Hoy he pensado en el amor.
Papá y mamá.
Papá y Matilde.
Ignacio.
Yo.
No me has dado oportunidad de vivir una historia pasional.
Cuando parecía que el encuentro la propiciaba, tus flechas se orientaban a otras.
Lo cierto es que viví con desapego esa emoción.
Matilde fue el amor de mi vida.
Mi madrastra.
Qué palabra tan cargada de negatividad.
Jacinta lo arropaba todo.
Ella murió centenaria.
Eso si que era una cosa a destacar en esa época. No ahora.
Me percato de que eludo añadir a Carlos cuando nombro nuestro núcleo familiar.
Es extraño, aún tengo esa pelusilla.
No me rompí por su pérdida, si por la de Ignacio.
Me volví junco en ese desierto que tanto conocía.
Soporte para Nicole y sus hijas.
De él heredé su familia.
Hinchó la barriga de Matilde, la que quería sólo mía.
Eso debe ser.
Tampoco tengo queja.
Lo pasaste a las manos de Jacinta, que incluso tiró de él y cortó su cordón umbilical.
Me dejaste a Matilde para mí sola.
Te estoy agradecida.
Era su niña.
Sigo siéndolo, aunque mis años se cuenten en tres cifras.
No te atreverás a privarme de esa unión.
Ahora está a mi lado.
No estoy sola.
Ya sé que cuando los muertos se presentan a los vivos es para acompañarles en el camino.
Estoy dispuesta.
Es una alegría saber que es ella la que me llevará de la mano, como cuando niña me paseaba por la ciudad a la que íbamos a visitar a mi hermano.
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