8 oct 2010

Duele recordarlo

Papá murió.
Ese dolor fue el primero que se enquistó en mi alma.
La vida me negó el adiós de la madre.
Ella se fue para darme paso a mí.

Julián lo había sido todo.

Cuando llegó a mí la noticia, sus cenizas estaban en el suelo.
Él había pedido que se esparcieran por el monte.

En ese momento no supe lo doloroso de su ausencia.
Ese impacto emocional cayó sobre mí como una avalancha cuando entré a la casa que me vio nacer.

Fue allí dónde se abrió dentro de mí el abismo de la tristeza contenida.

Has escrito sobre su muerte y he revivido ese momento.

Es posible que ahora que mi espera está llegando a su fin lo reviva.

Sé que mi plazo es corto.

Ya me toca.

Recuerdo con viveza su presencia.

Veo su mirada, cuando creyendo que nadie le observaba se entretenía repasando la silueta de Matilde.

Aunque yo era una niña, eso no me pasó por alto.
Supe leer en su gesto.
Entendí que vivían en el cielo.

No recuerdo que discutieran en ningún momento.
En ellos aquello de amor reñido, amor querido, no era razón de ser.

Hablaban, se miraban, se escuchaban.

Siempre busqué el reflejo de lo que en ellos vi.

Nunca lo hallé.

Me identifiqué.

Quise ser su espalda.
Quise ser su cara.
Quise ser sus manos.

Quise ser él.

Es posible que esa sea la razón por la cual he buscado en otras mujeres lo que deseé de Matilde.

Él la poseía.
Él la tenía.

Sentí celos y rechacé esos sentimientos.

No reconocí en ese momento que me dolía no poder tener lo que él tenía.

Le amaba y odiaba.

Era mi padre y al tiempo mi rival.

Ella me dedicaba mimos y atención, pero ante él resplandecía.

Se fueron y me tocó quedar para recordar.

Larga espera lacera el final de mis días.

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