23 jun 2007

EN AQUELLOS TIEMPOS REMOTOS LOS CAMINOS LLEVABAN A CUALQUIER PARTE.




EN AQUELLOS TIEMPOS REMOTOS LOS CAMINOS LLEVABAN A CUALQUIER PARTE.

Nuestra heroína era una muchacha de ojos dispuestos a recorrer los pasos del Norte sin pestañear siquiera.

No había nadie, en la comarca de Gurdn, capaz de sostener su mirada.

Ella había visto la muerte de cara sin temer por su suerte. Había viajado entre nubes de polvo y días sin lluvia con la boca seca sin reclamar para sí gota alguna.

Entregó a los ancianos todos sus víveres y líquidos, superando la prueba manteniéndose en estado de semiactividad.

Consiguió parar los golpes de deterioro del cuerpo mientras a su paso caían otros, víctimas, cediendo paso a la nada.

Tenía el kay. Ese poder que sólo una de la comuna hereda. Le había sido legado desde la más tierna infancia. Cuando en ningún momento reclamaba atención por el llanto como suelen hacer los humanos en sus primeros momentos vitales.

Reconocida como la heredera de la gran montaña había sido educada y aleccionada para ser guía y fuerza de todos ellos.

Gurdhya era la más preclara de la Comuna. El Seym le había asignado funciones que hasta ese momento nunca se otorgaran a nadie tan joven.
Es cierto que esa función siempre fuera asignada a la mujer, pero la de cabellos blancos y mente preclara.
Ella apenas si tenía quince años y sin embargo manifestaba la mayor de las potencias. Nadie era capaz de mirarla de frente. Todos miraban al suelo cuando se cruzaban con ella.
Eso le hacía sentir incomodidad. Hubiera deseado reír con el resto las historias que se contaban a lo largo del día en los encuentros que se producían cuando se llevaban a cabo las distintas tareas cotidianas. De lejos miraba como se producía la comunicación risueña entre unos y otros. Si se aproximaba el silencio se imponía.
Aquella tarde Gurdhya se distrajo en su paseo a la orilla del río. Iba recogiendo bayas maduras de los arbustos que encontraba. Desoyó las precauciones que su instinto le emitió y distrajo su atención contemplando colores y formas que la transportaban.
Había salido tras ella una sombra diminuta que en ningún momento manifestó su presencia.
Era un niño de la Comuna. Aunque la temía era mayor su curiosidad. Llevaba días indeciso y al fin, esa tarde, había decidido seguirla. Era un muchacho espigado y rubio. Con él se movía un hurón. Éste era muy vivaracho. Lo había encontrado en el claro del bosque cuando apenas si era capaz de abrir los ojos. Había tenido cuidado en alimentarlo masticando semillas y dándole de comer sin que el resto se diera cuenta. Esa tarea correspondía a las muchachas y si le hubieran visto habría sido motivo de burla. Bien se le valía que sus compañeros de juegos no estaban pendientes de lo que pudiera llevar bajo su casaca.
Evidentemente trataba al hurón como si de cualquier otro animal del grupo se tratara. Un buen día había dejado que se moviera sin llevarlo escondido. Así había sido como ante todos era él y su compañero. Nadie había cuestionado esa compañía. No era extraño que un muchacho tuviera a su lado un animal compañero. No importó de dónde venía ni por qué atendía a sus gestos y chasquidos.
Ambos formaban un buen conjunto. Parecían uno proyección del otro. El pelo del muchacho tomaba brillos parecidos al del pelaje del hurón.
Por las noches dormían enroscados sobre la paja que se había habilitado como cama al lado de la puerta de la cueva Comunal.
Cada cual ocupaba un lugar dependiendo de la casta a que pertenecía. El muchacho estaba bajo la tutela de toda la Comuna porque había perdido la genealogía de su grupo por razones que él todavía desconocía.
Al estar protegido por todos quedaba a merced de su propia suerte. Se movía con mayor libertad. Iba y venía sin que nadie se percatara de sus ausencias.
Él había mirado a Gurdhya muchas veces. Sólo él había sido capaz de ver la profundidad de sus ojos de un azul que cambiaba según el sentimiento que ella quisiera contener. Eran como el agua que dependiendo de la ubicación toma matices azules o verdes, transparentes u opacos. Así eran los ojos de Gurdhya. Él bien lo sabía. En ellos bebía.
Soñaba que se adentraba en las aguas profundas que presagiaban las miradas de ella.
Esperaba cualquier ocasión para contemplarla.
Ella no había llegado a percatarse porque vivía ensimismada y atareada en el entrenamiento que le tocaba asumir como seguidora del mandato del Seym.
Churg, que así se llamaba el muchacho, cada vez descuidaba más las precauciones ante la atracción que tenía hacía la figura que cada tarde se adentraba por la vereda del río.
Esa tarde ni ella ni él se apercibieron de lo arriesgado del descuido. Él pendiente de ella y ella sin apercibirse de que se estaba desviando y adentrando más allá de lo aconsejable.
Cayó la oscura sombra del crepúsculo sobre sus espaldas. Únicamente el hurón manifestó incomodidad, pero Churg no le hizo caso y siguió tras ella.
La noche tendió su capa sobre los caminos estrechos haciendo que perdieran su apariencia cotidiana.
Gurdhya, cuando quiso darse cuenta ya estaba desorientada. Miró a su alrededor y todo le pareció extraño, distinto.

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