Lothe, la heroína de tu cuento, se salió de contexto. Asomó su nariz respingona por entre las letras del texto que intentabas escribir.
-Vale que quieras historias-, te dijo con gesto huraño, -pero a mí me dejas en paz, que ya tuve bastante con sufrir ese desgarre, para que ahora vengas a removerlo-, añadió.
La escritora, estupefacta, no encajaba. ¿Cómo era que se intercalaban, en su escrito, palabras que no pensaba?
Dejando el asiento vacío salió a estirar las piernas respirando profundamente. Se asomó a la calle viendo las copas de los árboles a sus pies y pensó que el aire las movía al compás de su alma que alborozada se manifestaba.
La locura se adentraría en su mente escritora copiando a vuela tecla las frases en consonancia con ideas pasajeras que un verbo ocluso a su oído se pronunciaba, acordando todo aquello que ni siquiera pensaba.
Se puso un té en el microondas y acercó a su lengua un caramelo de menta para aplacar la sequedad de la que se sentía incierta.
Pensó, -Lothe es un buen nombre.
Una mujer que con larga túnica se enfrenta al aire que tira hacía atrás su abundante cabellera.
Su pensamiento vuelve a la escollera.
Allí, la dama mirando al mar que embravecido jadea.
Recuerda esa película en que actriz y protagonista mantienen una historia amorosa. No es la misma imagen. Es otra. La arena es húmeda y sus pies horadan sintiendo el salitre que mantiene esa sensación descargando el alma de dolor.
Ese instante, en ese momento podría pasar al otro lado sin quejarse.
¿Para qué vivir otras vidas si la que recuerda le basta y sobra?
Habla de ella o de su personaje. No sabe.
Nuevamente palabras se interponen reclamando su atención y pidiéndole silencio.
Ella te abrazó en aquella playa. Recuerdas el sabor salitroso que envolvió ese recuerdo. Llovía, pero el fuego candente que en ti bullía era más que suficiente para obviar cualquier inconveniente.
Un pequeño chiringuito. Mesas de madera y las cosas de blanco y azul. Sus ojos, vuelven a ti recuperando esa mirada olvidada. Era en Francia. Mejor dicho la Bretaña francesa. Esa mujer que captaba tu alma engarzándola en una rosa que tenía mariposas revoloteando a su alrededor.
-¿De quién trata la historia?-, pregunta la protagonista.
-¿No ibas a rememorar mis lances amorosos con aquel muchacho imberbe?- le dice inquisidora.
-Espera, ahora mis recuerdos vivifican, no me hagas descuidarlos que son para mi el pan y el agua de mi hermoso manantial de vida. Acaso desconoces mi objetivo. Busco en mí mi sino. - Añade encarando con displicencia rotunda.
-Si así es, mejor vuelvo otro día. Entretente en tus quejidos- Le dice dándose la vuelta al otro lado del texto en que nadie sabe si las ideas se pierden o hay juerga entre los signos que esperan su turno.
6 may 2009
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