20 jun 2009

Raixa

-Es necesario ponerse al trasaire-, anunció la anciana que guiaba el grupo de niñas entre las montañas.
Los hombres rodeados de niños y ancianos, la miraban en todos sus movimientos.
Respondían a sus gestos, más que a las palabras.
Éstas a penas les llegaban.
Las mujeres no necesitaban ni gestos ni palabras.
Recibían el mensaje desde las raíces que la tierra albergaba.
Habían llegado a ese estado del ser en que la vida se aúna reduciendo distancias.
Quedaron en descanso esperando que las niñas se acercaran con los frutos que la anciana repartía para el sustento del grupo.
Ella tomó uno y, presionando la lengua sobre el paladar, dejó que su esencia vital la recorriera.
Eran bayas rojas recogidas de arbustos a lo largo del camino.
Marcia, se alejó del grupo y pensó.
Pensar era algo que ignoraba.
Sabía y sentía.
Formular frases que sólo ella podía escuchar, era inaudito.
Nadie pudo apercibirse de su alejamiento.
La anciana con disimulo desvió la mirada mientras supo que esa joven se alejaba.
-Deberá cumplir su destino, el que sólo a ella se presenta.- Siseo en sonido casi imperceptible.
Raixa llegaba en ese momento a recoger otro pañuelo cargado de frutos.
La niña supo, pero guardó silencio.
En parte por no saber a qué atenerse.
La anciana captó su desconcierto.
-Ya te llegará el día.- Dijo, en el lenguaje de la mente.
Las palabras golpearon el alma de la niña, dejando un rastro helado que la quemaba.
Su mano izquierda apretó su frente, como queriendo recoger algo que en ella penetraba.
Guardaría el secreto sin saberlo.
Llegaría el día en que como a Marcia, a ella le madurara.
Ese día se alejaría del grupo para organizar su propia comuna.
En cada generación, una de ellas era la elegida.
Era la que sabía y veía.
La anciana sonrió.
La vida cumplía su ciclo.
Podría dejar su cuerpo en las raíces y olvidar.
Raixa sintió que una lágrima afloraba.
No sabía qué significaba.
Un cántico se impuso.
La anciana cayó abatida.
Marcia tomo su lugar y el grupo reanudo su marcha.
Raixa miraba atrás.
Una estela iluminada ascendió, dejando un montículo de musgo que parecía brillar.
Se frotó lo ojos descreída de lo que veía.
Las otras niñas correteaban alrededor de la nueva guía.
Ella sabía, aunque serían lustros los que la llevarían a ocupar ese lugar.

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