajó éste y lo abandonó cuatro avenidas más allá de la propia.
En su regreso algo persistía, el olor. Con eso no podría, persistiría.
Quiso guardar esas memorias en un archivo olvidado, pero cada día, inevitablemente, lo abriría, a hurtadillas, sin que nadie pudiera verle.
Al recogerlo bajo su clave secreta, pensaba que mañana lo destruiría, sustituyéndolo por contenidos banales. Nada podía borrarse, pero sí reemplazarse. Le bastaría cambiar palabras sin contenido.
Así fue cómo alguien encontró una pantalla parpadeante que contenía un escrito, y leyó: -Hubo un hombre que vio cómo un paisaje se omitía entre montañas dejando en el aire olor de retama.
Al pie de ese texto encontró la imagen de unos ojos que insistentes le miraban, y comprendió que esos eran los testigos de un acontecimiento fortuito.
La curiosidad le pudo y copio el archivo para tenerlo a su disposición en cualquier momento.
Lo guardó entre sus pertenencias más preciadas, pero temió que alguien lo encontrara. Tomó toda suerte de medidas. No le bastaban. La inquietud se adueñó de su ánimo. Nervioso miraba a un lado y otro para percatarse de que nadie advertía lo que ocultaba.
Un buen día, creyéndose fuera de peligro, puso ese archivo en acción. No eran ojos lo que vio, oyó una voz que le advirtió de su peligroso intento. Era tarde, pues atrapado quedó.
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