19 dic 2008

Dulce



Dulce se paseaba por un camino solitario. A decir de quien la viera era un personaje ambiguo.
De niño todo el mundo creía que era una niña y a él se referían como a tal.
He dicho la y no me equivoco. Después del claroscuro de la adolescencia decidió que el territorio de ellas era más fecundo y liberal. No había exigencias conforme a normas que a los hombres implicaban.
Sabía que había territorios donde podría medrar. Se creo un cubículo propicio a su libertad.
A veces, mientras dormía, un rayo gélido atravesaba su espinazo. Despertaba sin saber que imágenes habían obrado ese terror en la noche.
Tuvo amigos y amigas que llegaron a intimar con él/ella. Los hubo que magnificaron sus maneras femeninas y quienes le reclamaran tomara el camino de retorno a una identidad supuesta, la de la masculinidad.
Él fijo sus sentidos en soñarse y manifestarse tal cual. Que ni mujer ni hombre sería pero en la identificación su carnet de identidad era de varón. Solía vestir de esa manera que muchas lesbianas adoptan y en ese entorno nadie le miraba raro.
Sus facciones eran finas, sus dedos largos con unas uñas cortas bien cuidadas.
Se presentaba a la gente como dama. Tenía una sensibilidad que rezumaba por los poros de su piel.
Amantes los tenía. No añoraba funciones de esposa. Las esposas eran las otras. Aquellos con quien estuviera se aficionaron e hicieron adictos a su persona.
Con ellas era diferente. Normalmente se enredaba con lesbianas, aquellas que van de femeninas y coquetas. No tenía problemas.
De las artes amatorias intuía las maneras suficientes para llegar donde la otra quisiera. En el momento más íntimo sabía que no se le rechazaba. El enviste de su miembro viril, hermoso y turgente, se enfilaba en busca de la gema flameante que llamaba a su reclamo.
Ellas callaban frente a las que no sabían. No dudaban que era una buena prenda lo que él ocultaba y no sería a su favor andarse con la información no fuera que las otras, las puras, obraran en contra y se le hiciera boicot.
Entre los chicos de ambiente la cosa iba rodada. La sorpresa era que aunque aparentara maneras era dador y no receptor.

Iba distraída en sus ensoñaciones cuando de pronto se percató de que alguien la observaba.
Algo le hizo pensar en aquella sensación que en la noche la embargara.
Tembló sin saber por qué, y se mantuvo rígida en su paso pausado pero ya no relajado.
Él, sabía que era un hombre que tras ella andaba, seguía sus pasos de cerca.
Casi sentía un hilillo de aire que se posaba en su nuca.
Un escalofrío recorrió y templó su cuerpo.
Sintió un cosquilleo interno que le confundió.
Algo vislumbró desde las tripas y no desde el cerebro.
Algo sensual que abría su cuerpo.
Nunca antes se abriera.
Empezó a recordar el pasmo de ser atravesado por la daga, y supo que él era quien venía presto a darle aquel deleite que sin saber buscaba.
Supo que sería el encuentro que su alma vacía y perdida buscaba desde hacía tiempo.
Se sintió enamorada. No era necesario más, bastaba escuchar los ecos que desde sus sienes le dictaban que era él y no otro quien el destino le deparaba.
Sintió la fuerza del viento y el batir de la ola. Sintió mariposas locas que en su estómago cabrilleaban.
No miró a quien la tomaba y amaba. Ahora sí, sintió el gran empuje que por su parte virginal se introducía suavemente y decidido. Él la amaba y eso bastaba.
Perdió de vista el suelo, por el aire flotaba. Sentía venir su aliento en la cara. Abrazo fuerte la estrechaba. Chasquido estalló en su pecho. Alarido soltó su alma.
En sus brazos anhelante otra esbrencida esperaba. Gemía como una loba. Gritaba y lloraba.
Susurrole palabras dulces. Amante era y la tomaba.

Después del encuentro ella sintió la vergüenza de quien sin saberse dueño se deja llevar por ese impulso primero que todo lo conduce y que nadie desvela.
Pudiera creerse que había sido sometida sin más. Ella sabía que había consentido y que hay cosas que sin decirse funcionan así.
¿Cómo pues se había entregado sin siquiera mirarlo?
Todos los sentidos se habían abierto, sobre todo el del olfato. Como cualquier animal, había sentido el reclamo o quizás ella misma había emitido sobre el aire aromas que incitaran y llamaran a ese lance.
Recogida en sus brazos, plácidamente unida a él movía en su mente ideas vagas de remordimiento.
Ahora sí, le miraba a los ojos y se perdía en ellos como en una fuente de agua que borbotea.
Asida por la fuerza de los viriles brazos se siente segura, no duda.
Él es quien en sus sueños la cobija. ¿Cómo es que le es dado tan grato placer? ¿Cómo de sus sueños se viene acercando a su piel?
Que el sueño no es vida, que la vida sueño es. Desconcertada articula un gesto. Palabras no salen. Sonríe a su boca recogiendo un beso que él le provoca.

Tras aquel encuentro apasionado en el camino ella y él mantuvieron un largo romance.
Marcelo, que así se llamaba él, la lleno de alegría. Siempre que se encontraban ardía el fuego de amor y deseo.
Dulce cuando estaba sola y pensaba en él sentía el gorgoteo de su sangre que a trompicones la excitaba. Bastaba formularse su nombre, con eso bastaba. Húmeda como la escarcha del amanecer y turgente. No le era necesario manipular. Le bastaba cerrar sus ojos y pensarlo para sentirlo dentro y galopar.
Nunca se sabía por anticipado cuando se verían. Dejaron a la suerte los encuentros. No quedaban de hoy para mañana ni concretaban nada que no fuera dejarse llevar en el instante que les era dado.
Ella no padecía la angustia de si lo vería o no.
Llevaba su ritmo habitual. Él ya se dejaría ver y eso sería lo más.
Siguió con sus cosas, pero ahora todo el mundo giraba a su paso y se sentía mirada. Irradiaba aquello que sin saberse atrae al resto. Estaba enamorada. Se quedaba encandilada viendo el mundo que la rodeaba como si de nuevo delante de ella pasara. Amable y contenta. Los colores se vivificaban y ello aún le daba mayor impulso cuando caminaba.
Su mente vagaba. Tan lindo romance la tenía embargada.
A veces su mente le jugaba la mala pasada, temía perder el gusto por él.
Era en cualquier lugar, en cualquier momento que Marcelo asomaba y todo lo que ofuscara su mente perdía peso. A él se entregaba. Tocaba el cielo con la punta de los dedos y ello bastaba.
Así fueron pasando los días. Un mes tras otro.
Llegó el verano y decidieron hacer un viaje para conocerse mejor.
Hasta entonces no habían hablado de las cosas cotidianas, de lo práctico de las cosas.
Habían hablado de fantasías y sueños. Muchos recuerdos de infancia compartió con él.
Aquellas pesadillas que en la noche la asaltaran desaparecieron.
Allí fue, en aquel viaje, donde las cosas perdieron su ritmo. Nunca antes habían vivido juntos.
Estar a expensas del otro la traía por el camino de la amargura. Se había hecho a sí misma y, acostumbrada a no tener que conciliar con nadie los pasos que había de dar, le molestaba sobremanera la situación. Por otra parte era tanto lo que de él se daba en ella que le costaba pensarse de nuevo en un estar como el de antes. También sabía que los sueños no son dados a darse y él venía de un sueño hecho realidad. Amar era el verbo más de difícil de llevar a la realidad.

18 de febrero de 2007

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Este relato es el responsable de que mi pseudónimo en más de un sitio sea Dulcesol. Tuve que convertirlo de Dulce a Dulcesol porque allí dónde lo puse en marcha, myblog, había una que así se llamaba.
Tras de sí tiene una historia jocosa.
En un juego de los que organizaban las cotillas, me tocó como pareja la tal Dulce.
Como no aparecía por ningún lado, la puse en marcha yo.
Para ello empecé este relato que fue una sucesión de 4 posts.
Mi presencia como Dulcesol se da en:
Ciudad Blog, http://ciudadblog.forogratis.es/foro/weblog.php?w=5
En grupo buho, http://www.grupobuho.es/blogs/Dulcesol
Y otros blogs que tendría que apuntar para ser exhaustiva.

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