18 abr 2009

EN EL ANDÉN

Siempre escogía un banco soleado y quedaba a la espera del paso de los trenes. Saludaba y despedía con un gesto de la mano, con tal intensidad que cualquiera diría que alguien del otro lado le respondía.
Cada tarde recorría el trayecto que le llevaba de la casa a la estación saludando a los vecinos de manera natural.
Entre ellos con guiños se miraban.

- Pobrecito, cada día. Haga frío o calor. Allí va.

La conciencia de su inconsciencia le decía que debía disimular pues sabía de los gestos y miradas que le hacían.
Así fue cada día.
Aquella mañana certera Luigi sintió el deseo, compró billete de ida a la ciudad.
Se acercó a la taquilla. Todo el mundo se miraba, en el bar. Con el codo, en disimulo, se avisaban.

- Ves lo que ven mis ojos.
- Eso parece.
- Ha cambiado la rutina.
- ¿Adónde se irá?

Ella y él se han encontrado en la mirada de la imagen especular.
Cada día ella asomaba a su ventana y por arte del reflejo en el espejo sucedía que aparecía a sus ojos del otro lado de la ventanilla del tren. Curiosamente él la veía como si de viajera en su asiento se tratara. También, por casualidad, su mirada le encontraba sintiendo la profundidad.

- Dorita, sal de allí.
- Qué manía tienes en asomarte a la ventana cuando pasa el tren.
- Que no ves que te entretienes.
- Mamá, espera.
- Haz el favor y ven.
- Sí, ya vengo.

Entretiene un rato más, a la espera de verlo.
No está. Su corazón en un brinco y el rubor de excitación. Ha mudado su color. Palidece. Pierde pie y se desvanece.

- Niña, venga que haremos tarde.
- Ay, señor. ¿Qué tienes?
- Dorita. ¿Qué te pasa?

La madre reanima a la muchacha, que aturdida farfulla palabras y sonidos inconexos.
Ese encuentro deseado a él le había llevado al acto. Quiso subir a ese tren para contactar con ella y decirle aquellas cosas que en sueños le decía. Que la quería por sobre todas las cosas. Que era su vida entera. Que así lo sabía.
Sube al tren y desde el pasillo del vagón ve ese banco vacío, donde él cada día había vivido.
Busca allí donde cree que ella está, justo frente al banco que acaba de abandonar.

- Hola

Saluda a un viajero que allí está.
Se siente observado, mirado.
Ese hombre lleva en su mano una pipa que no humea.

- Ya no fumo.
- Hace tiempo, tanto que si la tengo en la mano huelo y recuerdo como el humo en el pasado acompañó mi silencioso meditar.

Luigi es educado y corresponde al saludo.
En un instante, cuando arranca el tren de nuevo reconoce un atisbo, una sombra, de algo y se estremece.
No puede devanar pensamientos pues topa con un compañero de viaje que le entretiene con las idas y venidas de su charla.



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